




Reseña por Memo Fromow
Bardo (2022)
Alejandro González Iñárritu
Estudios Churubusco
Película: Drama
La Patria del criollo; o México a ojo de pájaro tuerto.
Dicen que la realidad supera a la ficción, pero es al menos igualmente común cuando la ficción se come a la realidad. Todo orden de la vida tiene sus cuentos, sus mitos, sus ficciones, sus versiones fáciles para comprender lo imposible. Existen en la ciencia, en la intimidad, en la Historia, en la política y en donde me digas, y es que el mundo es demasiado vasto y complejo como para que podamos contenerlo en la cabeza, de modo que por muy racionales que pretendamos ser, en algún momento, recurriremos a las ficciones para darle sentido al sinsentido de la existencia. Si revisamos nuestras creencias, en algún momento nos toparemos con algo que, bien pensado, resulta difícil de creer, pero más difícil aún, dejar de creer. Es normal: nadie lo puede saber todo. En lo que lo intentamos, creamos la ilusión de conocimiento para intentar dotar de significado a algo que no entendemos y que es peor dejar en la temible indeterminación.
Horror Vacui, decimos los mamones a los que nos explota una vena en al frente si no ponemos un latinajo donde se deje.
¿Qué conocemos? Conocemos nuestra casa, a nuestra familia, a las cosas que vemos, usamos y con las que interactuamos todos los días. Claro que las conocemos, de otro modo estaríamos perdidos en nuestro propio mundo. Pero ¿de veras lo conocemos tan bien como creemos?
Alejandro González Iñárritu es bien conocido de prácticamente todos nosotros: así hayas nacido hace décadas o hace apenas 10 años, es imposible que no te hayas topado con al menos alguna de sus películas: no en vano es uno de los más importantes cineastas mexicanos de lo que va del siglo XXI. Bardo es tan solo la última (al momento de escribir esto, en 2025) de las películas con las que ha sacudido al medio creativo mexicano e internacional. Nos ha probado que puede desenvolverse con igual agilidad contando historias convencionales que dentro de intrincados experimentos artísticos que implican la exploración de las posibilidades de la diégesis, el metadiscurso y otras palabrejas propias del oficio del mamador. Sus historias, a pesar de estar centradas en contarnos un drama humano, nunca están contadas de modo convencional: ya sea la estructura, el ritmo o la cinematografía son utilizados para contar la historia de un modo que trastoca la simple estructura Inicio-Nudo-Desenlace. Nos guste o no la manera en la que aborda sus temas, lo cierto es que desde el ámbito narrativo, ha asimilado y traspuesto los recursos de la literatura al cine con un ingenio que da miedo.
En Bardo, sin embargo, se voló la barda y por momentos el ansia de metáfora es tal que oscurece la narración de lo que nos cuentan.
En un mundo muy similar al de 2015-2020, donde México está siendo presa de un desvergonzado zarpazo imperialista que está por mocharle la Baja California, Silverio es un periodista y cineasta que, habiéndose iniciado desde muy abajo, ha escalado hasta convertirse en uno de los hombres más importantes en los medios mexicanos, estadounidenses y latinoamericanos, de modo que los estadounidenses están interesados en ganárselo para su causa concediéndole un premio e importantes oportunidades con tal de que los ayude a suavizar el golpe que supone la maniobra californiana. Como muchos antes que él, Silverio ha pasado con los años, de intelectual crítico al poder a ser uno de sus consentidos, lo que no viene sin una buena dosis de autocrítica e introspección; por si fuera poco, su vida personal ha pasado también por suficientes altibajos, penares, migraciones y tragedias como para completar el cuadro de un hombre y una vida contradictorios, con suficientes culpas, traiciones, amistades y promesas rotas para llenar las siguientes 2 horas y media.
Pero si crees que esto va a ser contado de una manera convencional del punto A al punto B, agárrate fuerte que estamos por iniciar un viaje más ácido que tu estómago después de uno takis fuego.
