Portada del libro El Hombre.
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Calificación favorito de Rehilete
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Reseña por Memo Fromow

El Hombre (2025)
Guillermo Arriaga
Alfaguara
Libro: Novela

Cuando un Hombre es la Historia: la fundación de los EEUU a 6 voces.

Frederick Jackson Turner fue un historiador estadounidense a quien debemos, en buena medida, la imagen de los Estados Unidos que tenemos hoy en día. Para él, el lejano oeste, tierra de promisión, fue lo que moldeó el carácter optimista de la nueva nación, donde quienes eran nada en Europa llegaban a ser magnates, potentados, gerifaltes, merced a la vastísima disposición de tierras y recursos “desocupados” que mediaban entre las costas de Nueva Inglaterra y California. Allí, en plena naturaleza, el Hombre con H mayúscula sacaba lo mejor de sí; peleando a brazo partido contra los elementos creaba una heredad que era su propio reflejo por cuanto era obra suya y solo suya, lejos de los antiguos poderes fácticos y de los gobiernos que habían echado a perder a las masas vitales de Europa. Que bonito.

Por supuesto, esa historia se lee muy diferente del otro lado de la frontera. Hoy sabemos (de hecho, siempre lo supimos), que ese avance se dio a costa de aplastar con paso de gigante a cualquiera que estuviese ya allí, puntos extra si era nativo o mexicano. Bien presumía Billy the Kid de haber matado a 21 hombres sin contar indios ni mexicanos, aunque hoy sabemos que fanfarroneaba. Y no es que fueran pocos: si bien eran de las zonas más despobladas del viejo México, suficiente gente había para que aún después de la infame guerra con los Estados Unidos, hubiera necesidad de matar paisanos y apaches al por mayor para dar paso a los colonos blancos. No es nada que no estuvieran haciendo antes, pero no deja de ser incómodo que una de las partes lo esgrima como una especie de logro moral. Más aún, lejos de la libertad absoluta del hombre solo con los elementos, historiadores posteriores (basados en el trabajo del propio Turner) probaron que el empuje al oeste no fue solo la ambición de grandeza y ansia de libertad: la colonización estuvo siempre financiada e impulsada por un complejo entramado financiero de banqueros, especuladores de tierras, industriales, políticos y demás fauna de la que los cuales se buscaba emanciparse, solo para que siguieran teniéndolos bien agarrados de la cartera desde sus despachos en la costa este, bajo la constante amenaza de embargos o desalojos violentos que muy a menudo acababan con alguien muerto. Inconvenientes de la libertad.

De ese poco comentado lado B del Destino Manifiesto es que se trata el soberbio libro de Guillermo Arriaga El Hombre. El solo título es de por sí ya muy sugerente en cuanto a las vastas implicaciones que encarna en un setting como la frontera mexicano-estadounidense. El Hombre que se hace a sí mismo, el Hombre que hace al mundo, el Hombre lobo del hombre, temas que vienen abordados prolija, continua, irónica y gráficamente a lo largo de sus casi 700 páginas. Temas vastos y profundos que el autor se ha tomado el tiempo de explorar a su gusto. No hay sorpresas, desde la contraportada es ya manifiesto que uno de los propósitos primordiales de la obra es explorar los orígenes del capitalismo estadounidense. Agárrense pues de donde puedan, porque esto se va a poner pesado.

El Hombre es un libro polifónico: el autor se vale de 6 personajes en 6 épocas distintas para contarnos la historia de un solo hombre: Henry Lloyd, encarnación por excelencia de todos los vicios y las virtudes que puede exhibir un estadounidense del Siglo XIX. Dicen que los grandes hombres no necesitan padres ni genealogías que los validen: el mundo empieza con ellos, antes, la nada, y efectivamente los orígenes de Lloyd son realmente irrastreables; los personajes a través de los cuales lo vamos a conocer nos hablan de él por lo que significó para ellos: para algunos, alguien al que conocieron en su dimensión más humana; para otros, la encarnación de un cataclismo, una fuerza de la naturaleza y para otros más, como un mito. De los Siglos XIX al XXI, Lloyd, El Hombre, sigue reverberando en la memoria del mundo.

