
Especial por Memo Fromow


Entre tantos santos pechugones como atletas olímpicos, y retratos de damas bonitas vestidas con trajes viejos y de rostro regañón, es fácil olvidar que el arte abarca mucho, tanto más de lo que convencionalmente entendemos. Y no hablo solamente de las técnicas hoy arrumbadas bajo el ultrajante término de “decoración”, sino también de temas y medios que consideramos generalmente como “entretenimiento”: cosas para darles una ojeada de unos cuantos segundos, sin pensar demasiado en ello, sacarse un moco y pasar la página. A lo que sigue, que aquí espantan. Pues bien, sepultado bajo los años y el tedio, yace una rica mina de creaciones provocadoras y sospechosamente contemporáneas que la museografía moderna rara vez tiene la oportunidad de sacar a la luz para un público que todavía ve las revistas como meros pasarratos. Y no culpo a nadie; el grueso de la producción hemerográfica moderna está compuesto de tabloides faranduleros o infotainment sin mayor sabor. Pero a principios del siglo pasado el precio del papel y los prohibitivos costos de imprimir hacían que las revistas fueran medios muy selectivos a la hora de publicar. Así encontramos viejas publicaciones tan tremendas como la legendaria Revista Moderna dirigida por Gutiérrez Nájera, la Revista de Revistas, suplemento del periódico El Universal desde 1910 donde publicaron vacas sagradas como Salvador Novo, Xabier Villaurrutia, José Juan Tablada, etc.
Aunque fuera para la portada, se contaba con los servicios de artistas gráficos que fueron algunos de los mejores y más destacados ilustradores de su tiempo, aunque debido a lo perecedero del medio impreso y a lo pesado del prejuicio, a pesar de ser publicaciones de lujo, no se guarda mayor recuerdo de ellos fuera de medios especializados y monografías aún más especializadas.
Uno de éstos viejones es Severo Amador (por si el título no fuera suficientemente claro), artista bastante arquetípico de la época: desmañado, desmadroso, demente y deliciosamente decadente.
Amador era oriundo de Zacatecas, nació en 1879, hijo de un historiador local y una madre que odió hasta el último día de su vida; tuvo 20 hermanos y dotes artísticas que le valieron el poder largarse de lo que al parecer fue una muy amarga existencia en el desolado panorama de la vieja provincia mexicana. Para los 16 ya estaba en el Defectuoso (hoy CMDX) y estudiando en la Academia de San Carlos bajo la tutela de Julio Ruelas, el padrino de los bohemios dibujantes y versión malvada del más conocido y recatado José Guadalupe Posada.
Aparte de empinar el vaso aprendió bastante bien el oficio, al punto que le fue ofrecida beca para ir a París, la cual rechazó. Para 1915 iba ya a exponer en el extranjero, aunque nunca lo hizo por destruir los cuadros que debían exhibirse en Texas, esto durante un ataque de locura. En 1921 fue internado en el manicomio de la Castañeda a donde volvió dos veces más; una en 1925 y la última, para morir allí, en 1928.
Era un tipo raro, cosa común entre los de su especie en esa época: durante su internamiento diseñó máquinas para eficientar las labores de limpieza en el manicomio, métodos para organizar el trabajo de los internos y propuso una cirugía para cambiarse de sexo; aunque despreciaba a los homosexuales como degenerados por considerarlos una cosa hechiza, a diferencia suya, un “andrógino” natural.
Antes de eso fue capitán zapatista durante la ocupación de la Ciudad de México por los ejércitos revolucionarios y escribió al menos 4 tomos de poesía, tan costumbrista que hasta López Velarde diría que es demasiado: siempre hablando de su querida Zacatecas (que no de su familia, ellos que chupen limón), vieja y añeja, polvosa y desolada como los años que se apilan sin cuidado en el desierto, sin que nadie los note hasta que acaban por enterrarlo a uno sin darse cuenta y para entonces ya se está bien muerto en Zacatecas. O fuera de ella, como le pasó a Severo.
Murió en 1931, interno en el manicomio, después de años de mala vida y buen trabajo.
