


Reseña por Memo Fromow
Fieras Interiores (2025)
Andrés Cota Hiriart
Random House
Libro: Novela
Los infinitamente pequeños: microbiología novelada para principiantes y humanistas.
En nuestra infinita y por momentos bien justificada vanidad como creación consentida del universo, los humanos hemos pretendido disociarnos y considerarnos una cosa aparte, por fuera de los procesos más groseros, pero a la vez más vitales y orgánicos del mundo: mucha moral y mucha técnica, sí, pero después de todo somos los mismos encantadores changos de toda la vida con menos pelo y más seso. Esta postura, que es la verdad ya un lugar común, ha permitido, sin embargo, ampliar enormemente las fronteras de la concepción y la investigación biológica al punto de alcanzar niveles de comprensión acerca de la relación del ser humano con el resto de la naturaleza; que hubieran sido inconcebibles para la aún muy pacata ciencia decimonónica y menos aún para el recatado barroco cuya estética y moral parece, sin embargo, seguir rigiendo no solo las conciencias de tantos, sino también hay un poco de él en los caleidoscópicos procesos que, hemos aprendido, hacen posible la vida humana como un eslabón más (tan vital como cualquier otro) de la larga cadena biótica.
Andrés Cota Hiriart, biólogo y escritor (entre otras profesiones) que recuerda con esa combinación a Federico Arana, nos entrega este libro híbrido entre crónica familiar y oportunidad para desbordar un torrente de conocimiento hiper-específico acerca de un fenómeno que aún hoy, creo, no acabamos de aceptar en toda la terrible extensión de su verdad: nuestro papel como vectores, anfitriones y alimento de otro pequeño mundo, irónicamente varios millones de veces más vasto que el nuestro. El de las bacterias, microbios, protozoarios, parásitos, bicho, animalitos, ácaros, lombrices y varias miles de multitudes más de criaturas cuya enumeración sería tan larga como la edad del universo…
Nuestra historia comienza cuando a nuestro narrador lo invadió un peligroso parásito que estuvo a muy poco de meterse con su ojo y posiblemente con su cerebro a raíz de una tabla de sushi barata. Una pequeña anécdota para concientizarnos no solamente de la facilidad que es caer en las crueles redes de la complejidad biológica, de cuyos inclementes mecanismos nos creemos a salvo por obra y gracia de la medicina moderna y por nuestra (insisto) aún muy barroca imaginación: nada de eso señorito, usted aún es poco más que una masa de carne tan sabrosa para los gusanos como son los filetes de res para nosotros.
Hiriart dereza esta primera breve crónica con una plétora de términos propios del ejercicio de la biología que resultan difíciles de seguir para el público lego (al que pertenece, por ejemplo, sus seguro servidor), pero al que lo intimidante se lo quita el amistoso desparpajo y sinceridad con que nos viene relatado y aclarado: fiel sello de calidad de Hiriart como divulgador de la ciencia y narrador que ha sido en estos años.
Ahora bien, esta es apenas la puerta de entrada que nos ofrece el autor para darnos a conocer algunos de los postulados y hallazgos más recientes de la microbiología en cuanto a la soterrada pero decisiva influencia que los infinitamente pequeños ejercen sobre nuestra especie desde que compartimos el planeta con ellos, o más bien, desde que ellos lo comparten con nosotros. Como ilustración de la tesis central del libro, Andrés nos comparte también un pedacito de su intimidad, tan íntima como esos retazos familiares que antes se guardaban con vergüenza y rencor, negándolos rotundamente cada que alguien sospechaba que pudieran existir: la enfermedad mental de un familiar, en este caso concreto, el de su abuela Tita, recordada y, supongo que de alguna manera homenajeada a través del muy realista recuento de sus últimos y muy esquizofrénicos años junto a su familia, cuyo ritmo vital siguió el de su propio deterioro mental.
