Formados desde mediados de los sesenta en Poza Rica, Veracruz, bajo el nombre de The Gold Fingersel, para 1968 cambiaron su nombre a The Sound y viajaron a la capital en busca de un contrato discográfico. El compositor Jorge Clemente López, autor de las canciones del grupo, mantenía una amistad con Estela Wilson, también originaria de Poza Rica e hija del presentador televisivo D’Alessio -padre de la reconocida cantante Lupita D’Alessio-, que fue quien los ayudó a concretar una reunión en la capital con una compañía disquera.
Cuentan que salieron de Poza Rica a las 11 de la noche y llegaron a la Ciudad de México a las 7 de la mañana. Directamente fueron a buscar una audición, donde tuvieron que esperar parados, sin dormir, sin desayunar y sin bañarse. Después de algunas horas, finalmente el gerente de Discos Capitol, Alfredo “El Güero” Gil, accedió a escucharlos, sin compromiso alguno. Al terminar, les dijo que nunca había oído algo parecido: “Esto que han tocado no se parece a nada de lo que yo he escuchado”. Acto seguido -cuentan- les extendió un contrato para grabar, con una sola condición: “Tenemos que cambiarles el nombre. The Sound está muy fresita para lo que ustedes tocan. Se los cambiaré por uno más macizo: El Tarro de Mostaza”. Los músicos, confundidos, le preguntaron por qué ese nombre. Él respondió: “No se hagan, vean nada más cómo traen los ojos rojos... ustedes son bien grifos”. En realidad, tenían los ojos rojos por la desvelada, el hambre y el cansancio. Dicen que ninguno fumaba mota, pero el nombre se quedó, con una clara alusión a la marihuana.
Un año antes de publicar el LP, lanzaron un sencillo con los temas “No Debes Verme Llorar”, una rola romántica-pop extraordinaria que no aparece en el disco, y “El Ruido del Silencio”.
Musicalmente estaban adelantados a su tiempo: un sonido extraño, psicodélico, popular, distinto, con largos pasajes alucinados. El LP incluye una canción de 20 minutos dividida en varios estados de ánimo, con abruptos cambios de ritmo, ocupando prácticamente todo el lado A, algo completamente inusual. Otro punto clave es que cantaban en español, cuando la tendencia en el rock mexicano era hacerlo en inglés. Y, tal vez lo más importante: componían su propia música. En la etiqueta del disco se lee: “Toda la música y las composiciones son de Tarro de Mostaza”, aunque se sabe que el autor era el tecladista Jorge Clemente López Martínez.
Con un estilo muy personal, lleno de pasajes de distinta intensidad, el disco puede ir de lo estridente a lo tierno en tres segundos de forma natural. Hay órganos dignos de baladas románticas, canciones populares, pop, psicodelia, rock ácido, art rock, y progresivo. Es un disco de propuesta interesante, de búsqueda artística, que ha generado culto a nivel internacional. Afortunadamente, también incluye pasajes claramente mexicanos y muy populares, lo que lo convierte en una pieza única.
La historia de la banda fue efímera, en parte porque sus integrantes eran demasiado jóvenes: se dice que tenían entre 15 y 20 años. Supuestamente firmaron un contrato con cláusulas poco favorables. A pesar de ser un proyecto fugaz y olvidado por el gran público, se cuenta que tuvieron gran impacto y eran vistos como una de las grandes promesas de la música mexicana. Incluso se dice que en algún momento llegaron al primer lugar del Billboard en español en Estados Unidos. Algunos llegaron a considerarlos como “los Beatles mexicanos”.
Según una entrevista realizada por Jorge Huerta Estrada al tecladista y compositor Jorge Clemente López Martínez, este comentó que quisieron lanzarlos a nivel mundial. Recibieron una invitación desde la oficina central de Capitol en Nueva York, pero nunca se concretó. Dijo:
“El grupo sonaba bien; pero mis compañeros… Complejo mexicano: la novia, la comida… siempre había un buen pretexto para no ir allá, para no concretarlo. Mi ilusión era ir a grabar; pero a la mera hora se me rajaron todos”. También rescataría esta declaración: “Para los covers están los demás grupos; nosotros preferimos tocar para 100 que para un millón que no nos entiendan”.
Resulta tal vez presuntuoso mencionar a El Tarro de Mostaza entre los pioneros del rock progresivo, pues ya existían referencias anteriores: The Piper at the Gates of Dawn de Pink Floyd (1967), In the Court of the Crimson King de King Crimson (1969). Para 1970 comenzaban Tangerine Dream en Alemania y Emerson, Lake & Palmer en Inglaterra; dos años después, Premiata Forneria Marconi en Italia. En el plano más psicodélico, In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Butterfly había salido en 1968. Aunque El Tarro de Mostaza no inventó el progresivo, estuvieron ahí en una etapa temprana, cuando el género apenas se perfilaba a nivel mundial.
En algún momento, Jorge Clemente intentó obtener regalías por las copias del único disco que grabaron, sin éxito. A pesar de tener un amigo influyente, el abogado y político Ignacio Rey Morales Lechuga, este le aconsejó no iniciar acciones legales contra la disquera, pues era una empresa muy poderosa a nivel global, y difícil de vencer en juicio.
Hacia el final de su vida, Jorge tocaba por las mañanas en un restaurante del centro de Poza Rica, por las tardes y noches se alquilaba para fiestas con su teclado. Siguió haciendo música hasta su fallecimiento en 2019. QEPD.
El Tarro de Mostaza queda como el primer disco mexicano en acercarse conscientemente a una búsqueda musical centrada en pasajes alucinados, con indicios claros de lo que poco tiempo después sería llamado rock progresivo.