Portada del libro Una Charla Tranquila.
Portada del libro Una Charla Tranquila.
Calificación Recomendado de Rehilete.
Calificación Recomendado de Rehilete.

Reseña por Memo Fromow

Charla Tranquila (2023)
Alan S.Treet
Pura Pinche Fortaleza Comics
Libro: Novela Gráfica

Las mujeres que se comían a los hombres.

La gente del manga no se parece a nadie: son la estilización de un humano, los suficientemente parecidos a nosotros para que lo identifiquemos como miembro de nuestra especie pero lo bastante lejano como para que nadie pueda realmente identificarse con los personajes en el papel. Facciones finas, ojos enormes, proporciones imposibles, ya conocemos el catálogo. Y sí, sé también que estilos y mangakas hay tantos como para poder contestar esta afirmación tan general, pero bien sabemos que esas son excepciones que confirman la regla. Cuando se ve un animé o se abre un manga, especialmente de los conocidos, sabemos bien qué esperar.

No quiero sonar persignado, pero desde hace tiempo sospecho que hay un fuerte componente erótico en el fondo del éxito de la estética manga que conocemos: esto no es un defecto per se y si de algo no se le puede culpar es de falta de variedad; sobran títulos que han subvertido los clichés estilísticos y narrativos para construir propuestas originales y rompedoras.

Una Charla Tranquila aprovecha este fenómeno para traernos una historia donde muy al gusto japonés se enredan la muerte y el erotismo, pero también un corazonsote de melón digno de Pedro Infante en Angelitos Negros.

Un puberto que de tan puberto podría haber sido cualquiera de nosotros pasa sus días suspirando por Angélica, una chica bonita como el pecado y mala como la carne de puerco; en otras palabras, totalmente fuera de su alcance ¿Quién querría a un puberto torpe, desabrido y bonachón? Pues Angélica… por alguna razón que está muy lejos del tropo del preparatoriano baboso del que de pronto se enamora la chica linda sin ningún motivo. Nuestro muchacho tiene la autoestima y la voluntad de un licuado de plátano y en manos de Angélica, una chica con mucha calle, es poco más que un guiñapo que se aguanta como los machos el abuso emocional de una novia que no cree merecer; como los plátanos viejos, él es dulce del dulce que se conforma con ser licuado con tal de que no lo tiren. Vamos, un migajero de manual.

Pero hasta los migajeros tienen su orgullo: ¿Baboso? Tal vez ¿Debilucho? Sin duda. Pero nuestro héroe es demasiado bueno para hacer el mal y cuando Angélica saca el cobre de a de veras, nos demostrará lo que un corazón de melón puede hacer; no por él, sino por la persona que él cree que le ha dado tanto.

Conectando con lo que escribía al principio de esta reseña, no sé si soy solo yo, pero lo cierto es que el factor erotizante que la estética del manga lleva consigo es un factor que contribuye a despersonalizar de algún modo la condición trágica de la vida: esta gente no se parece a nadie; salvo en raras ocasiones, el estilo no destaca las particularidades étnicas de los personajes. Es una especie de belleza en el vacío, abstraída de la geografía y la historia, muy apropiada para una era globalizada. Si aspiramos a vernos reflejados de algún modo en ella, debemos vestirla con los sabores típicos del público al que se dirige o renunciar un tanto al sex appeal que es una de las grandes ventajas del género. Pero como dije, eso último que suena tan vano y de tan mal gusto, puede subvertirse de manera ingeniosa para hacer un producto de calidad sin perder el taco de ojo.

La belleza puede ser una manera de dignificar la desgracia. Este proceso se logra a menudo en la literatura al retratar la entereza con que se resiste la tragedia de la vida y en otros medios, dibujándole una cara bonita a quien va a ser el objeto de mil y una humillaciones o en ciertos casos, como es el presente, con ambos.

Desde hace algunos años los públicos abandonaron la posición de meros consumidores pasivos y han tomado por asalto las enseñanzas estilísticas que décadas de penetración cultural nos han dejado para apropiarse de su cultura; nuestra cultura. En México los antiguos consumidores dejaron de soñar con que algún milagroso mangaka filo-mexicano se dignara prestarnos algo de atención y un poco hastiados de la clichesca manera en que somos representados por espectadores lejanos tomaron sus lápices y sus tabletas de dibujo para reinventar al México que conocen con el encanto que da esa belleza despersonalizada, ese estilo que aprendimos a amar desde los días en que veíamos a Sailor Moon (los hombres a escondidas) en teles de bajísima definición y antenas de conejo.

La pareja de Angélica y su novio son una de tantas y tantas tristes historias, lejanas de las idílicas secundarias japonesas (en las cuales también se cuecen habas, por cierto). Su relación está plagada de abuso emocional, marcada por las cicatrices de una vida precaria en un entorno donde manda la violencia económica propia de la era post industrial mexicana; en fin, es una historia real digna de Silvia Pinal que casi cualquiera de nosotros ha visto, conocido o (se me haga la boca chicharrón) ha vivido. Esa gente sin historia y sin origen que es la que vive en el manga cobra cuerpo y personalidad cuando a pesar de sus rasgos perfectos, atractivos aun cuando están codificados para parecer repugnantes (cicatrices, heridas, ojeras etc.), se nos desvelan como gente que ha compartido los dolores comunes de vivir en México. Son de los nuestros y lo sabemos, aunque no llevan sombrero ni porten la bandera ni hagan ningún esfuerzo por hacer notar su calidad de habitantes de la periferia global: viven nuestras vidas y por eso lo sabemos.

Decía Carlos Monsiváis que la ficción es el único lugar donde el bien y el mal se debaten en condiciones de igualdad y por eso los autores pueden darse el lujo de la esperanza: quizás la vida puede ser cruel e injusta, pero nos gusta burlarnos del destino que pretende imponernos imaginándonos los protagonistas de una historia mejor: si este baboso con todo y ser apenas un secundariano pobretón mangoneado por una novia sádica pudo vivir para ver un amanecer más feliz ¿por qué nosotros no?

Hay quien dirá que se pierde mucha de la potencia del realismo de la literatura al convertir la vida a un formato que muchos consideran casi de explotación, pero la verdad es que aquí aprendemos casi las mismas lecciones estético-morales que nos daban ya desde hace años obras como Los Esclavos de Alberto Chimal o La Leyenda de los Soles de Homero Aridjis, sólo que Alan S. Treet lo hace dirigiéndose a públicos nuevos y con el doble trabajo de hacerlo sin un pie en la comunidad literaria más formal (hasta donde sé); en ese sentido vale la pena reconocer el esfuerzo didáctico que autores como Alan y editoriales como Pura Pinche Fortaleza Cómics están haciendo.

La dinámica cultural cambió, las audiencias se renuevan siempre, pero lecciones de vida muy importantes como la que nos deja Una Charla Tranquila deberían de saberlas todos, tanto lectores de libros como lectores de cómics, que a fin de cuentas los dos leen y nadie quiere hacerlo desde la cárcel en la que gente como Angélica y la debilidad de su pareja puede llevarnos.