




Reseña por Memo Fromow
Agujero Blanco (2021)
Alba Glez
Pura Pinche Fortaleza Comics
Libro: Novela Gráfica
Hasta en las mejores familias sucede.
Un día, al pie de la escalera apareció un agujero, pero este agujero no era como los demás agujeros. Nadie sabe cuándo llegó, ni cómo, ni porqué, pero ahí estaba, prístino y misterioso como si ahí hubiera estado desde el primer día de la creación, caprichoso y bien plantado como agujero por su casa. Y la cortesía, bien gracias, estos agujeros y accidentes topográficos de hoy ya no tienen educación…
Esta es la historia de un hoyo descarado que vino un día sin que nadie lo invitara y sin que nadie lo notara antes; convertía a la gente en piedra y a las piedras en carne y nadie supo por qué, pero en el ínter causó los gritos de la “gente decente”, de la abuela y de los tíos que quien sabe de qué trabajan o exactamente cuál es el parentesco que tienen con la gente de la casa, pero que ahí están, más o menos como el agujero…
Nadie en casa tiene la preparación ni la amplitud de conocimientos para lidiar realmente con la cosa (uno dice que sí, pero es mucho ruido y pocas nueces), pero a fin de cuentas reaccionan como una persona con mucha ropa que lavar y poco aprecio por los sucesos misteriosos estilo Lovecraft lo harían: con miedo y mandándolo tapar con cola loca a ver si se arregla, ya veremos después. No hay tiempo para las paradojas interdimensionales con tantos primos y tíos y hermanos y abuelos y pipiolada que alimentar; los empeños de una casa nunca terminan para que ahora venga el señor Universo a tocar sin avisar.
Alba Glez es una joven autora y artista queretana que ha cumpido los sueños de todos nosotros: gente de los dos miles que crecimos con muchas caricaturas, una pizca de ambición y deseos de pintar monos. La mayoría, me temo, no valemos dos pesos, pero Alba Glez demuestra una mano maestra y precoz que le ha valido irse a jugar a las grandes ligas allá en Estados Unidos ¡Deseémosle buena suerte a ella y a todos los artistas mexicanos fregones que la arman en grande!
Pero antes de que se fuera y nos dejara aquí en el terruño amado nos regaló Agujero Blanco, una novela gráfica breve, misteriosa, con un sabor a casa y olor a ropa recién lavada, de la que se dejaba a secar las mañanas de lavadora que tanto nos recuerdan al hogar.
La historia parece girar en torno a Raúl y su intento por descifrar qué demonios está pasando y por qué un agujero sin fondo acaba de abrirse en las escaleras. Empero, parece, sólo parece, porque al final su aparentemente épica cruzada científica está siempre condicionada por los designios de la suprema autoridad doméstica de las mujeres que se imponen siempre a las desbocadas ambiciones del joven más bien turulato. Este cuento lo mueven desde atrás de bambalinas las damas, fiel retrato de la vida privada del México Viejo.
Lo primero que más me ha capturado de la historia es su ambientación. Es un México ni muy viejo ni demasiado joven; no parece haber llegado todavía la era de la televisión, pero ya no hay sombrerudos ni alzados, rezagos del caótico principio de siglo. Esta es la vida de esas grandes y multigeneracionales familias que viven en los solares familiares de antaño, donde bisabuelas, abuelos, madres, tías y parientes de miscelánea se las arreglaban para no matarse unos a otros a pesar de vivir apretujados en:
a. Una vecindad
b. Una vieja casona o casita familiar
c. Un rancho
d. Todas las anteriores
Sí señor, ese México doméstico, feudo de las mujeres que regentean la vida en santa paz como los hombres lo hicieron en tiempos de guerra: pero eso ya es historia, el sello femenino impera sobre la vida familiar con toda su benignidad. El Milagro Mexicano está a todo lo que da: el PRI está en la presidencia y todo está bien en la Tierra.
¿O no? No hay balazos, pero sí misterios que nos invitan a pensar que aún la vida en familia tiene sus enigmas, tan insondables y profundos como los de la vida, el poder y la muerte.
Alba Glez ha conjugado ingeniosamente dos elementos no solo dispares, sino de plano antagónicos: el orden doméstico y el misterio sin perder en ningún momento la ligereza de una narración familiar que parece haber sido contada una tardecita después de la comida en la mesa de los grandes, justo después de la mil veces contada y mil veces no creída historia de cómo el abuelo se topó al diablo en el monte y se agarró con él a machetazos.