Henry Lloyd, para el momento en que lo conocemos, véase, muy temprano en el libro, fue un hombre inmensamente rico; tan rico, que su riqueza ha sobrevivido los últimos dos siglos y sus descendientes capitanean ahora uno de los conglomerados empresariales más exitosos del mundo. El Hombre hizo su riqueza de las maneras más inmorales y brutales concebibles: invadiendo propiedades mexicanas en el territorio perdido por México tras la guerra del '47, asesinando a sus propietarios y reclamándolos como suyos. De ahí en adelante, se convirtió en ganadero, magnate de los bienes raíces y hasta de los ferrocarriles. Pero antes, mucho antes, tuvo una vida llena de aventuras igualmente salvajes: de ellas y de los que las sufrieron es que trata este libro.

Cada uno de los personajes que portan la voz de este relato tiene también un tono y una historia propias que contarnos; viven sus propias, complejísimas vidas, que Arriaga confecciona con tal detalle que los hace creíbles. Cada uno de ellos es un individuo en sí mismo fuera de la historia de Lloyd y que, sin embargo, las consume. Antes de Lloyd, ellos ya están inmersos en el misterio de sus vidas, resolviendo los enigmas de sí mismos como sus realidades mejor se los permiten y sus maneras de hablar así lo reflejan: del monólogo totalmente interiorizado de un hombre autocontenido como protesta ante la brutalidad del mundo, hasta el discurso de un narrador omnisciente que nos da cuenta de sucesos clave de los que quien sabe cómo se enteró, pero qué sabrosos son. La variedad de registros da cuenta no solo de las aristas de una historia, sino que también exploran y explotan una vasta gama de recursos narrativos que te llevan de lo más hondo de un personaje a lo más objetivo y despersonalizado. Guillermo Arriaga se prueba diestro navegante de todas las prosas hasta. Estamos ante personajes hechos y derechos, dignos de compartir el escenario con Henry Lloyd. Y vaya que este es un escenario muy grande que llenar: Dos siglos desde el Canadá hasta el viejo México pasando por toda la costa este en un momento de ebullición como fue el siglo XIX americano, y digo americano en sentido lato, por cuanto abarca también México, cuya dinámica histórica estaba ya desde entonces inextricablemente ligada a los vaivenes de la política y economía estadounidenses.

Es un experimento literario perfectamente bien controlado por su creador y, cosa rara, perfectamente legible y amistoso con el lector. No se trata de una narración convencional sino en muy reducidos tramos, pero aún así, está construida de tal modo que no representa un obstáculo para la comprensión de la trama y su desarrollo. Es una historia compleja contada de una manera original que no aliena a su lector.

Tenía rato desde la última vez que leía una obra de ficción narrativa TAN voluminosa, de modo que fue importante para mí recordar lo grato que puede ser llegar a conocer personajes vivos como solo la paciencia nos lo puede permitir: para que lleguen a ser tus íntimos debes pasar tiempo con ellos, conocer sus honduras hasta los más nimios detalles, solo así puedes empezar a sentir lo que ellos, a compartir sus penas y sus alegrías. No recordaba la última vez que interrumpí la lectura de un libro solo porque no quería ver el desastre al que se dirigían, aunque inevitablemente iba a tener que pasar por ahí. No en vano Guillermo Arriaga está detrás de algunos de los proyectos más importantes de las décadas pasadas en el cine mexicano. No cabía esperar menos de un maestro contador de historias, co-artiífice del éxito de un personaje como Gonzalez Iñárritu.

