Portada del libro Fango.
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Calificación recomendado de Rehilete
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Reseña por Memo Fromow

Fango (2025)
Guillermo Fadanelli
Random House
Libro: Novela

Fangos de aquellos lodos: de filósofo a hombre en un disparo.

Dicen que lo doctor no quita lo pendejo. El ser muy ducho en una cosa no exime de ser un completo asno en otras, por no hablar de lo cretinos en que convierte a algunos la indigestión de conocimientos.


Pocas personas lo saben y lo expresan con tanta virulencia como Guillermo Fadanelli. Ciertamente requiere un sabihondo para identificar a otro: la obra de mi tocayo combina, en la vena del escritor maldito, la exquisitez y la erudición con el absoluto desprecio hacia el intelectualismo. Tanto dentro, como fuera del papel, el hombre se ha movido en el filo de la cultura, siempre más próximo a las formas más disidentes y alternativas de la misma que al cálido abrazo de la academia y a los clásicos, perdiendo para siempre el cielo de la consagración… pero algo me dice que le vale madres: a todos nos queda el consuelo de haber elegido nuestras desgracias.

Como un buen discípulo del adorable briago Bukowski o del ácido Chuck Palahniuk (y seguramente de muchos más por el estilo que ni conozco porque la neta esos cuates me revientan), Guillermo Fadanelli nos demuestra que es genio y figura hasta la sepultura trayéndonos de vuelta, desde su literaria tumba a un personaje que muchos seguramente ya creían muerto y lo que le sigue, porque para las almas condenadas, la miseria es algo que va más allá de la tumba. Desde el lejano año 2008, regresa el odioso y eternamente ebrio profesorete (énfasis en sorete) Benito Torrentera, protagonista de la novela Lodo (estrenada en 2008, por si quedaba duda), más ebrio y más miserable que nunca, si es que eso era posible.

Aunque yo no leí la precuela, la verdad es que conociendo a Fadanelli como lo conozco desde que leí Educar a los Topos y El día que la vea la voy a matar, no creo ser muy aventurado al suponer que el profe no ha cambiado mucho desde que apareció por primera vez allá cuando yo iba en la secundaria.

La última vez que sus lectores lo vieron, Torrentera estaba purgando condena en un penal de Michoacán por asesinar a dos maloras que se metieron con el único amor de su perra vida, la eterna Flor Eduarda de sus recuerdos. 17 años después, (aunque muchos menos en su propia cronología interna) el profe es excarcelado por disposición de su aún más despreciable hermano, el licenciado de las estrellas y de los corruptazos, Esteban Torrentera, que lo necesita para encargarle un trabajito digno de un erudito de arrabal: la redacción de una biografía del más triste y derrotado de los héroes de la Reforma, el general Santos Degollado, célebre por no haber ganado nunca una batalla, y si lo hizo, nadie se acuerda.

La verdad es que el profe es de esa gente que nada más no se deja ayudar, y aunque este encargo parece preludiar el inicio de una elegante aventura al estilo de Aura de Carlos Fuentes, el profe se las arreglará para hacer del encargo un soberano y depravado despiporre de aquellos, sobre todo cuando entra en escena su sobrina Irma Rosario, una Femme Fatale en toda regla, para tentarlo a desviarse del camino de la seguridad económica y de la integridad física y moral; total que de todas maneras nunca le importó. Esta cínica adolescente es un retazo suelto de la inmensamente miserable familia de Esteban, que se acerca a su odioso tío buscando molestar a su papá hundiéndose aún más en la miseria del hedonismo sólo para toparse con que, el que con lobos se junta, a tocarse el corazoncito se enseña: eso sí, de una pervertida y absolutamente decadente manera que atraviesa por el incesto, la ebriedad y una escort en coma después de caer por la ventana.

Pero no todo apesta en la vida del viejo: como no hay mal que por bien no venga, el destino y el vicio, de un extraño modo (porque la presencia de lo raro es una constante) conectar con las personas a su alrededor, personas que sin deberla ni quererla, descubre que lo aprecian, lo quieren y peor tantito, que él también lo hace… muy a su modo. Qué raro ¿no? Así que cuando el peligro toca a la puerta, tal vez resulte que este pinche teporocho todavía sirve para algo más que hacer poéticas e ingeniosísimas rabietas.

Seguimos el extraño proceso de regeneración moral del profesor Torrentera; porque sí, a pesar de ser una novela tan insistentemente provocativa al punto que resulta agotadora la ironía acumulada en 300 páginas, esta es una reinvención de Bildungsroman en cuanto no se trata de la construcción de un joven que aprende a vivir, sino la re-construcción de un hombre que ha vivido demasiado. Pero que, aunque en ningún momento deje el alcohol, ni el vicio, ni de enrollarse con su sobrina, pasa a ser algo más que un viejo odioso: transitamos de un hombre que no cree en nada de lo que dice ni escribe, a alguien que, para variar, recuerda lo que es el amar más allá de sus propias gónadas, y que de nada sirve un mar de “conocimiento” si no se reúne el coraje de enfrentar la vida. Al fin que no es como que la disfrute mucho de todos modos.

Los héroes (o lo que sean) no siempre ganan, de hecho, los hay que no hacen más que perder, como Santos Degollado.

Debo decir que para mí esta novela fue una montañita rusa. Me fue difícil aclimatarme al cinismo y provocación de la novela: cuesta acostumbrarse al incensante reflujo mental del profesor Torrentera que constituye el grueso del texto. Como dije arriba, es agotador el seguirle el paso al incesante caudal de pensamientos siempre ácidos, invariablemente pesados del protagonista por mucho que se expresen en frases y aforismos de afilado ingenio (aunque no siempre den en el blanco). El constante recordatorio que el profe nos hace de cuán poco valora todo lo que hace o dice, o de lo que hacen o dicen los demás resulta cansino al llegar al centenar de páginas, si no es que antes. Ante esta pesadez que, lo confieso, me tuvo a muy poco de cerrar el libro y a otra cosa mariposa, decidí incurrir en una travesurilla: en un momento estaba tan plenamente seguro de como terminaría el libro que me dije “adelantémonos un poco, total que ya sé para donde vamos” y de la página 120 me adelante a la 287. El cambio de tono fue tal que empecé a leer al revés tratando de localizar el punto de quiebre de la narración, y así, en reversa, llegué al punto de partida libre del hastío que me hizo meter turbo la primera vez, sabiendo que detrás de tanta bilis, latía un corazón y una lección que la elevó por encima del insípido nihilismo adolescente al que pensaba se dirigía.

Lo doctor no quita lo pendejo, ni el conocimiento por fuerza te hace sabio: de esta observación es que parte en muchos casos la postura del anti-intelectualismo, que, por absolutamente irrazonable que suene el término, no está exento de fundamento. La desconfianza hacia el merolico sabelotodo que a la hora de la hora no hace nada por nadie pese a tener media Atenas en la cabeza es producto, si me preguntan, de los efectos perniciosos que demasiado a menudo se observan en quienes acumulan muchas letras pero poca vida: del mismo modo que mucho conocer no da la sabiduría, muchos años y muchos vicios no equivalen a bien vivir, ni eventualmente, a bien morir. Para bien o para mal, vivimos los unos para los otros, y es a la hora de ver que tan lejos podemos llegar por alguien más que se distingue al simple filósofo del hombre de verdad.