Como queda dicho arriba, era un artista de tomo y lomo: además del dibujo también practicó la acuarela. Mientras que en el dibujo y la litografía aborda los temas preferidos de los bohemios de fin de siglo, como la muerte, el vicio, la prostitución y una difusa conciencia política adquirida entre los marginados del profiriato. Una de las pocas ilustraciones que se pueden hallar de él en línea muestra una especie de hombre árbol dislocado y grotesco que antes que con la Divina Comedia convendría asociar mejor con Los Cantos de Maldoror o las ilustraciones del siniestro Honoré Daumier, ídolos y prototipos de los artistas gráficos malditos, ambos de la Francia a cuya leyenda y placeres nuestro artista se resistió por quedarse a beber sotol y recordar su Zacatecas que, como veremos, valía más para él que todas las glorias de la parranda y la París.
Sus acuarelas son, en cambio, apacibles y nostálgicas: silenciosos poblachos polvorientos bajo el sol de la provincia de la que tanto hablaba Chabelo; retratos de sus paisanos de expresión severa y vestidos con sospechosa y estudiada pulcritud. Una ojeada a sus datos de desempeño en subastas los sitúan en el rango de los 7 a los 8 mil dólares: barato según estándares de ese juego que llaman mercado del arte, pero creo que a pocos aquí nos alcanzaría para colgar un Amador o-ri-gi-nal en la pared. De Zacatecas para el mundo del mercado anticuario.
Cuesta creer que detrás de tanto despiporre y valemadres no yaciera el añoro de la vida que quizás nunca tuvo, pero que se imaginó haber tenido en su terruño natal y que era mejor que 20 hermanos, padres distantes y el sofocante ambiente social de esos infiernos grandes que son los pueblos chicos de fueras. Así, de lejitos en el tiempo y la memoria se ven mejor Zacatecas y los paisanos que solo se reconocen como tales cuando andan fuera: Amado fue miembro del Círculo Zacatecano de la Ciudad de México en el que al parecer se hacía bastante más que enchiladas mineras, si la actividad de nuestro artista puede servirnos de referencia.
Contemporáneos a esos recuerdos de provincia y versitos trenzados en florituras retóricas dignas de Jaimito el cartero, aparecen dibujos obscenos y de una factura técnica envidiable, digno antecesor de los furries de hoy, pero con el toque porfiriano que da a las diversiones frívolas esa distinción de mentirijillas que originan el tiempo y el nombre de un dictador, y que el presente no puede ofrecer: así tenemos a “La Tigresa”, ilustración que al parecer ya era una favorita entre los jariosos de postín que consumían las publicaciones donde aparecían las obras de Amado desde 1915.
Eso es talento, eso es tradición, eso es diversión para adultos de ayer y hoy.
La ilustración erótica del cambio de siglo es un punto que espero poder tratar con más amplitud después, pero en el ínter creo que Amador no solo es un buen punto de partida para ilustrar un poco el fruto de ese árbol sino también para caracterizar el ethos de una época y de un artista atormentado de cajón, colocado en un entorno que asociamos muy poco con México y con la actitud que creemos más propia de Europa. Hay que decir que la Bohemia fue en América una planta de invernadero, un árbol trasplantado y que vivió muy a fuerzas en un entorno que después de todo no era realmente el suyo, prueba de ello es la sensación de inevitable catástrofe que se cierne sobre los colores pastel y las referencias al Sanborns de la poesía modernista: el mundo estaba a disgusto y estaba presto a estallar. Pero en el ínter nos dio a Amador, a Crescenciano Garza, Carlos Alcalde y otros ilustres desconocidos, sólo en el campo del dibujo.
Amador no es, ni creo que llegue a ser nunca una lumbrera o una referencia en la historiografía del arte mexicano, pero no por ello su obra ni su vida son menos interesantes. No es en modo alguno necesario tanto relumbrón para darse el placer de entender (más o menos) el medio, la raíz y la razón de un artista y de su obra así como su proyección en el tiempo ni para inspirarse en ella.
El gozo de descubrir algo nuevo, por modesto que pueda ser es tan vital para gozar del arte como lo es la técnica o el prestigio social.