Portada del libro Duerme, Cicatriz.
Portada del libro Duerme, Cicatriz.
Calificación recomendado de Rehilete
Calificación recomendado de Rehilete

Reseña por Memo Fromow

Duerme, Cicatriz (2025)
Nora de la Cruz
Tusquets
Libro: Novela

Que duro es habitar una piel.

Todos habitamos una piel; generosa, resistente y con algo de suerte, también hermosa. Aunque bien sabemos que un día se nos va a acabar la diversión, hacemos como que no: tal vez nos fulmine un rayo el día menos pensado y moriremos jóvenes, hermosos, con una sonrisota en el rostro que jamás conoció una arruga. Esos, dijo Amado Nervo, son los amados de los dioses. Para los que permanecemos aquí, bueno, nos toca pensar un poco más adelante, especialmente si somos de los que prevén que un heredero les garantizará la vida más allá de la vida, al menos por una generación más. Es bien sabido que esa inquietud es especialmente aguda en las mujeres, de las que se espera mucho más. Si eso es naturaleza o cultura, si el instinto maternal es real o no, es materia que no me toca discutir: materia eternamente vedada por una barrera física en lo biológico y de secreto en lo cultural. Cosas de mujeres, como dice la personaje de esta novela.

Y menos mal, hay secretos que son más una carga que otra cosa.

Esta es la historia de una joven profesionista, Evangelina (alias “Lina”) y de su educación sentimental que, colmada de silencios cómplices con los prejuicios, tuvo que aprender lecciones difíciles sin más guía que la cultura musical de principios de los 90´s y los secretos femeninos que se aprendían solo a la mala. Pues en el cruel y aristocrático mundo de las mujeres, el conocimiento es un arma más que se usa contra las rivales o las que simplemente no caen bien a las reinas del patio de recreo.

Nuestra protagonista es una una de esas chicas a quienes el capricho de la naturaleza dejó muy atrás en la república de las damas y se vio obligada a buscar en nuevos horizontes una vida propia para poderla vivir como quiere, aunque nunca dejó de preguntarse cómo sería esa vida de las chicas de caderas anchas y rostros angelinos que gobiernan desde las alturas de su desdén a hombres y mujeres por igual.

Esta preocupación adolescente por la belleza evoluciona para convertirse en curiosidad por la vida de las mujeres “plenas”, con marido, hijos y casa donde mandar. Años de expectativas incumplidas y desencantos amorosos, sociales, estéticos, etc., la han dejado con un sentimiento de exclusión que, muy a pesar de un carácter firme, no dejan nunca de significar una debilidad de la que los menos escrupulosos siempre sabrán como aprovecharse.

Sin embargo, esta es sólo la primera capa de la narración. Además de darnos el retrato emocional de una persona, la novela también es bastante detallada en cuanto se refiere a hacer conciencia en el lector sobre la fragilidad del cuerpo. Si tener uno es ya de por sí complicado, el modelo femenino viene con una serie de complicaciones adicionales que solo se agravan con la edad. Tenemos pormenorizadas (y muy educativas) lecciones anatómicas, descripciones sobre procesos fisiológicos, procedimientos quirúrgicos y demás fenómenos inherentes a vestir carne. No se espanten los más puritanos, esto no es una sesión de body horror, ni una bravata efectista, sino una invitación a conocer nuestros propios cuerpos: saber para prever y prever para obrar decían los viejos estirados a los que quizás habría horrorizado aplicar dicho lema a su propio cuerpo.

Tampoco se me aguiten los lectores que buscan placeres: Nora de la Cruz sabe contarnos una buena historia con la fluidez del cuentacuentos que no teme intercalar jalones de humor para sacudirnos la conciencia de nuestra mortalidad por un rato. Además de las reflexiones en torno a la instrumentalización de los cuerpos y la desolación emocional, nos da un retrato poco menos que exquisito del México optimista de finales del siglo pasado. Uno de los mejores momentos para ser joven, cuando los chicos campaban a su anchas por las calles y la música costaba un trabajo titánico de conseguir. Evangelina nos da un catálogo selecto de la aurora del grunge y el rock urbano antes de dar el salto a nuestros desabridos días de soledad adulta y Fiona Apple. La degradación progresiva de nuestros cuerpos no se siente tanto con un buen soundtrack.

Particular atención merece la honestidad de las experiencias vitales que componen el aprendizaje de Evangelina: su iniciación en los misterios del primer amor y el grunge de la mano de su mentora, la enigmática Isela (¿referencia a la Isela Vega de Juegos de Amor quizás?), prototipo de la guía del joven protagonista al más puro estilo del Bildungsroman pero en clave femenina y posmoderna: personaje particularmente bien logrado por cuanto espejo sincero del costo que tiene la belleza en alguien que ambiciona más que una vida doméstica. Tal vez su pupila logre llegar más lejos… o tal vez no.

En una nota personal, disfruté como no tienen idea la primera parte de la novela, que corresponde a la juventud de Evangelina. La ambientación tan bien lograda de mis viejos 90’s me tuvo entre nubes y durante ciento y tantas páginas casi me sentí con 14 años otra vez. Este sentimiento de nostalgia hogareña hizo para mí mucho más marcado el contraste con la soledad en la que vive la Lina del presente; más punzante la sensación de vulnerabilidad ante una agresión o una emergencia médica, y eso que ella ni siquiera está tan sola, al final del día tiene familia: la novela alcanza a darnos como tercer tema el abandono de los más débiles al final de la vida. Para allá vamos todos, pero más rápido los que no tienen más que su juventud como moneda de cambio.

Nora de la Cruz nos regala una novela no limitada a una justa denuncia de las debilidades estructurales que tienen en jaque el futuro no solo de las mujeres, sino de toda una generación. Es también la crónica de una época aún lo bastante cercana para que muchos de sus lectores podamos agregar una capa más de empatía a nuestra inmersión en la historia: Lina es una de las nuestras (aunque me lleva una década); una chica alternativa antes de que a los raros se les concediera el derecho a llevar su vida en santa paz; alguien para quien el siempre complicado proceso de dejar atrás la niñez y posteriormente la juventud se vieron complicadas por el rechazo sistemático.

Sí chilló, porque se vale chillar cuando el mundo te sigue dando hasta con la cubeta; pero también agarró piedras y siguió adelante. ¿Qué más nos queda?

Que terrible es la soledad, de esa que no bastan ni los amigos ni la familia para saciar y más terrible aún es cuando debe llevarse con la conciencia cada vez más acentuada de la mortalidad, y aquí parafraseo al gran Bonifaz Nuño, por tener que aguantar como los hombres (y mujeres) tanta pobreza, tanto oscuro camino a la vejez.

Pero como dijo también el mismo maravilloso viejo:

“Yo pienso: hay que vivir; dificultosa y toda, nuestra vida es nuestra”.