Una exploración sonora que convirtió el basalto en música.
Hace ya casi 10 años salió en México un disco que nos llevó a nuevos terrenos sonoros bastante prometedores. Sería injusto decir que no pasó mucho con dicho lanzamiento, puesto que ya el simple hecho de colocar una canción de más de 11 minutos (‘Paricutín’) con reproducciones arriba de los 3 millones debe de ser contado como un logro en si mismo. Pero lo cierto, es que para los que escuchamos Basalto en pleno 2016, tenemos cierto derecho a estar decepcionados de que al momento no haya generado tanta escuela como en su momento sugería su innovadora aproximación a lo mexicano.
Mercedes Nasta, su creadora, venía de un largo receso discográfico después de haber formado parte de la banda Disco Ruido, cuyo último y único larga duración apareció a inicios de la década, en pleno 2010. 6 años después emergía casi de sorpresa con un ambicioso lanzamiento de casi una hora de duración, que desde su bella y enigmática portada ya nos hacía preguntarnos con qué clase de música nos íbamos a encontrar.
Y la verdad es que ni con nuestro mejor intento y experiencia vinculando portadas a su posible sonido lo hubiéramos podido haber adivinado. En mi caso, observando esas vistas áreas desérticas combinadas con toscas manchas de tinta dentro de un arreglo minimalista, imaginé algo como clásica moderna o electrónica refinada tipo deep house, progresiva o minimal techno. Y aunque estaba muy lejos de la realidad, tampoco estaba del todo equivocado, pues la electrónica acá juega un rol crucial, tanto de hecho en la música que se nos presenta como en la estética que guía el proyecto.
Pero la verdad es que justamente el gran encanto de este disco se desprende de la mezcla tan única y especial de influencias que se conjugaron para llegar a una propuesta que en mi conocimiento no se ha repetido hasta este momento en la música mexicana. El estofado musical en cuestión tiene algo de dream pop y art pop a través de la aproximación vocal de mercedes, algo de electrónica progresiva, ambiente y música tribal en su arquitectura sonora, pero también bastante de cumbia y demás alusiones muy sutiles a géneros tropicales y latinos.
Por su parte, en lo que refiere a lo temático, las letras abordan temas descaradamente mexicanos como el volcán paricutín, el basalto que da forma y consistencia a las pirámides prehispánicas, e incluso hay una canción dedicada a la arquitectura del gran Luis Barragán; el mayor representante mexicano de dicha disciplina durante la modernidad.
Aunque el resultado a veces peca de naif y de simplista, nadie puede negar el gran mérito de este disco, que no fue el de presentarnos una obra definitiva dentro de un género, si no el de ser una valiente exploración de lugares donde a nadie se le había ocurrido posarse. Y aunque yo me quedé soñando con un disco en el que estos mismos terrenos se exploraran ahora sí con maestría y excelencia llevándose a su máxima representación, no dejo de reconocer que en si mismo Basalto contiene momentos admirables de visión y creatividad.
Mercedes Nasta regresó con un disco colaborativo junto a Rodrigo Blanco, reafirmando su rol como una inquieta exploradora de nuevos sonidos, pero la dirección fue un tanto distinto y sería difícil concebir RAMA como una continuación directa de lo presentado en Basalto. Lo que queda claro, es que Mercedes es una artista cuya música debemos seguir muy de cerca.