Dentro de la novela hay un personaje en particular que, sin ser émulo o, como dice la chaviza, self-insert del propio autor, parece compartir con él muchas de las preguntas e inquietudes que llevaron a Arriaga a escribir el libro. El Profesor McCaffrey busca conocer los orígenes de las grandes fortunas familiares que hoy deciden el destino de los Estados Unidos, y por extensión, de buena parte del mundo. El profe es un vitalista y pese a su propia existencia desabrida como catedrático, tiene más fe en el conocimiento de los hombres y de sus vidas y vicios personales para poder conocer el destino de las naciones que en las estadísticas o los modelos socioeconómicos bien lubricados. Lo mismo que Arriaga, también cree que el mejor modo para transmitir ese conocimiento de la manera más transparente es la narrativa antes que la árida prosa académica y, lo mismo que Arriaga, el profesor también escribe un libro titulado “El Hombre” que en el universo de la novela se convierte en un best seller. Esperemos que a nuestro libro le sea reservado un destino similar.
Este detalle, que puede parecer puramente anecdótico, habla muy claramente de las inquietudes como creativo que tiene el autor. Lejos de limitarse a escribir una épica, plena de momentos arrolladores pero política y moralmente neutra, es un claro llamado del autor a sumergirse en la mitología para ver los pies de barro del gigante, para desmontar creencias y leyendas que no nos pertenecen pero que se han colado hasta nosotros y que muchos dan por sentadas, casi naturales. Esta labor no pertenece propiamente al ámbito de la historia, sino como bien lo ha comprendido el autor, al de la literatura: hace falta una leyenda para desmontar otra, y no necesariamente se trata de crear una segunda leyenda dorada que sea el doble exacto de aquella que hace falta derribar, sino de crear una que nos confronte con la crudeza del ser humano y de la irracionalidad de la Historia que de esa crueldad deriva. Hay quien contrapondría a la leyenda con la Historia, pero yo creo que la Historia, al menos aquella que llega a ser conocida por el gran público, no es tanto la que llega a conocerse en virtud del rigor crítico y la meditada labor del investigador, sino una versión tan manoseada que no es más que otra leyenda: es parte de la manera en que almacenamos información como individuos que viven en el seno de una comunidad; la verdad se oscurece inevitablemente bajo tantas otras consideraciones.

Mark Twain pasó la segunda mitad de su vida amargado y cada vez más desilusionado de su propio país, cuya conducta para con otras naciones en el exterior y con sus propios ciudadanos en el interior le parecía crecientemente inmoral. Para él, lo mejor del espíritu estadounidense se había perdido con la Guerra Civil: de aquella idílica nación igualitaria conformada por pequeños propietarios celosos de una libertad sencilla (excepto para los negros) quedaba para entonces ya muy poco, dominada como quedó por una élite plutocrática que sometía al resto de la nación mediante el abuso de riqueza del que nadie estaba a salvo en la medida en la cual el ferrocarril eliminó el idílico aislamiento que permitía la supervivencia de comunidades autosuficientes. Para ser francos, salvo algunos avances tecnológicos, eso ya pasaba desde antes de la guerra y todo apuntaba que la cosa ya iba para allá desde más temprano: no es casualidad que muchos estadounidenses miraron la agresión contra México como el germen de un cataclismo por venir, como el fin de un viejo mundo para dar a luz a uno nuevo, más magnifico y mucho más cruel.


La confrontación entre los texanos y los mexicanos y la posterior destrucción de los últimos de la manera más indignante posible es un evento poco abordado en la historiografía nacional, pero ejemplar en cuanto ilustrativo de la manera en que los capitales se forman desde cero: la Historia se hace entre fango y sangre y siempre ha sido así. Solo después de muchos años y baño tras baño de pureza en aras de moralizar los crímenes detrás de toda gran fortuna es que nace la leyenda. Las leyendas que hacemos en torno a los grandes crímenes exitosos (o en torno a cualquier cosa, realmente) son un esfuerzo por intentar darle sentido a una serie de acontecimientos que simplemente pasan: matan, queman y destruyen sin darle explicaciones a nadie. Los héroes surgen no necesariamente como producto de la virtud, sino que algunos los son por encarnar a la perfección una época o un pueblo. Cuando ese héroe no puede serlo para otros, en su ausencia solo queda la ruda naturaleza, sin que por ello deje de haber leyenda. La leyenda de los siglos, en la que algunos ganan y otros pierden; en la que mueren los inocentes y triunfan los fuertes antes de ser vencidos todos por la muerte, que poco sabe de letras ni de cuentos.

Como la Historia, ella solo sucede.