Especial por Memo Fromow

Las cosas están viejas y quietas y así se quedan, a pesar de que inquietas geometrías intentan animarlas con brillantes colores sobre escenas discretamente iluminadas, pero sus rígidos y calculados patrones parecen fijarlas aún más en su lugar.

Politécnico es la más reciente muestra de Gabriel Orozco en el Museo Jumex y, aunque las plaquettes digan una cosa, la verdad es que cuando se va a ver arte contemporáneo hay que jugar según las reglas y no dejarse llevar tanto por las explicaciones académicas que nos brinda la museografía sugerida: las soluciones al final del libro de matemáticas se consultan sólo después de haber probado resolver los problemas nosotros mismos.

Así está la cosa joven: en 30 años de trabajo pasan muchas cosas, no siempre consecuentes unas con otras y ésta muestra, además del tema de los 4 elementos y del de la variedad de técnicas que ha usado el artista en este tiempo, también se siente algo de nostalgia que impregna todo el montaje.

Muchas cosas se podrán decir respecto a la curaduría y a la siempre tan importante yuxtaposición de los objetos, pero estoy bastante seguro de que hay quienes lo han hecho bastante mejor que yo. Una cosa que no pude dejar de notar en todo esto fue la omnipresente nostalgia, no digamos de una vida ya vivida y un trabajo que a la distancia se contempla como el testimonio del tiempo pasado y el movimiento que empieza a perderse.

La explicación nos habla del orden de la muestra como una especie de sometimiento del orden a “los 4 elementos” repartidos según su orden en la jerarquía de la creación: en el piso superior, donde empieza la muestra, tenemos obras ligeras “aéreas” si me pusiera yo algo payaso: las paredes están cubiertas de fotos de varios tipos: atletas en atrevidas y muy dinámicas posiciones, pero aprisionados en las redes de círculos y líneas que tanto le gustan al artista. Como dice arriba, el movimiento queda preso en la severidad de la geometría. En el techo, pegado a los ventiladores están recortes de papel de baño, primorosamente geométricos también ellos dando vueltas y vueltas, aprisionando, de nuevo, el movimiento, uno más real como es el de los aparatos.

Descendiendo al segundo nivel, lo que más destaca es la fotografía. Son composiciones caprichosas y difícilmente legibles si no se posee un vasto contexto (que yo no tengo) y no estaba yo ahí para leer 45 páginas de catálogo: soy un hombre con prisa, aun cuando la tristeza de tiempos pasados insiste en echárselo encima desde todas las condenadas paredes, desde tantas y tantas fotos de lugares que bien puede ser, hoy ya no existan pero que quedan ahí, fijos y mudos testigos de tiempos pasados, de la vida de Orozco, de la mía, que seguramente algo estaría yo también haciendo cuando fueron tomadas hace ya décadas; de la de ustedes lectores, que quizás ya no estén tan jóvenes como quisiéramos.

Y para acabarla de fregar, otra vez más y más geometrías que añaden a la claustrofobia del tiempo y la nostalgia, la segunda red de la geometría y su inevitabilidad.

En el siguiente piso está la pieza estrella de toda la muestra: Dark Wave. Desde el lejano año del 2006 viene a visitarnos este esqueleto de ballena recubierto de círculos entrecruzados con crueldad matemática. Orozco insiste en que ni la solemnidad de la muerte, representada sin ambages en el molde en resina de un cadáver, se vea libre de sus metafóricas rejas. Si ya los niveles anteriores eran un recordatorio del tiempo transcurrido, aquí el motivo se hace menos discreto. La ballena está rodeada de viejos balones de fútbol, recogidos primorosamente de canchas donde la cascarita hace siglos que se acabó y de ella solo nos queda el polvo del camino y la visión de la desolación de la carne: la que ya no está, huida de los huesos que cuelgan o pudriéndose en el cuero viejo de los balones.

Finalmente está el sótano. Una presentación en vídeo encargada por el mismo artista y varias láminas ilustradas nos revelan las respuestas al acertijo que plantea la muestra acaba con el misterio.

Todas las salas están salpicadas por mesas de trabajo donde se da una pequeña ojeada al método de Orozco. A simple vista son poco más que un reguero de tiliches sin ton ni son, pero realmente, lo que vemos ahí son los restos de una arqueología del método: son los resultados preliminares del trabajo del artista; los abortos y fracasos que necesariamente anteceden a la realización final de un trabajo. La genealogía de lo que vemos ahora colgado en las paredes y a veces en el techo. Vemos a la obra desde su etapa embrionaria hasta su forma final. El tren del cambio, de la obra y del que la crea.

Efectivamente, y tal como nos prometieron las curadoras desde el principio de este viajecito, lo que tenemos aquí es un muestrario de las décadas de trabajo de Gabriel Orozco, su versatilidad como artista que ha dominado y mezclado tantas técnicas tomadas de tantos otros maestros (de ahí el nombre de la muestra) y todo clasificado según el viejo orden de los 4 elementos. Hay que decir, que como hilo conductor para ordenar una colección tan desigual de objetos, fue ingenioso y efectivo: la variedad de todo, desde técnicas hasta ideas no debió hacer fácil encontrar lazos vinculantes entre los objetos, pero funcionó, aunque realmente ni la sensación, ni la temática de la muestra invitan tanto a pensar en esa antigua clasificación del mundo como el elemento persistente de la misma, no tanto como hacen sentir otras cosas, al menos.

Como propuesta para guiar la exposición, esa antigua clasificación del mundo es funcional, pero más fuerte aún es el sentimiento del paso del tiempo que evocan las piezas. Para ser justo, este aspecto sí se menciona en el catálogo de la muestra; el viaje en el tiempo que es una retrospectiva y el perpetuo estado de cambio y devenir que es la existencia de personas y cosas por igual: de la técnica, del carácter y de, todo, en general. Pero el salir de ahí pensando en que 30 años han pasado y que la imagen de nuestro mundo es tan distinta a como alguna vez la concebimos… a cómo una vez la concibió el mismo artista, eso es lo que verdaderamente me llevó de ahí.

La nostalgia, siempre la nostalgia.