


Reseña por Memo Fromow
Chicogrande (2010)
Felipe Cazals
IMCINE
Película: Guerra
No lo repetiré otra vez ¿DÓNDE ESTÁ PANCHO VILLA?
Pues ciertamente aquí no está; tampoco en su tumba de Parral; ni siquiera en esta película, con excepción de apenas un par de tomas.
Chicogrande se siente por momentos como una historia de fantasmas, más que de Historia Nacional. Las inmensas soledades de Chihuahua brillan en toda su gloria contrastando con la vaciedad de sus horizontes y lo deprimente de los pueblos arrasados por la Revolución que componen su escenografía, fantástica por lo demás, producto de la lente maestra de Damián García, de quien veríamos más años después en Ya no estoy aquí.
Chicogrande es la historia del homónimo Chico, un fanático soldado de Pancho Villa en el momento más bajo de la carrera del general: la expedición punitiva. En marzo de 1916, el ejército estadounidense entró en México para intentar capturar a Villa. No lo lograron, pero sí consiguieron que los carrancistas le metieran un plomazo en la pierna que lo dejó incapacitado y vulnerable durante dos muy peligrosos meses, en que casi cae prisionero y nos hubiéramos quedado sin la película de Viva Villa de Jack Conway y sin su tarjeta del juego de cartas Mitos y Leyendas, entre otras maravillas del kitsch que llevan su nombre.
En esta situación, sólo un puñado de sus más leales hombres conocen la cueva de la sierra de Chihuahua donde está escondido y sólo a Chicogrande le corresponde la misión de hallar un médico, cosa que no será fácil con toda el área llena de gringos armados. Mientras tanto, el sádico mayor con nombre de bully de caricatura, Butch Fenton machaca a latigazos a quien sospeche que pueda saber dónde está Villa, para horror del doctor de su batallón, que la hace de policía bueno y que será (oh ironía) quizás el único amigo de Villa en todo este embrollo.
Parece que dije un gran spoiler, pero la verdad es que no: la película no apuesta por una trama ni mucho menos un final convencional. Pese a lo acartonada que pueda parecer la trama, que se pone de pechito para ser un reclamo nacionalista o un western tradicional, lo cierto es que apunta muy lejos de ahí y tanto la manera en que se desenvuelve la historia como la estética que maneja dan más el aire de una película de misterio.
Los amigos de Villa en el pueblo se mueven en silencio o interpretando tan bien su papel de civiles inofensivos que su pregones y sus ruidos de todos los días equivalen al silencio cómplice frente al invasor: nadie parece saber nada y siguen sus vidas en el anonimato cotidiano, convertido en conspiración.
En cuanto a Chicogrande, el más leal entre los leales, extensión de Villa, unido a él por una fidelidad que viene de ver en su general al vengador de todas las afrentas que ellos solitos no podían alcanzar. Por momentos la trama parece ser un reciclaje de la segunda mitad del archiconocido y archirecontratriste libro Vámonos con Pancho Villa de Rafael F. Muñóz y no solamente porque comparten el mismo acontecimiento histórico y hasta la misma línea argumental, sino en ser también una reflexión sobre lo descarnado de la lealtad basada en la venganza.
El diálogo, aunque no es poco, es mayormente austero y va directo al punto: los personajes van a lo que van y aunque de vez en cuando se permitan hablar un poco de sus propios asuntos, Villa está en algún lugar de las montañas y no hay tiempo que perder. Los gringos hablan en inglés y los mexicanos en un español deliciosamente campechano, pero los dos son siempre concretos y parcos, como cabe esperar de personas a las que años de guerra y violencia han vuelto desconfiados. La burra no era arisca…
En cuanto al apartado visual, ya mencioné los impresionantes paisajes Chihuahuenses que abren la película, pero el taco de ojo no se agota en las tomas panorámicas: los pastizales, los ríos y las arboledas se roban las escenas de persecución y ejecuciones y nos recuerdan a los chilangos como yo, cuya imagen de la frontera fue moldeada hace décadas por el Coyote y el Correcaminos, que el Norte es mucho más allá que el desierto, el cual, por cierto, luce sus encantos aquí también. Los extras son más bien pocos, pero suficientes y suficientemente bien manejados para dar la impresión de un pueblo vivo y en ebullición, ocupado como está por un ejército. Las cantinas parecen hormiguear de borrachos y soldados aunque bien observados sean realmente poquitos.
¡Y gran milagro! El infame filtro amarillo que marca aún tantas películas ambientadas en México, aquí tiene, para variar, sentido: estamos en medio del desierto más desierto que puede haber y añade aún más a la tónica de nostalgia y misterio que envuelve a los acontecimientos.
De nuevo nos topamos con una producción recatada en cuanto a su banda sonora. Se trata de música muuuuuy sencilla y puramente ambiental. Chicogrande es discreta en muchos sentidos, como dijimos; en su trama, en su diálogo, en su ambientación y debo reconocer que algo más elaborado quizás hubiera desentonado con la atmósfera sombría. Aquí caminamos entre fantasmas, rumores y murmullos; quien sabe, tal vez, Dios sabrá, puede ser… Meter otra cosa más allá de los efectos ominosos para los momentos de más tensión hubiera puesto en peligro un setting tan logrado.
Debo decir que llegué esperando una película de balazos y me encontré con el equivalente silencioso de un corrido ¡Maldito seas Cazals, lo hiciste de nuevo!
Pancho Villa sigue siendo de los grandes misterios nacionales, una de esas pocas figuras que suscitaron un genuino culto intergeneracional (e internacional) a pesar del silencio que se le quiso imponer por parte del oficialismo, pero que vive aún gracias a su leyenda. Contrario a lo que usualmente se piensa, las leyendas no son solamente de héroes: las hay de espantos y de villanos y las mejores usualmente juntan esas tres figuras. La de Francisco Villa es una tejida de actos de inmenso valor y coraje así como de horrores sin cuento y al pobre Chicogrande le tocó conocer esta historia por todos los costados, pero no reniega ni se raja, total que los que son como él siempre supieron que acabaría así.
Lo único que hace la diferencia es saber enfrentar el final con valor.