Portada del libro El Evangelista de Federico Gamboa.
Portada del libro El Evangelista de Federico Gamboa.
Calificación recomendada de Rehilete.
Calificación recomendada de Rehilete.

Reseña por Guillermo Fromow

El Evangelista (1922)
Federico Gamboa
La Prensa
Libro: Novela / Naturalismo

Dime que los odias, sin decir que los odias.

Federico Gamboa es de esos ponys de un solo truco: todos conocen a la archifamosa Santa. La meretriz de corazón de oro, amante de los malqueridos en un mundo sin amor; Santa con los buenos, paciente con los malos, buena con los niños y muerta en la flor de la vida en medio de atroces sufrimientos, dignos no ya de un santo sino de un mártir.

Pero estoy seguro que, si alguien pregunta qué otra cosa escribió el Don Federico Gamboín, pocos podrán citarla. Quizás algunos muy duchos dirán Impresiones y Recuerdos o su Mi Diario, que prologa el queridísimo José Emilio Pacheco. Y la verdad no los culpo, la verdad es que no solo yo mismo no hubiera podido decir más hasta apenas la semana pasada, cuando me encontré el título que hoy reseño en una pila de libros viejos; sino que a la verdad es que habiendo leído Santa ya más o menos sabes qué esperar de este hombre tan rancio como sentimental, que se compraba el whiskey por cajas para degustarlo antes de cada comida. Erudito de esos antes de la wikipedia, cuando costaba muchos empeños saberse alguna anécdota irrelevante pero sabrosa de algún monarca europeo del siglo XVIII o sobre alguna guerra perdida entre las páginas de libros viejos que ya entonces nadie leía.

El Evangelista al que su autor agrega el subtítulo Novela de costumbres mexicanas (etiqueta bastante común en la literatura del siglo XIX), es en realidad un cuento largo, el primero de tres que conforman la pequeña antología en la que la conocí y que reseñamos aquí también.

Este cuento es es, al igual que Santa, un dechado de desgracias sucedidas a seres angelicales en mal pago de su virtud y de la blancura de su piel (Gamboa en verdad insiste en esto, en este cuento y en los que siguen): viejos leales a Maximiliano a los que una República Liberal de abogados chicaneros y ebrios de victoria se dedican a hacerle la vida difícil a nuestros héroes, que no dejan de preguntarse hasta cuando les guardarán rencor, si nada más ayudaron a la invasión de su propio país.

En este caso, la víctima de turno es Moisés, un jovencito que se suma voluntario en las tropas que defienden Querétaro justo antes de la derrota final del Imperio y que por un momento de ofuscación pasará penando el resto de su vida, lisiado y malviviendo en oficios indignos, entre ellos, aquel con el que se nos presenta al inicio del cuento y que da nombre al mismo: Evangelista. Verán niños, en el tiempo antes de la escuela pública, la mayor parte de la gente no sabía leer ni escribir, de modo que cuando necesitaban comunicarse con alguien, requerían que alguien escribiera sus cartas por ellos. Para esos casos estaba siempre a la mano un “Evangelista” en la covacha más próxima al hogar. Un oficio mal pagado y cuyos practicantes tenían su cuartel general en la vieja Plaza de Santo Domingo, hoy cuartel general de los falsificadores de títulos universitarios. Mal que bien, la plaza mantiene una liga con el mundo de las letras.

Enumerar las desgracias del ya viejo Don Moisés sería echarles a perder el cuento, pero si conocen a Gamboa, saben que por más que las cosas parezcan mejorar, al final nada bueno puede pasarles a sus personajes. Verdadera proto telenovela que puedes echarte en una tarde de esas en las que crees que no mereces ser feliz y necesitas un cubetazo de realidad; pero no tanta. A fin de cuentas, esto sigue siendo un drama y además de la prosa recargada de Gamboa hay notas de cursilería que no le perdonarías a la vida real. Para la realidad de a de veras, sin sabor y sin piedad, basta salir a la calle.

A continuación tenemos El Primer Caso.

Este es el único acercamiento a la comedia que le conozco a Gamboa. También aquí vemos ex-imperialistas perseguidos por la República, pero con tan pocas ganas y de la mano de un personaje tan desparpajado como es nuestro protagonista Don Isaac, que más bien parece comedia de enredos antes que relato naturalista. Enemigo de la República, clasista y malgeniudo, Isaac Cortijo tiene una hija y la aventura comienza… Colegios de monjas, vecindades antes del Chavo y oficinas de gobierno son el ecosistema de esta charada de la vida mexicana después de la Intervención que, si bien tiene un final que para alguien como Don Isaac debió parecer el apocalipsis, hoy veríamos como cosa de todos los días y, quien sabe, quizás para algunos con cierta simpatía.

Gamboa no es un José Tomás de Cuellar ni mucho menos un Fernández de Lizardi, su sonrisa es más la de alguien que se ríe muy a fuerzas del chistarraco que suelta el chistoso del salón, pero el hombre se esfuerza en iluminar un poco la existencia de la siempre tristísima clase popular de la Ciudad de México. Es siempre un raro espectáculo ver reír a un hombre serio, o al menos intentarlo.

Pero si ya se te había compuesto un poco el humor, agárrate, que falta Uno de Tantos.

No por ser tan similar a la legendaria novela Nana de Émile Zola, deja de ser esta una de esas historias que echan a perder el día más alegre.

Carlos Winterhall es contador, pobre y serio, tan serio que cree que puede ver pasar el mundo sin nunca necesitar de nada ni de nadie. ¿Quién menos adecuado para caer perdidamente enamorado de una actriz de comedias?

Pero Gamboa es implacable: en su mundo hace falta dinero para todo, sobre todo para amar, y en el México de Díaz un oficinista como Winterhall, con todo y su apellido inglés, sigue siendo un pobre diablo que en toda su vida de privaciones ha podido a duras penas juntar 3000 pesos para impresionar al amor de su vida. Ni él ni su cuenta bancaria saldrán completos de este amor de cabaret, digno de una canción de Agustín Lara.

El amor, la pobreza y la chamba se comen a mordiscos a este héroe de opereta a quien más le hubiera valido cerrar los ojos, el corazón y la bocota.

Gamboa es un poco el mismo por donde lo veas: siempre triste hasta cuando quiere sonreír. Un caballero condenado a vivir y hacer la crónica de un pueblo semi-salvaje y esclavo de sus impulsos al que tal vez ni la educación ni el positivismo podían redimir; pero para eso estaba Porfirio Díaz, al que Gamboa veneró solo para verlo caer y llevárselo a él entre las patas.

Federico Gamboa vivió hasta bien entrados los 30’s y para alguien como él, el México posrevolucionario debió parecerle la encarnación de lo que todo lo que despreció, pero ahora hecho gobierno. Pero si su incurable clasismo le agregó algo a su obra, es que al menos sabe sufrir como un dandy mexicano: con la infinita paciencia de los santos y una gotita de veneno, del que mató a Gutiérrez Nájera, a Rubén Darío, al Porfiriato, a Santa y a todo el México Viejo.