




Reseña por Augusto Montero
Alucarda (1978)
Juan López Moctezuma
Films 75 / Yuma films
Película: Terror
Histeria y shock en el gótico mexicano.
No hay nada como las buenas conciencias mexicanas que velan por la familia, la tradición y por la religión; es algo muy arraigado en el inconsciente mexicano: el pilar de la sociedad, es la decencia de la familia unida. Por eso, cualquier cosa que atente contra las buenas costumbres y la integridad moral es algo que escandaliza (todavía hoy día, me atrevo a decir), por lo que no es de extrañar que una película que hacía alusión al sexo (lésbico), a Satanás y a la blasfemia (la trama sucede en un convento) lograra que más de una mujer se santiguara cuando viera un cartel de Alucarda, la hija de las tinieblas.
La trama de la película es la siguiente: En un convento aislado, la huérfana Alucarda conoce a Justine y entre ambas nace un vínculo intenso que desafía la rígida moral del lugar. La llegada de una extraña vendedora y la irrupción de rituales en ruinas desencadenan una serie de fenómenos que mezclan seducción, desafío y superstición. La película avanza como un sueño febril: túneles húmedos, velas, reliquias y ecos que convierten los pasillos en un teatro de presagios. Más que avanzar por causas y efectos, la narración se enciende en estampas de trance y desborde. La relación entre Alucarda y Justine es el núcleo emocional y simbólico. Lo que el convento nombra “posesión” se percibe también como despertar y complicidad: exorcismos, flagelaciones y gritos chocan con la ternura clandestina de las jóvenes. El mundo adulto aparece como fuerzas enfrentadas - Iglesia y ciencia - más que como individuos, y su combate convierte a las protagonistas en campo de batalla.
El exceso visual y sonoro - sangre, hábitos como armaduras rituales, color saturado - busca elevar la experiencia a un aquelarre cinematográfico, más táctil que psicológico.
Recuerdo muy bien que en mi clase de “Literatura y Cine” en la carrera de Literatura vimos esta película, y el profesor mencionaba que la obra cinematográfica estaba incorporada al “Movimiento Pánico”. Para quienes no lo ubiquen, permitan iluminarlos (o mejor dicho oscurecerlos). El “Movimiento Pánico”, fue impulsado en los 60's por Alejandro Jodorowsky, Fernando Arrabal y Roland Topor. Fue una respuesta anárquica y lúdica al surrealismo tardío y al teatro tradicional. Defendía el “acto total”: experiencias escénicas que mezclaban humor negro, erotismo, blasfemia, violencia simbólica, azar, improvisación y participación del público, buscando una catarsis que desbordara la narrativa lineal. Más que transmitir mensajes cerrados, el Pánico proponía rituales profanos y collages sensoriales donde lo sagrado y lo grotesco convivían, desjerarquizando artes “altas” y “bajas” en favor del choque inmediato. Su ética central: libertad radical de forma, carnaval de lo reprimido y una imaginería que enfrenta al espectador con lo tabú para desautomatizar la percepción.
Esta película de terror se inserta en esa sensibilidad pánica por varias vías. Construye un “acto total” cinematográfico: sacramentos invertidos, erotismo febril, humor negrísimo y violencia simbólica que operan más como ceremonia que como relato clásico. La puesta en escena abraza el exceso (gritos, sangre, reliquias, túneles, hábitos como trajes rituales) para crear trance y choque; el contenido blasfemo se cruza con lo carnavalesco, desmontando la solemne autoridad religiosa mediante la parodia y la profanación sensorial. Su narrativa fragmentaria y su gusto por la imagen-ritual, el collage de registros (gótico, exploitation, ópera histriónica) y la exaltación del cuerpo como territorio de posesión y emancipación dialogan con el ideario pánico: desorden fértil, ritual profano, sátira del poder y libertad formal. Aunque no es un “manifiesto” del movimiento, su espíritu -anarquía estética, rito performático y shock como vía catártica- la emparenta de forma orgánica con el Pánico surgido en el entorno de Jodorowsky y Arrabal.
A manera de conclusión creo que la aportación de este film al terror de culto es doble. En lo estético, convierte limitaciones en estilo: minimalismo escénico, imaginería sacramental barroca y una cámara que roza texturas para hipnotizar. En lo temático, propone una lectura provocadora sobre el pánico moral a la sexualidad femenina y la sororidad, donde la “blasfemia” se confunde con emancipación. Entre el giallo, el folk horror y el gótico mexicano, Alucarda apuesta por la histeria operática y el shock como lenguaje. No es para todos, pero su audacia y su furia sensorial la vuelven imprescindible dentro del terror latinoamericano de culto.