Ahora bien, el autor nos lanza una hipótesis interesante basada en investigaciones recientes respecto a los efectos de la microfauna en nuestro cerebro y las maneras en que entramos en contacto e interactuamos con ella: tal vez la enfermedad de su abuela y por ende, de muchas otras (y más aún, de tantos otros fenómenos), pudieran tener su origen en algo más que un desbalance anímico con bases puramente psico-genéticas… A la par de la historia de su abuela se nos presenta la descripción amistosamente pormenorizada del proceso reproductivo con que la infame toxoplasmosis acaba como inquilino prácticamente permanente del cuerpo humano. Este proceso es ya tan conocido por lo intrincado e improbable que resulta (y sin embargo sumamente exitoso al punto de ser un parásito bastante extendido), que se ha vuelto un meme de internet. Lo que es nuevo es la influencia que el autor y otros divulgadores científicos que nos presenta en el texto, le conceden como determinante de muchas conductas mayoritarias: desde la imprudencia al manejar al deterioro cognitivo a raíz del alojamiento que el huésped toma en el sistema nervioso.
Por supuesto, la toxoplasmosis abarca una parte reducida del elenco que nos presentan en este libro: alternados con el libro de inquietantes e incómodas estampas familiares, se nos presenta también un micro teatro de algunas otras bacterias con procesos igualmente rebuscados e improbables (y, sin embargo, de nuevo, exitosos) pero basados siempre en un discretísimo sometimiento de la voluntad del cuerpo anfitrión a las necesidades de su nuevo ocupante. Además del interés puramente científico, esto también nos enrumba un poco hacia la eterna discusión sobre la ilusión del libre albedrío y cómo de real puede considerarse cuando un solo elemento, uno de tantos, puede condicionar tan silenciosa y a la vez tan decisivamente la conducta de una criatura pretendidamente superior como es el respetable público. Véase, los seres humanos.
Una discusión barroca de adentro hacia afuera: gargoleados, plétóricos de circunloquios y requiebros biológicos los mecanismos de que se valen las heces de la tierra como celestes las implicaciones sobre los excelsos y terribles entuertos tocantes a la fe, la libertad y la divinidad.
Ejem… Barroco el asunto, como dije.
Toda la vida he tenido un problema con la divulgación de la ciencia: todo parece en los libros tan sencillo, tan claro a los ojos del investigador que toma esta tarea a su cargo que, en virtud de su propia familiaridad con los fenómenos, parece dar por sentados contextos y/o procesos intermedios cuya omisión o minimización oscurecen su comprensión para su público final. O a lo mejor solo soy muy mal lector en cuanto a ciencia se refiere. No sé. Lo relevante para el caso de este libro, es la transparencia y aire de casual cortesía que Hiriart imprime a la descripción de los procesos biológicos de los que habla sin perder la especificidad y el rigor vitales en la labor de la divulgación: si bien uno como fuereño del mundo de la biología puede verse un tanto intimidado por la profusión de términos raramente usados fuera del mundillo científico, el tío Hiriart nos recuerda que esto también tiene mucho de charla casual y nadie te va a hacer examen después de esto. No vas a reprobar nada. Claro que tampoco te haría ningún daño leer este libro con especial acomedimiento para recordar algunos datos que pueden ser de especial interés más allá de escupirlos cual ametralladora de datos curiosos en conversaciones en las cuales necesites quedar bien: la divulgación científica sirve para muchas otras cosas. Mera sugerencia.
Este un libro tutifruti y tiene un poco de todo: crónica, divulgación, biografía y hasta algo de novela, pero no conviene esperar solo un relato; el libro requiere de la tensión que un escolar debe a un profe que, sin embargo, se deja y hace querer: avienta algunas bolitas de papel en el ínter, pero no pierdas el hilo, que hay tipos de conocimiento que requieren de algo más que voluntad lectora. Mucha atención.
Parasites es una canción del genial cantautor Daniel Kahn en la cual, con su acostumbrado ritmo de klezmer de judío oriental, nos describe con música los grotescos pero fascinantes mecanismos de algunos de los mismos parásitos que Hiriart nos presenta en el libro. El primer verso que aquí traduzco del inglés nos dice: "La naturaleza tiene una manera de conmoverte por dentro / es una lección que todos deben aprender".
Barroco y desbarroquizante es el efecto de este libro. Aunque no lo parezca, al menos aquí en el Orbe Indiano seguimos viviendo en un tiempo de santos e inquisidores: barroca es nuestra concepción del mundo, del que nos presumimos ajenos y por eso mismo, señores; pero dolorosamente mundana es nuestra existencia. Barroca es la naturaleza en su infinita, e insondable complejidad, pero barro y carne es nuestro cuerpo, tan lejano de las estrellas y del cielo de los que llegó. Y mientras buscamos el camino de vuelta al éter estelar, hay que asumirse uno con la tierra en que vivimos para hacernos uno con el universo.




