
Especial por Memo Fromow


Ó de cómo la novela de aventuras mexicana se inició en una oficina de gobierno.
Quien diga que los burócratas son unos aburridos, que se muerda la lengua: Herman Melville y su tediosísimo trabajo de escritorio, que nos dio la más grande historia de marinos; el apasionado Aleksandr Pushhkin y su puesto de aduanero malquerido en las fronteras del imperio ruso, que dio origen a La Hija del Capitán. La oficina no puede, como quieren creer tantos, contener los inabarcables límites del ser humano. Ahora bien, es justo reconocer que a la oficina la rodea el mundo. Un mundo que puede ser más o menos interesante, y si Melville conoció a los marineros y Pushkin a los caucásicos (a los de verdad, no sólo a la gente güera), el oficinista del que vamos a tratar hoy conoció al México salvaje. Al México de de Juárez, de Santa Anna, de Iturbide, de Díaz, de Maximiliano y de tantísimos otros.
Una vida en la Vida de México, como dijo Chucho Silva Herzog, fue verdaderamente la vida de Manuel Payno.
Manuel Payno nació junto con México, en Noviembre del año 1810, apenas unos meses de pronunciado el Grito de Dolores. Su padre era un burócrata bien colocado en la administración española y de esas personas tan decentes, pero tan decentes, que se bañan vestidas o de plano, no se bañan, como sería el personaje de Don José Pascasio en “El Hombre de la Situación”. E igualmente que Don Pascasio, el padre de Payno, Manuel Payno Bustamante (o Payno Padre, para diferenciarlo), era un redomado realista que se tuvo que aguantar el proceso de la independencia enterito con un niño pero al menos con muy buena chamba, la cual no se acabó con el fin de la guerra. Tanto fue así que pudo meter a su hijo a trabajar en la burocracia cuando éste creció lo suficiente.
Para la década de 1840 Payno Jr. ya trabajaba en el puerto de Tampico, viendo venir gringos por mar y por tierra. Vaya que los vio venir en oleadas, pues en el 45 estalló la guerra contra ellos y le tocó pelear. Pero lo suyo, lo suyo era el trabajo de oficina y pasó la siguiente década trabajando en diferentes administraciones, liberales o conservadoras. Desde las de Mariano Arista (seguramente por conectes con su tío Anastasio Bustamante, que era conservador como Arista), hasta la de Ignacio Comonfort, el más amable e incompetente de los liberales. De este último fue ministro de hacienda, ni más ni menos.
Fuera con melón o con sandía, a Payno nunca le faltó la chamba; pero tampoco problemas ni aventuras. Participó en el golpe de Estado a Comonfort y en el encarcelamiento de Juárez. En tiempo de Maximiliano coordinó una red de comunicaciones secretas para los liberales antes de rendirse para aceptar brevemente un puesto en el Ayuntamiento de la Ciudad de México, que le costó la antipatía del bando liberal una vez terminada de la guerra. Con la República restaurada anduvo un rato tristeando, pero pronto volvió a tener trabajo. De algo servía tener de cuates a liberales de la talla de Guillermo Prieto o Manuel González, futuro presidente.
Fuera como fuera, de chamba en chamba finalmente agarró la de diplomático en España, donde fue cónsul en Santander y en Barcelona.
Y casi que chambeando murió, en 1894, recién llegado de su chamba europea y seguramente listo a agarrar otra. Verdaderamente, la de chambear se la supo.
Aún entre tanto trabajo, mujeres y canciones (pero más trabajo que otra cosa) a Payno le dio tiempo de escribir casi 2000 páginas a doble columna y de letra chiquita. Bien por diversión o para el público, así surgieron El Fistol del Diablo (888 páginas), Los Bandidos de Río Frío (758), y el más relajado El Hombre de la Situación (245, pero sólo porque se murió, se notaba que en novela ésta iba por las mil). Eso sin contar su vasta obra periodística.
