Calificación recomendado de Rehilete
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Reseña por Lalo Enríquez

Alicia Nunca Miente (2025)
Jorge F. Hernández
Alfaguara
Libro: Novela

Una ingeniosa sátira de nuestro mundo de simulación, en el que la repulsión hacia la mentira se transforma en adopción de la gran verdad.

Entre muchas otras cosas que podrían representar los tiempos en que vivimos, debemos admitir que la nuestra es la era de la inteligencia artificial, el Photoshop, las teorías conspirativas, los teatros políticos, la “posverdad”, las cirugías plásticas, los filtros de Instagram, las relaciones líquidas, las psiquiatras impostoras... En fin, tantos aspectos de la realidad que nos apuntan todos en un mismo sentido: la mentira y la simulación como modelo de existencia.

En ese contexto, es muy bienvenida una historia como la de Alicia Nunca Miente: novela corta sumamente ecléctica que aborda precisamente el tema de la verdad, la mentira y (al menos en su primera mitad) el mundo contemporáneo.

El personaje principal, Adalberto Pérez, es un individuo excéntrico por decir lo menos, que a raíz de una crisis sentimental se comienza a cuestionar todo su universo. La obsesión con ese evento imprevisto, que fue producto del engaño, desata dentro de él una urgencia incontrolable por verificar la veracidad de todo lo que le rodea. Por su puesto, eso no le lleva más que a la conclusión de que la simulación es el centro de todas las dimensiones de la vida como la conocemos en el presente.

Desde los envases y comerciales de comida, las narrativas políticas del gobierno mexicano, las leyendas populares sin mayor sustento, hasta los ingredientes usados en las taquerías, nada escapa al escrutinio radicalmente escéptico de Adalberto.

Como comenté, el libro se divide en dos mitades, que a pesar de sus semejanzas terminan por ser bastante contrastantes. En la primera parte tenemos un estilo mayormente documental, con muchos toques de sátira y comedia, así como un ingenio constante del escritor Jorge Hernández, que nos remite a la evidente influencia de su tocayo Jorge Ibargüengoitia.

Desde acá vemos que uno de los grandes valores y propuestas del libro es la de jugar con los términos narrativos. Por momentos se nos presenta un narrador omnisciente, que luego se transforma en el mismo Adalberto narrando en primera persona, para después remitirnos a listados y documentos, y ya a finales de libro incluso entrar a una narración en segunda persona que nos hace parte de la historia, al menos gramaticalmente. También se incluye la voz como narradora de Alicia, la mujer que da su nombre al título y que desde el principio se nos muestra como un personaje crucial y misterioso.

Otro acierto es que el mismo autor, a través de sus decisiones y aseveraciones, comienza a abonar a la premisa del libro. Al ser un texto sobre la verdad y la mentira, resulta bastante interesante que mezcle hechos totalmente tangibles de nuestro universo (como esa vez que el anterior presidente y sus acompañantes dijeron estar en un tren hacia el aeropuerto de Santa Lucía que a la fecha no funciona), con datos y situaciones totalmente ficticios (como su listado paródico de instituciones gubernamentales con nombres ridículos). Sin duda esto invita a una reflexión interesante respecto a la ficción como navegante entre la verdad y la mentira.

En el segundo acto, además de presenciar una de las descripciones más hiperbólicas y cómicas jamás ideadas para describir el acto sexual, nos encontramos en general con una escritura bastante más rebuscada y lírica que abandona casi completamente el estilo documental de la primera mitad.

Una palabra para describir Alicia Nunca Muere es “catártico”. Tanto en los listados en los que el autor da rienda a su memoria para describir cuantas falsedades y verdades le vengan a la mente, como en esos graciosos pasajes absurdamente largos que añaden más y más información sin puntos de por medio, en los vemos que a un Jorge Hernández desahogándose sin recato. En ese sentido, mezcla también la sátira con la crítica, y es parte del encanto que no terminemos de ver del todo dónde comienza la una y acaba la otra. Pues como sabemos: entre broma y broma…

La última parte del libro nos remonta a un conocimiento profundo de la ciudad de Madrid; a la consagración de Alicia como un personaje prácticamente mitológico; así como a una concepción “superior” de la verdad, relacionada al eterno deseo de conocer lo que hay después de la vida.

Debo decir que, sobre todo en la segunda mitad, la libertad estilística y el espíritu de innovación del autor terminan llevándonos a parajes un tanto caóticos. Nos queda más que clara su erudición e ingenio, pero el cambio radical que de momento tiene el tono de la novela no se siente debidamente orgánico o justificado. Parece que las premisas que nos presenta la novela en su primera mitad nos las cambian para presentarnos conclusiones a otras premisas en la segunda.

Como sea, se trata de un texto propositivo lleno de ingenio y comedia del que hay cosas que escarbar para rato.