Calificación recomendado de Rehilete
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Reseña por Lalo Enríquez

Güero. Memorias de Arturo Estrada (2025)
Arturo Estrada y Rodrigo Ortega
Talamontes
Libro: Biografía

La revancha del artista de oficio, o la importancia de ser Arturo Estrada.

Explicó alguna vez el psicólogo Jonathan Haidt que si la razón fuera nuestro jinete y la emoción aquel elefante al que vamos montando, no se trataría precisamente de un paquidermo muy dócil: hasta al más listo entre nosotros lo guían sus pasiones. Ya cuan buenos seamos para justificar nuestros actos o para conseguir y conservar lo que queremos, será producto de cómo y qué tan seguido ejercitemos esa muy limitada función que llamamos raciocinio.

El arte es ámbito en el que esas pasiones y esas emociones que nos arrastran generalmente tienen campo abierto para retozar a sus anchas. Podemos echar mucho discurso, pero en el arte que escogemos hacer cuando escogemos hacer arte siempre expresamos más de lo que podemos decir. Lo mismo aplica respecto al arte que consumimos.

Para exponer un poco de este punto, lo haré a través de mi caso personal. En la teoría, soy un amante del pasado que sostiene la importancia de cuando menos asimilar las tradiciones de las generaciones pasadas y nunca descartarlas arbitrariamente; pero en lo estético siempre me ha atrapado más que nada la abstracción y el minimalismo modernizante. En la teoría, creo que las élites son una realidad inescapable de toda sociedad y que perdemos mucho cuando éstas deciden renunciar a los idiomas estéticos e intelectuales que están en posición privilegiada de explorar; pero en la práctica amo el arte popular, y me encuentro eternamente atraído a figuras como Saturnino Herrán, Rivera, Óscar Chávez, Guadalupe Trigo y otros que nunca renuncian al encanto de lo popular... Aunque podrían.

En Arturo Estrada, y a propósito de sus magníficas memorias recopiladas en este libro por Rodrigo Ortega Acoltzi, veo reflejada una complejidad que siempre me ha llamado la atención: la importancia que gran parte de la izquierda latinoamericana otorgó durante el Siglo XX a la conservación de los lenguajes tradicionales, indígenas y populares. Y si creemos que ese fenómeno se debe dar por sentado, no hay que ver más que los casos europeos, chino y cubano, en los cuales el gobierno no precisamente jugó un rol de conservador de las tradiciones, sino que incluso en ciertos casos se comportó como pleno antagonista.

Recordemos que la teoría socialista tuvo como eje el concepto del hombre nuevo y la respectiva necesidad de su creación, mientras que Marx siempre reconoció plenamente al comunismo como un producto necesario y confluyente del progreso galopante de la modernidad. El rechazo y la represión a las tradiciones religiosas, folclóricas y en muchos casos hasta sociales fue algo que caracterizó a la mayoría de los regímenes que sí llegaron a tener gobiernos dentro del bloque socialista; por ejemplo, en el caso de la Unión Soviética reprimiendo, las expresiones étnicas de las diversas poblaciones eslavas que corrían el riesgo de comenzar a imaginarse movimientos nacionalistas, como finalmente terminó por pasar.

Caso contrario fue el del socialismo mexicano que, aunque siempre crítico de la religión, rechazó la tendencia técnica y globalizante del cientificismo, a favor de la tradición, misma que era simultáneamente cooptada y diluida por el proyecto nacionalista / modernista del PRI. Si bien Arturo Estrada no es el tipo de artista en el que la dimensión política se sobrepusiera a la plástica y estética, ni mucho menos, si es curioso notar cómo combinó ideológicamente los valores de la revolución y la creación del nuevo mundo con su tendencia artística a seguir una tradición, tanto de la mano de sus maestros directos, como de las clases populares y las comunidades tradicionales mexicanas.

Como se refleja de forma muy interesante aunque algo tangencial en algunos pasajes del libro, el concepto de revolución en el arte se fragmentó durante mediados del Siglo XX, con una nueva vanguardia que ya no se conformaba con la transgresión de la técnica y la plástica, sino que incluso incursionaba en la redefinición conceptual del arte y de sus diversos medios. Si bien muchas de esas expresiones eran también protestas contra la modernidad y el capitalismo, terminaron por convertirse en un lenguaje abstracto adoptado casi únicamente por las élites más pomposas e intelectuales.

En esta coyuntura, la vida artística de Estrada es una referencia bien valiosa, al representarnos una cara del arte con la que no nos encontramos todos los días. Y es que no se trata ni del gran genio excéntrico e incomprendido, ni del revolucionario megalómano, ni del gran pionero, innovador, inventor, transgresor, punta de lanza, único y diferente. Se trata del artista de oficio que absorbe con respeto y agradecimiento la enseñanza del maestro para nutrir un gran linaje artístico e histórico desde su individualidad. Y desde su muy propia, trabajada y merecida maestría.

Y lo encantador del Güero Estrada es que ese proyecto artístico va plenamente de la mano con su personalidad, o al menos la personalidad que a todas luces parece reflejarse a través de estas páginas. Pues se aprecia que es un hombre genuinamente sencillo, humilde en su percepción de sí mismo y agradecido con lo que le tocó vivir; sabiéndose un privilegiado de haber podido transitar en esta vida desde su pequeño pueblo en Michoacán, hasta esos viajes a Europa, mentorías de Frida Kahlo y Diego Rivera, homenajes en Bellas Artes, etc.

En fin, quizás ahora que estamos experimentando en carne propia los límites y el cansancio de aquel modelo de vanguardia, que ha imperado desde mediados del siglo pasado, podamos dejar descansar por un rato la decadente noción del artista como transgresor infinito de los códigos y expectativas sociales, y podamos volver a valorar al artista honesto y descomplicado que no compromete su búsqueda de la belleza a cambio del reconocimiento de la academia o de la especulación financiera de los vende humos del arte; sino que contribuye a su sociedad y a su tradición en la medida de sus posibilidades.

Vaya, celebrarle a este artista que lleva 100 años de trabajo y vida plenos, antes que a algún otro que murió terriblemente joven entre algún vórtice de caos y desenfreno.

Me gustaría reconocer, por otra parte, la gran labor de investigación, diseño, y adaptación de las memorias de Arturo Estrada, que se realizó para que este bello objeto y documento pueda estar en nuestras manos y transportarnos a los episodios de una vida que vale muchísimo la pena rescatar de entre los anales del arte moderno mexicano. Está colmado de imágenes de su obra y de los medios de la época que nos remontan a una vida en el arte que ha valido la pena vivir.