La obra de Payno fue plenamente moderna. En cuanto la novela como la conocemos hoy, era una invención relativamente reciente en el siglo XIX y que sólo entonces empezaba a adueñarse de la literatura. Y más moderna aún fue su obra porque su publicación se dio por entregas en periódicos: un nuevo género de literatura, en un medio creciente de comunicación, en un nuevo formato de consumo que apenas empezaba a despegar en América y para un público nuevo; aunque compuesto por gente no tan nueva, como veremos más adelante. Hoy se oye de fantasía andar comprando periódicos para seguir tu telenovela. Lo cierto es que el modelo jaló lo suficiente para que “Los Bandidos de Río Frío” empezara a escribirse a fines de la década de 1850 y acabará hasta 1891 ¡Tómala One Piece!
Ahora bien, admito que hoy a poca gente le sobrarán el tiempo y las ganas de chutarse casi 2000 páginas de cosas viejas; pero les juro que hay mucho más en Payno que protagonistas ñoñísimos y romancitos sosos dignos de ser interpretados por Alfredo Adame o Andrea Legarreta. Además de las toneladas de detalles sabrosos para soltar en los artículos de una revista Muy Interesante (como que los zapateros de la Ciudad de México debían por ley dejar un plato con agua para los perros callejeros durante el día, o que los banquetes domingueros ya estaban poblados de quesadillas con queso y tacos de chorizo), insisto, está el retrato de un México sospechosamente actual. Lleno de mirreyes odiosos, oficiales podridos hasta la médula que pasan por honrados funcionarios, y un pueblo que batalla para salir adelante entre tanta corrupción… Y ya si tampoco te convence el comentario sociológico, pues no faltan los balazos, batallas, cuentos de espantos y señoras con poca ropa como para complacer al ávido consumidor de la literatura de ficheras: Payno tiene para todos.
El Fistol del Diablo: publicado en una fecha tan temprana como 1845 (aprox.), es una novela casi enteramente de aventuras, romance y un poco de fantasía. En el marco de la guerra con Estados Unidos y la última dictadura de Santa Anna, unos muchachos remilgosos nada más no pueden juntarse con sus novias y consumar el amor perfecto por obra del diablo y maloso de turno: el misterioso pero encantador Don Rugiero. En él recae de manera un tanto torpe el comentario social de la novela. Es un personaje hecho para restregar en cara lo malos ciudadanos que somos; un pepito grillo inverso que nos dice “por eso estamos como estamos”, cuando no lo dice el mismo Payno en largas digresiones en las que lo que vale la pena es la descripción de un México más allá de la ciudad. Nuestra historia de México ha sido escrita con un afán tan centralista que a veces olvidamos que en el siglo XIX también existían lugares como Tamaulipas o Tabasco, que sí ya son difíciles hoy, entonces eran la dificultad legendaria del ya difícil juego que era vivir en México.
Batallas con los gringos, intrigas políticas, señoritas más guapas que la tentación (aunque te las tengas que imaginar), líos amorosos, estampas costumbristas e imaginaciones orientalistas. Todo ello esbozado por un mexicano más bien retrógrado, pero que la crítica mexicana de 70 años después consideraría como demasiado sabroso para las clases elegantes; tú lo podrás encontrar aquí. Si quieres mi consejo, no te dejes intimidar por el aspecto ladrillezco del libro. Ábrelo por donde quieras y déjate llevar por la narración, los pormenores; y siéntete como niño regañado cuando te topes con una de las tantas quejas de Payno respecto al Estado de la Nación. Te sentirás de vuelta en la clase de civismo de la primaria, o en conversación con tus tíos los que no saben cuando callarse la maldita boca. La diferencia es que a Payno le sale bien, te da detalles divertidos del viejo México. Y si no te gusta, pues te lo saltas y ya, a la siguiente escena de tiros entre rancheros al más puro estilo de los hermanos Almada, o si prefieres a una en la sala de té de señoritas y señorones de sociedad, para imaginarte que estás leyendo Cumbres Borrascosas pero sin lo estirado (tanto).
Los Bandidos de Río Frío: mi favorita entre las favoritas, la leí cuando tenía 12 años y desde entonces no se me quita dirigirse a la gente como “Su Merced” cuando me descuido. Una historia de amor tan enredada que quedan atrapados entre sus nudos cuentos de aparecidos, teorías sociológicas tan frescas como leche al sol, digresiones históricas sobre los orígenes de fiestas populares, True Crime de antaño y, por supuesto, historias de bandidos. Payno la inició cuando tuvo que tomarse unas vacaciones forzadas por andar de conspirador contra el Presidente, y acabó casi cuarenta años después.
