




Reseña por Augusto Montero
El Libro de Piedra (1969)
Carlos E. Taboada
Producciones AGSA
Película: Terror
Algunas amistades son muy peligrosas.
¿Alguna vez llegaron a tener, queridos lectores, un amigo imaginario? Y si fue el caso ¿era un buen amigo? Ya saben, invitarlos al cine, prepararles alguna comida rica, escucharlos cuando tenían problemas… vamos, lo que hace un verdadero amigo. Quizá en este momento se detengan en la lectura y me cuestionen: ¡Oye un amigo imaginario no puede hacer nada de eso! Y yo les respondería: “Lamento informarles que en realidad no lo hace porque no es su amigo. Porque el que quiere a alguien no se excusa en sus limitaciones corporales para mostrarles afecto”. Eso es lo que me enseñó otro clásico del cine de terror mexicano: El libro de piedra.
Tras el éxito abrumador de Hasta el viento tiene miedo, "el Duque del Terror" se aventuró en un nuevo proyecto que combinó la brujería, la soledad y la imaginación. La película nos narra la historia de Julia Septién, una experimentada institutriz que llega a la aislada casona de campo del millonario Eugenio Ruvalcaba para cuidar a su hija, Silvia. Desde el principio, la atmósfera se carga de tensión, pues Silvia exhibe comportamientos extraños, atribuidos a un trastorno mental por sus padres. El nudo de la intriga se desata con la figura de Hugo, el supuesto amigo imaginario de Silvia.
Lo que comienza como una tierna fantasía infantil, pronto se revela como algo mucho más siniestro: Hugo es en realidad la estatua de un niño que sostiene un libro, traída de Austria y estratégicamente ubicada cerca del lago de la propiedad. La obsesión de Silvia con esta figura es solo el preludio de una serie de sucesos inexplicables que azotarán la casa, desde sombras en las ventanas hasta objetos que aparecen y desaparecen a voluntad. La película nos sumerge en una espiral de terror cuando Silvia comienza a revelar los orígenes de Hugo: el hijo de un poderoso mago y custodio de un libro de magia negra capaz de resucitar a los muertos. La incredulidad inicial de los adultos se desmorona ante inquietantes coincidencias y el descubrimiento de indicios de brujería en los juegos de la niña. La revelación de una sirvienta sobre los extraños rituales de sal de Silvia y su supuesta habilidad para revivir criaturas, lleva a un antropólogo a confirmar que los dibujos de la niña son, alarmantemente, signos de magia negra medieval.
Si tu amigo imaginario no usa sus poder para ayudarte a hacer tu vida más interesante, pregúntate: ¿realmente es tu amigo? La razón por la cual esta obra es tan buena es porque incursionó en un tema poco abordado en su tiempo: el terror infantil. Y no me refiero a los niños siendo asustados, sino más bien ser la causa del miedo. Cuando se trastoca lo “conocido”, entendido como aquellas “fórmulas de vida” que permiten tener una existencia apacible; el miedo nos invade puesto que si el mundo no funciona cómo toda nuestra vida hemos pensado funciona, ¿entonces sobre qué estamos parados? Cuando algo que debería ser inocente se vuelve la causa de tu miedo, no sólo es terrorífico por el hecho en sí, sino porque entonces entramos en el tramo de lo des-conocido (es decir, no reconocer algo que siempre hemos creído entender).
Esta genial obra, si bien no consiguió el éxito que su predecesora, sí logró consolidar a Taboada como un director que sabía contar historias de terror y creó una corriente de la cual muchos otros directores eventualmente beberían -mención especial a nuestro querido Guillermo del Toro-, sin mencionar que más de un espectador, seguramente, vio con recelo a alguno de sus niños cuando este le dijo señalando al vacío: “Mira papá, ahí viene mi amigo”.