
Especial por Memo Fromow


Nuestra versión colonial de ‘los Supersónicos conocen a los Picapiedra’.
Charros contra gánsteres; los Supersónicos conocen a los Picapiedra y ahora esto. Oh no, dos universos se cruzan de nuevo. Pero a diferencia de ese aburrido especial que pocos recuerdan de qué trataba, esto, hay que decir, no tiene nada de aburrido.
Y es que ¿a quién le podría aburrir ver a los caballeros águila del Anáhuac agarrarse a costalazos con las criaturas más típicamente griegas de toda la Hélade? Ni en el videojuego God of War se habrían atrevido a tanto. Y, sin embargo, eso existe y está en el poco glamuroso (pero siempre encantador) pueblo de Ixmiquilpan.
Mezclados con la maleza al centro del mural (ecos de un grutesco manierista con hojas de acanto griegas creciendo en Hidalgo), mezclados, repito, están los guerreros nahuas empuñando las armas clásicas del altiplano, sus atlacatl y los chimalli de algodón contra esos salvajes que ni con ser rubios y emigrados de las Europas son bien recibidos en el templo de San Miguel Arcángel.
Por lo que se ve, los colores del mural fueron alguna vez mucho más vivos e impresionantes pero los años y el olvido han dado un poco al traste con esta maravilla. Y que olvidó tan injusto, por Dios: en una industria creativa que apenas ha sabido medio-explotar una memoria gráfica tan increíblemente vasta como la del viejo México, un concepto así es una tabla de salvación en el ambiente de agotamiento al que tantísimas producciones mediocres han dejado a la ya tan maltratada memoria indígena.
Sin embargo, hoy no voy a hablar de los penosos reciclajes que del mundo mesoamericano ha hecho nuestra exigua industria creativa, sino sobre como incluso antes del cine nacionalista con sus reclamos chauvinistas dignos del primer Vasconcelos y de los personajes de animación doblados por Alex Lora, ya las imágenes del mundo nahua habían empezado a invadir el dominio del arte clásico y a subvertir sus esquemas; al mismo tiempo que sus colegas europeos empezaron a utilizarlo para sembrar la disensión en su propio entorno: todo sin siquiera conocerse o sospechar que el otro existía.
Ahora agárrense bien, porque lo que sigue no está tan fácil:
Trabajar para el Papa nunca ha sido una chamba sencilla. Para jugar en ese patio es necesario saberse mover por una intrincada red de significados cambiantes y siempre (¡siempre!) relacionados con la política de una u otra manera. Lo que hoy significa una cosa mañana significa otra y para entonces o ya te moriste o tienes que ponerte al día antes de que tu obra se vuelva ininteligible para el espectador, para el que la hiciste, o te vuelva sospechoso de heterodoxia, herejía o simplemente de ser un respondón en un mundo que tenía en demasiada alta estima el estar bien calladito.
Si en un principio fue aceptado y hasta alentado el fundir el imaginario nativo mesoamericano con la cultura clásica que trajeron los maestros pintores que enseñaron el oficio a sus aprendices nahuas, en otro momento esta mezcla fabulosa empezó a verse como objeto de sospecha, no solo de herejía doctrinal, sino también de un peligroso orgullo nacional que en estos casos se mostraba como el orgullo del artesano que pone algo de sí y de su mundo en su trabajo. Trabajo que tendría lugar de honor en un edificio importante como era el templo de Ixmiquilpan, en su momento una de las bases fronterizas en el proceso de evangelización en la joven Nueva España y por donde pasaba una interminable caravana de comerciantes, religiosos y soldados con rumbo al norte o camino de Veracruz y la Ciudad de México.
En plena Guerra Chichimeca, cuando los españoles trataban de apaciguar a las tribus que asaltaban los caminos, no les quedó de otra que reclutar los servicios de guerreros nahuas y otomíes que hicieron la mayor parte de aquel trabajo sucio con la promesa de tierras y parte del botín ¿Qué significa esto para los murales? Que, aunque no podemos realmente saber que tenían en mente los autores ya que no dejaron las claves de interpretación por escrito, sí podemos suponer por las circunstancias y con un toquecito de cultura clásica lo que significan.
Los centauros son desde siempre en el arte clásico las encarnaciones del salvaje y la vida rústica, por eso los vencieron los lapitas allá en Grecia y por eso fueron vencidos otra vez por los guerreros otomíes y mexicas que abrían y cuidaban el paso de la civilización híbrida que estaba gestándose en el centro de México con rumbo al norte. Civilización contra barbarie, sólo que en este caso cambian lugares: los representantes de la Grecia de antaño son vencidos por el nuevo pueblo elegido de América; todo esto, claro está, desde la perspectiva de los frailes que justificaron esta guerra, mandaron pintar los murales, construyeron estos templos-fortalezas y pusieron el dinerito para todo lo anterior.
Los murales de Ixmiquilpan son solo un ejemplo de varias y muy mal conocidas obras de arte mestizo, fronterizo literal y metafóricamente, en el que dos mundos chocaron y dejaron en el reguero de la colisión un fantabuloso revoltijo de imágenes híbridas: sumos pontífices que cazan almas en forma de pájaros con cerbatana al estilo arahuaco para ofrecerlas a Dios; los changos que corren en la casa del presbítero en Puebla, los grutescos llenos de hoja de maíz (sí, la de los tamales) a al a orilla de los libros de oración ilustrados e impresos en la Nueva España. Ese mundo naciente estuvo lleno de artistas sin nombre que no sólo aprendieron el oficio al nivel de sus maestros europeos, en muchos casos sin más apoyo que copias manoseadas de sus obras, sino que lo tomaron y lo reformaron a su imagen y semejanza como el diosito chiquito en que se convierte el artista sincero.
Hubo un tiempo en que creí que el arte colonial latinoamericano no era sino un refrito del europeo, emulaciones por momentos muy bien logradas de los grandes movimientos artísticos en boga en la Europa del momento. Pero eso era un error, un craso y chauvinista error. Qué va, el decirle arte colonial implica decir que el arte también fue colonizado, que existe una relación dispareja entre los dos, que uno manda sobre el otro: la plástica americana es como la lucha, donde las peleas son siempre en igualdad de condiciones.
Europa tanto como América están salpicadas de maravillas que son imitaciones de los estilos que llegaron del Nuevo Mundo: como olvidar cuando un Medici, al no poder comprarse un códice mexica de los que tan a la moda estaban entre los ricachos renacentistas se mandó hacer uno y entre varios maestros florentinos imitaron, con su visión de toscanos humanistas, las gestas del pueblo del Sol en busca de la tierra del maíz.
Las tantas alegorías de América, en murales de exquisito y rancio sabor imperialista, imitaciones del arte plumario indígena en las estolas de religiosos milaneses; Los Tres Mulatos de Esmeralda retratados al estilo de los Grandes de España, aunque fueran jefes de guerra negros en Ecuador.
Más allá de ser una simplona llamada de atención a valorar “lo nuestro”, como dicen los comerciales de la Secretaría de Turismo, es una llamada para que TÚ; sí tú, creador de cualquier rama de la belleza, la verdad y los tacos de tripa bien dorados, no temas agarrar cualquier elemento del vasto mundo de imágenes e influencias en que vivimos y lo mezcles todo en un pozole diabólico. Que no te importe que las cosas no parezcan encajar, que se junten las peras con las manzanas: se acabaron los puristas y los panzones de barba en cuello que dicen que está y no está permitido.
Tú eres un artista. Impresióname.