




Reseña por Memo Fromow
Juan Escopeta (2011)
Jorge Estrada
Animex Producciones
Película: Animación
Un experimento atrevido hecho con pocos recursos y que desafortunadamente no tuvo sucesores, un primer paso en un camino que nunca se exploró.
Uno de mis grandes sueños o como les digo cuando quiero pararme el cuello frente a extraños con los que quiero quedar bien, “Aspiraciones Estéticas”, es poder algún día hacer algo que conjugue el estilo cartoon de Disney Animation Studios (los de la última década), con una historia bella y cruel como son tantas de las que se encuentran en la Historia de México: recordar que la belleza no nos salva de la tragedia.
Hasta ahora, hay muy pocos que han intentado hacer esa mezcla explosiva en términos narrativos pero mercadológicamente atroz, por obvias razones. Más de un siglo y varias demostraciones de lo contrario, la animación sigue llevando el estigma de ser un asunto infantil en el que no se mezclan bien temas serios, o al menos así se ha entendido en términos de mercado en lo que va del siglo. Hay algunas excepciones, pero son de esas que más bien prueban la regla; curiosidades de culto sepultadas bajo el peso del fracaso económico. Sólo espero poder vivir lo suficiente para que en esta generación los costos tecnológicos bajen lo suficiente y las audiencias se híper segmenten tanto que incluso productos de nicho como los que me gustaría ver lleguen a ser viables.
Un intento en esta dirección tuvo lugar hace ya más diez años, en el 2011, de la mano de Jorge A. Estrada y Animex Producciones.
La Revolución de Juan Escopeta, o Juan Escopeta para los cuates, es una película que no mereció el desastroso estreno que tuvo ni el oscurísimo olvido en el que se la tiene hoy en día, especialmente viendo como sus limitaciones técnicas (compartidas por toda la industria de animación mexicana de aquel momento) no fueron un obstáculo para que al menos otra franquicia mexicana de la misma generación y la misma calidad, tuviera un éxito que perdura a día de hoy: las películas de Las Leyendas, de la Nahuala, de la Llorona, del Charro Negro y hasta una serie en Netflix. En un mundo más justo, Juan Escopeta habría recibido al menos la misma atención en virtud de su igual calidad técnica y mayor ambición narrativa. Quizás, de hecho, haya sido esta virtud la que la condenó. Me explico:
La Revolución de Juan Escopeta sigue la triste vida de Gaspar Tena, alias Gapo, un niño que vive con su madre en Mineral de la Luz, uno de esos pueblos mineros semi-abandonados que si ya les iba mal antes de la Revolución, la guerra lo acabó de despoblar. Entre los que se fueron está El Damián, hermano mayor de Gapo, al que ni él ni su madre han visto en años desde el día en que se fue a La Bola.
Un día como cualquiera, Gapo se encuentra con que los federales entraron al pueblo buscando gente. En el barullo, una bala le tocó a su mamá, y a él irse de recluta con los soldados, sólo para ser rescatado poco después por el enigmático Juan Escopeta, un misterioso pistolero con la siempre tremenda voz de Joaquín Cosío. Así, por puro buena gente, Juan decide cargar con Gapo e irse a buscar a su hermano El Damián. Pero en este perro mundo nadie hace nada por el gusto de hacer un favor y, de alguien que mata con la soltura de Juan Escopeta, no se puede esperar nada bueno…
Es una historia trágica con unos cuantos giros de tuerca que no esperarías de una película que a primera vista parece tan simple. Además de la inesperada ambición de la trama, tenemos que (a pesar de la estética infantil con que están diseñados los personajes) a esta película no le tiembla la mano a la hora de derramar sangre y empezar a despacharse a los extras como moscas, colgar gente, bolsear cadáveres, y en general para ponerse bastante sórdida cuando la trama lo requiere.Ccaramba, si hasta en algún punto se ponen a torturar a alguien a balazos por pura diversión; cosas que esperarías ver en un país en guerra, para acabar pronto. Más importante, todo esto no se hace por puro efectismo barato, sino que sirve para hacer avanzar la trama o para mostrarnos el carácter de los personajes, que salvo por pocas excepciones, suelen ser moralmente grises, cuando no de plano crueles o sinvergüenzas.
Más allá de si te gustan las películas de balazos y la sangre a borbotones, esta súbita crudeza le aporta seriedad al producto y hace más creíble la atmósfera de guerra que la aparta de ser una simple fábula animada nacionalista de Sábado por la mañana.