No parece tener lógica, pero nadie parece darle tampoco demasiada importancia, por lo que el lector no puede evitar pensar que aquí quedaron muchos detalles sin contar; que esos agujeros narrativos son más bien lagunas de la memoria de abuelos o malos contadores de cuentos; que esto bien puede nunca haber pasado realmente y ser solamente una anecdotita familiar con un delgado fondo de verdad sepultado bajo décadas de invenciones, olvidos, caprichos y licencias narrativas de narradores descuidados. Un poco como las historias de familia.
Ah, que parientes nuestros: viejos decidores y señoras rezanderas, pero así los queremos.
No puedo evitar trazar un lazo entre esta novela y los cuentos de Inés Arredondo o Amparo Dávila: cosas raras, fallos en la realidad, situaciones escabrosas, sobrenaturales que se enciman con aquellas dolorosamente mundanas, pero para las que una educación basada en la “Discreción femenina” y el cuidado del hogar no las preparó. Poco importa, cuando hay un problema pero el marido anda en el trabajo, alguien tiene que arreglar las cosas y asegurarse que los niños estén bien atendidos a la vez. Cosas más difíciles les han tocado hacer a las mujeres en este duro país.
En cuanto a la calidad gráfica del dibujo, como buena mujer, Glez no necesita que la defiendan. Un estilo juguetón y muy ágil nos recuerdan continuamente que aquí todo estará bien mientras hagamos caso a mamá. La habilidad de nuestra dibujante, con la anatomía la delata como buena alumna del viejo Gualterio Disney. He leído muchas novelas gráficas mexicanas, pero esta es la que más me da la ilusión de estar viendo un maravilloso storyboard donde las figuras hacen a cada trazo su squash and stretch con minucioso cuidado; el larguirucho Raúl se estira desenfadado y los niños son graciosas bolitas que rebotan con un aparente desparpajo que delata una mano disciplinada.
La paleta de colores fríos contribuye al calmado ritmo de esta narración. Si mis oclayos no me fallan, me parece notar una propensión a los azules claros, muy adecuados al sentimiento de santa paz hogareña a pesar de que el universo se acabe de romper en un rincón: no te sulfures, todo tiene solución.
A pesar de que los fondos son modestos, dejan ver el magistral manejo de la perspectiva: recordemos que todo esto gira en torno a la escalera: simple elemento arquitectónico que puede ser la pesadilla de los amateurs que se creen que con usar puntos de fuga ya entienden esta difícil técnica. Por lo demás, habiéndonos dejado con eso seguros de la calidad de su trabajo, los fondos son más bien modestos. ¿Para qué queremos saber más de esta casa? No sea mal invitado, a nadie le gusta un fisgón: ya la anfitriona nos tiene bien atendidos con su buen suspenso y su excelente dibujo allí en el patiecito de los invitados y mirones para que andemos de chismosos donde no nos llaman; a lo mejor conoceremos algunas partes más de la casa, pero nomás de pura pasada.
Debo decir que al principio este libro me confundió un poco: el final es poco convencional y un hombre acostumbrado a las obras y los estilos cerrados como yo quizás no lo supo apreciar del todo bien a la primera, pero al releerlo supe apreciar mucho mejor la lealtad al retrato de la vida tranquila que es seguramente el eco de la propia vida que una vez llevó Alba Glez y si no ella, seguramente su madre. Como invitado de esta familia en su casa, no es cosa mía indagar de más o hacer preguntas indiscretas: las personas y las familias tienen derecho a sus secretos para los que ellos y solo ellos tienen las claves. Asuntos de familia.
Sólo me queda imaginar qué se ocultará detrás de todas esas cosas que mis anfitriones me acaban de contar, tal vez nunca lo sepamos realmente; tal vez ni ellos mismos lo tengan claro, a fin de cuentas el tiempo y la memoria son grandes enemigos de la verdad, que podrá ser muy verdad y muy bella como lo dijo John Keats, pero no es nunca tan sabrosa como el chisme y la leyenda.
Cosas para pensar después de que la puerta de la casa de nuestros anfitriones se cierre detrás de nosotros.