Pero más importante aún que el amor en ésta historia es que, consciente o inconscientemente, Payno concede mucha más primacía a sus villanos, personajes que acaban siendo complejos y mucho más interesantes que sus virtuosísimos y sacrosantísimos protagonistas que no rompen un plato. Evaristo el Tornero, bandido y villano titular, es uno de los antagonistas más infames que he leído alguna vez; su patrón, el Coronel Relumbrón es todo lo que pides de tu empresario o político corrupto, narco o mirrey favorito ¡Todo a la vez y en el siglo XIX! Leer la historia de la red de corrupción y crimen que dejan a su paso se siente como desvelar el escándalo político-financiero de moda en cualquier sexenio en el que leas esto. En verdad, es la novela más intemporal de Payno.
Además de las ya citadas aventuras y enredos de toda clase, hace cameos de tus personajes favoritos del lore de México: Don Manuel Escandón, Antonio López de Santa Anna (¡de regreso por onceava vez!), Guillermo Prieto y bueno, quizás no tan famosos, la verdad. Pero son una buena invitación para sumergirse aún más profundo en la historia de éste país.
Para éste momento de su vida, Payno era más maduro y si bien las intromisiones estilo Pepe Grillo siguen siendo comunes, se sienten más maduras (tampoco tanto, pero más) y nos hablan de alguien que ya ha vivido desde dentro los entuertos de la vida política mexicana, tanto desde el escritorio como desde el campo. Y más importante, deja que la historia sea la que nos muestre los problemas de México sin que él nos los tenga que echar en cara (…tan seguido), como debe hacer un buen escritor, uno mejor de lo que era en el Fistol del Diablo.
El Hombre de la Situación: la última novela de Payno e inconclusa. Por alguna razón, la poca crítica que existe en torno de un autor de nicho como es Payno le concede el honor de ser la mejor: entiendo el porqué pero discrepo.
Aquí Payno tiene más claro lo que quiere ser, un satirista y viejo risueño en vez de maestra regañona, y se nota en el tono mucho más uniforme de la obra. Ya no hay digresiones que duran páginas o capítulos enteros en torno a temas interesantes pero irrelevantes para la trama; la caracterización y la historia son verdaderamente una comedia casi continua. Si bien Payno parece haber perdido la fe en México, la verdad es que también parece haberla perdido en la humanidad y como tantos viejones cansados de tanto brinco estando el suelo tan parejo, mejor se tira a la mecedora a reírse de lo vacuo de la vida y de sí mismo. Si vio que las cosas en México no marchaban bien, su tiempo como cónsul en Europa le había mostrado que la cosa tampoco es muy diferente por allá.
Ni modo ¿Qué le vamos a hacer? A reírnos todos del patán de Don Fulgencio, parodia del español emigrado y hecho a costa de algo de trabajo, una suerte increíble y, más importante, un buen padrino para no andar batallando. De generación en generación, la suerte es el ángel titular de los Fulgencios que siguen el ciclo de abuelo mercader, nieto caballero e hijo pordiosero, con la innovación de que en tiempos de política, el pordiosero se convierte en diputado sin ser él realmente más que un triste palurdo con mucha suerte.
Es una historia simple que quizás ha sido ya mejor contada por Maupassant en Bel Ami o por los escritores Muck Rackers gringos del mismo período. Pero ésta es nuestra, esto es México, como decía Don Tomás Mojarro y así es como se hacen aquí la corrupción, la maroma y el ridículo. Y que me hagan manita de puerco si no es ésta la impresión que nos da hoy y desde hace décadas la escena política, tomada por la lógica del espectáculo, con sus honrosas excepciones, no me digas cuales.
Y bueno, tal vez realmente eso no es cosa de ahora, como nos enseñan Payno y tantísimos otros autores de uno y otro lado del charco: tal vez siempre ha sido así, es solo que con tantos adelantos técnicos hacemos mejor lo que ya hacíamos desde mucho antes.
Pero bueno, esas son, como dice el capítulo final de Los Bandidos de Río Frío, cosas de otro tiempo.
¿Verdad?