Calificación recomendado de Rehilete
Calificación recomendado de Rehilete

Reseña por Lalo Enríquez

Entretenimientos Poéticos (1832)
Manuel Navarrete
Imprenta de Valdés
Libro: Poesía

En la frontera de un México nuevo se quedó un poeta de los campos, para el que el amor fue humildad, simplicidad e inocencia.

Nos encontramos con frecuencia que la mayor parte de los artistas y escritores de México hasta antes de la Independencia participaron (de una u otra forma) en la estructura de la Iglesia. No debe haber duda del inmenso poder económico y sobre todo cultural que dicha institución alcanzó en nuestras tierras, y que la colocaban en una posición privilegiada para auspiciar y hacerla de patrona de los mayores creadores de su época.

Obviamente que la libertad creativa era muy, pero que muy limitada si comparamos con la de nuestros tiempos. No obstante, como pasó con Sor Juana y tantas otras figuras del mundo de las letras, es curioso notar que no eran pocos los que acudían a la Iglesia para facilitarse una vida de estudio, reflexión y creación; que no en todos los casos estaba dedicada exclusivamente a la alabanza a Dios. En ese sentido, ya fuera con su bendición o a sus espaldas, la Iglesia terminó por patrocinar la intelectualidad y el arte incluso de expresiones en las que la fe no tenía realmente mucho que ver.

Caso claro de ello es el que aquí nos interesa: Manuel de Navarrete. Este hombre nacido en Zamora, Michoacán, en 1768 aprendió latín desde temprana edad y en su joven adultez, habiendo caído su familia en la miseria, decide adentrarse en la formación teológica. Esta decisión le hace pasar por catedrático, predicador, párroco y guardián de convento, así como también le permitió recorrer La Nueva España y vivir en sitios como Ciudad de México, Celaya, San Luis Potosí, Querétaro, Valladolid, Silao, Rioverde y Tlalpujahua.

El tema es que uno no sospecharía de esa trayectoria religiosa al leer su poesía, que es la labor que ha rescatado en cierta medida su figura de los archivos históricos. Se puede decir que prácticamente la totalidad de su obra poética está dedicada al amor romántico y la ensoñación incansable de las mujeres.

Ante la evidente contradicción que eso implicaba respecto a su voto de castidad y su posición como sacerdote, el autor lo justificaba aludiendo a recuerdos de su juventud y diciéndose inspirado por las historias de personas cercanas a él. Creerle o no es algo en lo que quizás mi juicio no sirva demasiado; solo pienso que alguien que escribía de esta forma respecto a los sentimientos de amor y atracción claramente no era ajeno a sus encantos ni a su poder, ya fuera por experiencia o por poderosa imaginación.

De Navarrete aborda en particular el mundo del amor juvenil, en contextos pastorales y rurales donde predominan los aires de campiña, la adoración por la naturaleza y una honesta ingenuidad que lo impregna todo. El zamorano bautizaba a sus personajes con coloridos nombres: Clorila, Anarda, Celia, Lisi; aunque solía narrar en primera persona la voz masculina, de repente también nos deja ver los nombres de sus identidades asumidas: Silvio, Fileno, Salicio. El amor entre estos personajes es correspondido la mayoría de las veces y, en las pocas que no, se nos muestra que el verdadero amor no desiste y tarde o temprano logra el embelesamiento del corazón amado.

A pesar de su tono campestre, la poesía de este autor tiene un aire absurdamente europeo: códigos caballerescos, sentimientos medievales, y referencias latinas o helénicas hasta más no poder. En realidad, es poco en estos versos lo que podría sugerirnos el verdadero origen geográfico de su creador.

En sus textos enaltece también valores como la humildad, la simplicidad, la inocencia y la honestidad. La oda tercera de su poema ‘Innocencia’, está hermosamente dedicada a la simplicidad, y en ella presenta una metáfora sobre como dicha virtud cayó del cielo e hizo amable el lecho de los humanos, hasta que llegó el engaño y la ahuyentó; por lo que ahora la simplicidad vive entre la yerba, las aves y los mansos corderos.

Quizás lo más impresionante de este hombre sea su carácter y temperamento, que le merecieron el respeto de quienes lo conocieron, por allá en los lejanos siglos XVIII y XIX. Al menos por lo visible desde nuestro empolvado catalejo histórico, parece que Manuel de Navarrete vivía bajo muchos de los preceptos y valores que sus poemas esbozaban.

Se dice por ejemplo que, renegando de la soberbia y la ambición de ser recordado, aprovechó cuando estaba en su lecho de muerte que su cuidadora había salido a cumplir con un mandado para incendiar los manuscritos de su obra; sin duda una pérdida tristísima. En ese mismo sentido se pronunció el poeta cuando mandó a su hermano parte de su obra, que este le pidió para publicarla:

Por último, te encargo,

que no pongas mis versos

donde malignos momos [burlas]

tal vez puedan morderlos.

Después más que descuides

de ratones perversos

de crueles polillas,

y otros animalejos.

Aquellos [las burlas] son peores,

porque aunque estos, es cierto,

que devoran las hojas;

pero el honor aquellos.

Y en este caso, estaban

mejor mis pobres versos,

como en triste sepulcro,

en un estante viejo.

Manuel de Navarrete murió finalmente en 1809, solo un año antes del inicio de la lucha armada por la Independencia. Este libro sería publicado póstumamente cuando México ya era un país soberano. Por ello podemos decir que con él murió un México que todavía no lo era, y que a partir de ese 16 de septiembre de 1810 buscaría con ansia y desesperación los pedazos de una identidad que en el autor zamorano no fue más que mera y universal humanidad.