A principios de los ochenta, al sur del DF, en Coyoacán, se conformó una banda con cierto gusto por el rock progresivo llamada Cáscara. Estaba integrada por José Areán, Alejandro Giacomán, Brian Chambouleyron y Leoncio Lara, quienes eran estudiantes de secundaria. Unos años más tarde, Cáscara se disuelve -el principal motivo fue que Brian regresó a su natal Argentina. En ese tiempo, Leoncio conoció a un tal Saúl Hernández —quien tocaba en una banda de hard rock llamada In Memoriam—. Ambos hicieron química, invitaron a sus cuates Manuel Lino y Hernán Larralde, y así conformaron un nuevo grupo llamado Frac, con tendencias más hacia el new wave.
Al momento en que se desintegró Frac, Saúl conformó Las Insólitas Imágenes de Aurora, donde eventualmente tocaban Giacomán y Bon; además, ayudaban en las cuestiones técnicas. Giacomán también tocó en una banda llamada Alfil. Sin embargo, Cáscara nunca dejó de existir del todo: se juntaban de vez en cuando para palomear, invitaban amigos, incluso llegó a estar por ahí Marcovich en algún jam. Así estuvieron grabando demos y ensayando un buen tiempo, hasta que les dieron una fecha en El Recreo del Jabalí, un lugar propiedad de Jorge Reyes (sí, el de Chac Mool), y tuvieron que decidir un nombre, quedando ese día conformado de manera oficial Bon y Los Enemigos del Silencio.
El primer indicio de hacer un disco se dio en Rockotitlán. Después de una tocada, llegó al camerino Carlos Narea, quien les propuso grabarlos. Ellos no sabían quién era Carlos Narea, pero él había producido a gente como Miguel Ríos, Nacha Pop, Hombres G, Fito Páez, Kiko Veneno, etc.; es decir, era un productor consagrado que ya sabía de qué se trataba.
Una de las características más importantes de Bon y Los Enemigos del Silencio es que tenían un sonido muy superior en términos de calidad al estándar de la época. Realmente sonaban muy bien en vivo, además técnicamente sabían resolver y grabar sus canciones. Inmediatamente te dabas cuenta, como público, de que aquí había algo especial. Los recuerdo haber visto tocar en Rockotitlán, el Tutti Frutti y en el Rock Stock, y de alguna manera los relacionaba con Los Caifanes, por la época, por los lugares y por el ambiente alternativo underground, a pesar de que su sonido, visto a la distancia, es bastante distinto. Pero cuando yo era chavo, por algún motivo, los echaba al mismo saco.
Bon y Los Enemigos del Silencio fue un disco especial, único, un trabajo integral que cuidó todos los aspectos. Los discos de CBS de esas épocas se fabricaban con controles de calidad muy elevados; para muchos expertos, son los que mejor sonido presentaban. Se mezcló en Inglaterra, en AIR Studios, propiedad de Sir George Martin. Elegancias a las que este tipo de bandas no estaban acostumbradas, y que marcaron diferencia. Fue en estas épocas cuando el rock mexicano ingresó a las ligas mayores.
Sonido pop-rock-new wave con muchas inclinaciones electrónicas, repleto de cajas de ritmos y sintetizadores al más puro estilo de los ochenta. De hecho, en el disco es difícil encontrar el sonido de una batería; si acaso, encontramos una muy al fondo, pero realmente el grupo y su formación esencial fue como trío. Ensayaban con cajas de ritmos e involucraron una batería real simple y sencillamente por el “¿qué dirán?”, por los clichés de una banda de rock. En ese entonces era algo tan raro que, cuentan, el Sindicato de Músicos te imponía sanciones si una máquina ocupaba el lugar de un músico.
Conformado por canciones que se escribieron en un largo periodo de tiempo, fueron seleccionadas entre muchas. Es por esto que es un disco que podemos escuchar entero: no hay desperdicio entre los 10 temas que finalmente lo conformaron. Como dato curioso, el tema más memorable, 'Voy a Buscar', entró de último momento. Fue compuesta y presentada por Bon cuando ya habían iniciado los procesos de grabación.
No es casualidad que los cuatro integrantes de aquella banda amateur llamada Cáscara, con el paso de los años —y hasta el día de hoy—, se hayan dedicado profesionalmente a la música. Cada uno tomó su propio rumbo, pero todos siempre han mostrado esa vena musical esencial.
También aquí inició una dinastía familiar en el rock mexicano, siendo Bon hermano de Camilo Lara, alto ejecutivo de importantes compañías disqueras y la mente detrás del Instituto Mexicano del Sonido, y de Marcelo Lara, ex director de Reactor 105.7 y guitarrista de Moderatto. Curiosamente, en la familia Lara, a pesar de que sus padres son grandes melómanos, no hay antecedentes musicales. Por su parte, Alejandro Giacomán tiene un estudio llamado No Por Suerte Estudio, donde ha compuesto la música para múltiples películas, cortometrajes y programas de TV. Además, está muy vigente como productor, arreglista, ingeniero, editor, programador de tracks interactivos y encargado de la masterización. José Areán se convirtió en un director de orquesta por demás respetado en las más altas esferas. De 2007 a 2009 fue director musical de la Ópera en Bellas Artes, y actualmente es flamante Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes. Una carrera impecable en la música culta.
Después, el grupo fue perdiendo fuerza y, me parece, influyeron muchos factores. Tardaron mucho en editar su segundo disco: El Señor Tapaderrumbes (Spartacus Discos, 1994). Entre que ya no estaban con CBS, el entorno ya no era el mismo, problemas internos, no tocaban… El tercer disco, Un Beso y Bang (BMG, 1997), representó la inminente separación definitiva. El caso es que ya nunca volvió a ser lo mismo. Solo nos queda la fiesta que generó un disco como Bon y Los Enemigos del Silencio, que definitivamente formó parte integral de una época dorada del rock mexicano.
Bon y Los Enemigos del Silencio, visto con el paso del tiempo, es un disco entrañable que forma parte del soundtrack básico de todos los que vivimos el boom del Rock en tu Idioma. ¿Quién no los recuerda? Por ejemplo, ellos fueron el grupo abridor del mítico concierto de Rod Stewart en el estadio La Corregidora, en 1989.