Además de lo anterior, el guion es sorprendemente ágil, apoyado por una actuación de voz francamente excelente: las interpretaciones se sienten naturales y la fluidez del diálogo, colmado de expresiones viejas pero entendibles, aprovechan las ventajas de tener a actores como Joaquín Cosío o Bruno Bichir en los papeles principales y con un diálogo que se las arregla para sonar de hace 110 años sin enajenar al espectador.
En el apartado técnico, está al nivel de sus competidores mexicanos de la época y cumple con los estándares de una industria que siempre ha tenido que batallar con la escasez de recursos. Las escenas tienen generalmente pocos personajes en escena y se nota que tienen prisa por cerrar las secuencias, ya que de pronto algunas escenas a las que algunos segundos de más les caerían bien para asentar el efecto dramático, se cierran demasiado pronto: el tiempo es dinero y esto nunca es tan cierto como en la animación. Sin embargo, lo que se mueve, se mueve fluido: la secuencia de la Batalla de Zacatecas, por ejemplo, está inesperadamente bien lograda. Es bien sabido que en animación una de las cosas más caras y difíciles son las multitudes, pero la cabalgata de la caballería villista, los tiros y las hordas de soldados cumplen con dar la impresión de un ejército a la carga.
La música es un apartado que resulta simultáneamente fuerte y débil: la mayoría de la película transcurre bien en silencio o con un acompañamiento musical demasiado discreto. Sin embargo, las dos excelentes canciones originales hechas para la película, compuestas por Jorge Calleja e interpretadas por la Orquesta Filarmónica de Toluca junto con los cantantes Marina Flores y Roberto Astor casi compensan que no las hubieran aprovechado mejor.
Desde un punto de vista crítico, a mí me gusta bastante la conjunción del estilo cartoon con la tragedia de la Historia; sin embargo, desde un punto de vista comercial, entiendo que esto debió parecerles a los potenciales espectadores un producto confuso: luce muy infantil para ir por los balazos y la historia; pero es demasiado seria para considerarlo una película familiar.
Yo soy el primero en defender la idea de que los niños pueden digerir sin mayor problema situaciones serias y algo de violencia; a fin de cuentas, es ingenuo creer que por muy controlados que los tengamos, nunca hayan oído hablar de la muerte o de otras tragedias de la existencia. Ellos tienen una vida propia cuando no los estamos vigilando y si no lo ven en la tele, tienen amigos, internet o el simple noticiario para saber que el mundo es más vasto que la moralidad de la barra de programación infantil… No obstante, entiendo que cuando te toca estar a cargo de un niño, todo aumenta su aspecto de peligrosidad x10, y no quieres ser el tipo que llevó a Pablito a ver como Juan Escopeta se truena a medio mundo sin pestañear.
Si Juan Escopeta fuera real, seguro diría algo así como que “en el pecado está la penitencia” o algún otro crudo dicho ranchero y habría tenido razón: esta película quiso ser todo y acabó siendo para nadie. Demasiado seria para los niños y demasiado infantil para los adultos, era hasta cierto punto esperable el resultado que tuvo, aunque todas sus virtudes la hacían digna de mejor suerte. Sería lindo que al menos tuviera un seguimiento de culto, pero no parece ser el caso. Espero que esta pequeña reseña ayude un poco a aliviar el peso del olvido.
La Revolución de Juan Escopeta fue un experimento atrevido hecho con pocos recursos y que desafortunadamente no tuvo sucesores, un primer paso en un camino que nunca se exploró en un cine infantil mexicano que a la fecha no da luces de haber avanzado demasiado en sus planteamientos. Su misma ambición la condenó al punto de que fue la última película en animación tradicional del estudio Animex: ninguna de sus posteriores producciones animadas tuvo ni de cerca el nivel narrativo de Juan Escopeta y ninguna levantó la cabeza lo suficiente para justificar el seguir en el negocio de las caricaturas: después de un larguísimo silencio, el estudio se dedicó a producciones live-action.
Es siempre arriesgado especular; pero tal vez, de haber tenido éxito, Juan Escopeta habría engendrado una cargada de películas similares, igualmente atrevidas pero cada vez mejor logradas, originando un cambio de rumbo en el cine mexicano de animación. Aun así habría sido difícil, pero se vale soñar.
Sin embargo y como dije al principio, el paisaje de la producción cinematográfica ha cambiado muchísimo y tengo fe en que más temprano que tarde, los raritos como yo podamos ver las más locas fantasías al alcance de directores aventados…y presupuestos limitados.