¿Orden? Eso es para mariquitas: aquí vamos de metáfora en metáfora, de estampa surreal a alegoría política sin mediar apenas una breve transición que puede tomar la forma de la puerta de un baño o un simple truco de filmación que le da tiempo a viajar 20 años en un solo giro de la cámara. De un momento a otro mezclamos un orden de la narración con otro: si creías que estabas conociendo la vida personal de Silverio, ahora resulta que te encontrabas dentro de uno de sus documentales; el recuerdo, la ficción y la vida avanzan y caen uno sobre otro como los tres chiflados tratando de cruzar una sola puerta por la que no entran todos y lo que sale es casi siempre una imagen híbrida entre el sueño y la realidad. La última vez que vi esto fue en El Otoño del Patriarca, de García Márquez, y verlo transformado en una narrativa visual coherente, es un logro digno de verse.
Hay quienes dicen que esta película no tiene realmente trama. No concuerdo, es solo que la trama y la historia no son los elementos centrales de esta película: Bardo es en buena medida un experimento narrativo y visual. Pero que esa oración tan payasa no te intimide; pese a todo, esta película no es para romperse la cabeza. A pesar de tantas imágenes posmo que espantan a espectadores habituados a que una historia sea el elemento central de una película, lo que nos está mostrando Iñárritu es algo que de hecho conocemos muy bien, solo que con algo de imaginación y fantasía como condimento creativo. Lo que parecen metáforas ultra-super-archi-recontra profundas y crípticas no son sino estampas reimaginadas en clave surrealista y locochona de la visión criolla que Iñárritu y buena parte de los mexicanos que recibimos educación formal tenemos de México. Y es justo ahí que su seguro servidor cree que la película flaquea y, queriendo ser tan rompedora en todo lo demás, cae en lo más convencional de lo convencional.
Siendo un poco simplista e injusto, pero ilustrativo (y tengo que serlo, porque esta reseña ya va quedando muy larga) Bardo es como la versión película de El Laberinto de la Soledad con algunos agregados para ponerlo al día, y la cosa es que no lo digo como halago.
En su tremendo libro Los orígenes del Nacionalismo Mexicano, David Brading nos explica en pocas páginas que el estamento económicamente privilegiado que ha gobernado México desde la independencia (comúnmente llamado criollo) tuvo que construir un imaginario con el cual justificar su posición ante una población mayormente desfavorecida y descontenta. Esta visión de México era (y es) un Franksenstein ideológico que se construyó a partir de la tradición pre-hispánica, el cristianismo milenarista, el racismo, la ilustración y otras tantas fuentes que se contradicen entre sí. Sin embargo, al contar con el estado como fuente de difusión y en vista de la progresiva muerte de sus adversarios, terminó por hacerse la versión dominante, agregándole cada tanto algunas actualizaciones para poder integrar los sucesos nuevos con la visión oficial.
Sí, a nadie le gusta la versión oficial de la historia, de ahí tanto adolescente que cree haber descubierto el hilo negro al ver videos con la infaltable oración lo que no te dijeron en la escuela, lo que no quieren que sepas, etc. Pero a falta de poder conocer otra cosa, terminamos por adoptar tácitamente los lugares comunes que tanto se cacarean sobre México: la Malinche, el complejo de inferioridad, la necesidad del sacrificio, la fiesta, el valemadrismo y demás términos fáciles para designar fenómenos socio-económicos complejos. Por increíble que parezca El Laberinto de la Soledad es un libro fácil: buena parte de lo que se lee allí ya lo has escuchado en todos lados, aunque seguramente distorsionado o pesimamente citado. Es más fácil asumir que todo eso es cierto, en virtud de la credibilidad que da el prestigio literario, que hurgar a fondo en la historia y la economía de México.
Y bueno, la cosa es que si Bardo es la visión que Iñárritu tiene de México, como parece ser, su discurso no aporta mucho para entender la realidad, sino más bien para entenderlo a él ¡Lo cual también está chido!
La filmografía está de locos, la fotografía es impecable, las actuaciones de primer nivel y el autor nos demuestra su pericia en el arte del narrador haciendo funcionar recursos difíciles de manejar con ingenio a la vez que deslumbra el ojo llevando a la lente las versiones visuales de metáforas elaboradas. Es Iñárritu a la máxima potencia.
Tan precioso es todo aquí, que será preferible para muchos asumirlo como verdad: como dije al principio, la ficción se come a la realidad.