




Reseña por Memo Fromow
Diego Rivera (2021)
Francisco de La Mora y José Luis Pescador
SelfMadeHero
Libro: Novela Gráfica
La vida, el arte y el mundo del mayor de los chismosos.
No tenía el gusto de ver la obra de José Luis Pescador desde que me regalaron el primer tomo de La Caída de Tenochtitlán, en el intercambio de Navidad de la oficina allá a finales del 2019. Y me da gran placer (y algo de envidia) volver a encontrarlo convertido no solo en un fundador de sagas sino en un artista de primerísimo nivel de la mano de Francisco de la Mora, con quien no había tenido el placer. Más gusto aún me da verlos hablando del archi-fa-bu-lo-so, el sapo original, el panzón entre los panzones: Diego Rivera y su genial vida entre los salvajes.
En México hay muchos temas que podrían ocupar el tremendo pincel de Pescador y Mora, que atraviesan las fronteras, los tiempos, el arte, la política y tantas cosas más; pero elegir la vida de Diego Rivera ha sido un acierto tanto a nivel artístico como de mercado: como nombre insignia del arte mexicano e internacional pocos habrá que no lo identifiquen y si encima le agregamos su conexión con Frida Kahlo (ídolo pop internacional como quizás el mismo Rivera lo fue en su momento), acaba con cualquier duda que pudiera haber respecto a su solidez como producto marketeable.
Pero basta de hablar como mercachifle: como obra artística, la novela es una delicia de mirar a cada página, colmada como está de referencias que todo medio-conocedor del arte podrá señalar con el gusto del fanático de Marvel y decir (quizás con el cuello un poco más parado, pero con igual ingenuo entusiasmo) “yo reconozco eso”. Lupe Posada, El Greco, José María Velasco, Edward Hopper, Santiago Rebull, Paolo Uccelo, los Casasola, Diego Velázquez, Modigliani, Picasso y los que quieras están ahí no solo como un delicioso y delirante fondo para la igualmente extravagante vida de Rivera, sino como pruebas de mucho (pero mucho, por eso insisto) talento con que domina Pescador la acuarela y el dibujo. Madre mía, no inventes: se ha puesto cara a cara con los grandes maestros y los ha traducido a su propio lenguaje visual con la confianza de un alumno consumado en maestro, que ya no teme medirse con los grandes porque sabe que el chiste no es superarlos, ni siquiera igualarlos, sino asimilarlos y darles nueva vida con la suya propia, fantástico acto de posesión artístico/demoníaca.
Y por si fuera poco (que no lo es) estas referencias no solo halagan los ojos y dan el itinerario espiritual de todo artista o amante del arte, también complementan perfectamente el ritmo y estilo narrativo: Rivera era conocido como un tremendo pero maravilloso mitómano; contaba historias grandiosas sobre cosas que jamás pasaron o, si pasaron, lo hicieron de manera muy distinta a como las contaba. La manera en que las pinturas se funden en tantos pasajes del libro con la figura del propio Rivera o fungiendo como marco para acontecimientos de su propia vida (como su retrato infantil como niño consentido en brazos de las mismísimas Meninas) contribuye, sin nunca decirlo abiertamente (sello del buen narrador) a darnos la imagen de Diego como el fantástico mentiroso que fue; de cómo su vida se fundía con su arte y con la leyenda de sí mismo que se empeñó tanto en construir. Arte, vida y leyenda se mezclan con una naturalidad que nos deja siempre preguntándonos qué realmente podemos creer de lo que vemos, un juego de ilusiones que haría sentirse orgullosos a los maestros del barroco que tanto admiró.
Si en lo gráfico los autores se toman todas las licencias poéticas que con artistas se deben tomar y como lectores nosotros estamos encantados de conceder, en lo biográfico no se pierde un detalle de la interesantísima vida de Rivera, que episodios dignos de telenovela no le faltan. Su poco conocido romance con Angelina Beloff y su desafortunado primer hijo con ella; sus pleitos con Picasso y Lupe Marín; las leyendas en torno a sus más famosas obras están (casi todas) estampadas aquí por manos maestras en la acuarela y como nos las imaginábamos cuando las escuchábamos del anecdotario popular, de boca de algún maestro o conocido o pariente, que en este país todo mundo se sabe alguna de Diego.
El libro, en lo visual, no tiene prácticamente ningún pero; no hay página superflua ni viñeta que no sea un placer de ver. Si en el primer tomo de La Caída de Tenochtitlán todavía me parecía ver algunos trazos demasiado exagerados, ahora entiendo que son parte íntegra del estilo visual de Pescador y aquí vemos ese estilo en pleno uso de su vigor y energía a lo que encima se suma su magistral manejo del color: si el blanco y negro que había manejado en Tenochtitlán me había dejado dudas sobre cómo sería él en colores, aquí aplasta felizmente todas mis reservas y hace honor a la extravagancia, grandilocuencia, locuacidad y demás adjetivos altisonantes y muchasletrescos que se me ocurran para describir la biografía de Diego Rivera, hombre que fue como México: lleno de vida y color; para dar, regalar y echar por la ventana.
Aquí no hay desperdicio: de las callejas amarillentas de Historia de su Guanajuato natal, en donde vive aún la leyenda del México de la Reforma con sus viejas momias convertidas en tiranos locales, atravesamos el París Bohemio poblado aún con los fantasmas del 2o Imperio hasta llegar a la era del cemento armado que desde Nueva York invade las señoriales calles de la Ciudad de México. Paisaje, anatomía y experimentación tienen todos cabida en esta maravilla de libro.
Poco necesita este libro que lo defiendan cuando ya por sí solo habla tan claro y alto, como deben hacerlo los buenos libros. Generaciones de México y de mexicanos se encuentran aquí para dialogar cara a cara con el Gran Mundo de tú a tú.
Después de tantos años de ver a Rivera ensalzado por todas las instancias es fácil caer en la actitud de chamaco contreras y empezar a descreer un poco acerca de una leyenda que empieza a desdibujarse en virtud de su propia grandeza. A veces, para recordar lo verdaderamente grande es buena idea contarlo con cierta familiaridad y frescura, características que encarna muy bien el formato de la novela gráfica. Lejos de las grandes monografías que a veces enajenan al aficionado, Diego Rivera de José Luis Pescador y Francisco de la Mora es una fresquísima mirada a un pasado que de tan grandioso puede incitar a descreer de él, sobre todo cuando incluso la oficialidad lo reclama como suyo.
Pero es real… Rivera fue verdaderamente un titán a la par de su leyenda y aunque él haya sido un mitómano, su obra habla con tanta verdad que a la fecha millones de mexicanos siguen identificándola como suya.
Este libro cumple no solo con darnos un inmenso gusto, sino con recordarnos lo grande que ha sido y es México… y de paso dar al traste con ese pesimismo simplón de niño-rata que plaga la visión pop sobre el país.
Contra los discursos chatarra, nada como una buena dosis de bondad, de belleza y de verdad.