




Reseña por Memo Fromow
Gel Azul (2009)
Bernardo Fernández Bef
Fondo de Cultura Económica
Libro: Novela
Novela negra color azul.
Desde hace ya mucho tiempo que la ciencia ficción dejó de ser el entusiasmo por las maravillas que la ciencia y la técnica nos deparaba para cambiar las sociedades en utopías que eran el rival laico del paraíso: ahora y desde hace décadas parece una competencia por ver quien puede crear el infiernito más desmoralizante y desolador para arruinar tardes enteras y, ya de paso, tu fe en el futuro. Pensábamos que la ciencia cambiaría a sociedad, pero en su lugar, la usamos para acentuar las desigualdades sociales, la brecha tecnológica y si no nos cuidamos, en esas y nos encontramos como en la novela de Bernardo Fernández, Gel Azul.
En un futuro que recuerda a esa imagen que seguro te habrás encontrado en internet de un pecero volador haciendo parada en una distópica CDMX igual de saturada y sucia que cuando no había transporte público flotante, y si no en ese futuro entonces en uno muy similar, los ricos del mundo viven apartados del resto de la sociedad por medio de simuladores de realidad virtual potenciados por el gel azul del título. Estas máquinas dan acceso a una realidad virtual donde el usuario puede hacer y vivir prácticamente lo que quiera, no hay límites. Además, permiten al usuario estar conectado a esta realidad por tiempo indefinido: entretanto el cuerpo es alimentado y mantenido en buen estado por el gel azul. Y aún así, Gloria Cubil, la hija de uno de los empresarios más ricos de México y Latinoamérica, se las arregla para hacerse miserable ella solita a pesar de tener el mundo virtual a sus pies. No ha salido de la máquina en años e importantes partes de la novela consisten en narrarnos su frustración al ver como sus caprichos no la satisfacen ni tantito en un ciberespacio hiperrealista que se adapta a cada capricho suyo, pero en el que se siente más sola que la última coca cola del desierto ¡Justo como en la vida real!
Tanto ha vivido con la cabeza metida en su propio recto que en el mundo real ella ha sido violada e incluso parido un hijo… sin siquiera darse cuenta. El caso es un escándalo y solo un hombre puede resolverlo: el vicioso y avejentado hacker devenido detective Crajales, salvo que está en bastante mal estado, no tiene experiencia en casos importantes y está biológicamente imposibilitado para seguir el caso en el ciberespacio, lo cual ayudaría bastante. Tal vez de hecho no sea el mejor, en absoluto. De hecho, no es para nada el mejor: ni siquiera medianamente indicado ¿Qué pasó ahí? Pues bueno, este viejales, que por cierto me recuerda muchísimo a Filiberto García de El Complot Mongol (¡cuya película ya reseñamos aquí en Rehilete!) va a meterse bien adentro en este agujero del conejo que lo llevará al corazón de un mundo podrido, atenazado por las conspiraciones urdidas en los altos niveles de megacorporaciones corruptas y el complejo militar-industrial ¡Más militar e industrial que nunca!
Desde las primeras líneas se nota que BEF ha abrevado de los grandes de la ciencia ficción… y de su decaída visión social: las visiones apocalípticas sobre sociedades de vigilancia donde campa la injusticia, empeorada por el uso policial que se le da a la técnica están aquí como en el mero mole de autores clásicos. Especialmente claros son los ecos de Philip K. Dick y Ursula K. Le Guin. La sombra de la inminente catástrofe ambiental creo identificarla, eso sí, más con La Leyenda de los Soles de Homero Aridjis, que con algún autor fuereño, aunque a estos tampoco les falta el catastrofismo ecológico.
El referente más inmediato que salta a la memoria apenas leer la contraportada es Ready Player One, la novela adaptada a película de Ernest Cline, con el giro de tuerca de que BEF escribió este librito (suspiro de sorpresa) ¡casi 10 años antes que Cline! Eeeeehhh, a que no esperabas esa, hombre poca fe en el ingenio nacional. Aunque la verdad, si bien no conozco tan a fondo el ámbito de la ciencia ficción, me cuesta creer que el concepto de realidades artificiales alternativas no estuviera muy manoseado ya para los tempranos 2000’s. Sería cosa de rascarle un poco, pero igual es digno de nota.
Estamos frente a un libro ligero que fácilmente puedes echarte en una tarde: está escrito con una prosa ágil, más centrada en la acción que en los detalles: aunque de pronto le entre el afán descriptivo, pronto vuelve a dejar el sitio a la acción detectivesca. Eso sí, el progresivo desenvolvimiento de la trama policial, que teóricamente es el centro de una novela negra como es esta, se siente más como una excusa para presentarnos un típico cuadro cyberpunk con sus desoladoras estampas de miseria social y la ruina ambiental a todo lo que dan. Las pistas que desenredan la madeja son a veces muy obvias y se obtienen con demasiada facilidad como para creer que algunos de los entes más poderosos del mundo hayan hecho un tan pobre trabajo para cubrir sus huellas. Finalmente, la resolución de la intriga llega gracias al super conveniente “olfato” de nuestro detective más que por las pistas que tenemos a mano.
No te confundas, la ambientación claustrofóbica e inquietante de un mundo ido al demonio se logra desde las primeras páginas y se mantiene vigorosa durante el resto de la novela. Yo, antes que nadie, estoy más complacido por un ambiente que por un ingenio a la Sherlock Holmes…aunque no me disgusta para nada ver los dos a la vez.
Gel Azul es más un thriller que ciencia ficción: no deja de ser curioso que en este mundo del futuro la realidad virtual se haya perfeccionado tanto y sin embargo aún existe la Sección Amarilla, aunque no haya teléfonos celulares para usarla.
Es un gesto de honradez de BEF el haber dejado la historia original así para su reedición actual y nos habla sobre cuáles son sus preferencias y las áreas donde más brilla su talento: él va antes con Dashiell Hammet que con Isaac Asimov. No tiene el don de la profecía de la gran ciencia ficción, pero pone el dedo en la llaga en cuanto a señalar, como lo ha hecho el género desde hace ya mucho tiempo, de los peligros inherentes a poner en muy pocas (y muy perversas) manos, un poder que a veces ni las más hábiles saben manejar. Y por supuesto, de la soledad en que nos deja el creer que podemos prescindir del elemento humano solo porque ya no tenemos que tratar con él.