




Reseña por Lalo Enríquez
La Cocina (2024)
Alonso Ruizpalacios
Filmadora
Película: Drama
Alonso Ruizpalacios sigue consolidando su filmografía con una película en la que hay que aplaudir todo lo relacionado con la forma.
En Rehilete hay una regla clara como el agua: no hacemos reseñas antagónicas. Sí lo ves aquí es porque nos gusta. Por supuesto, abordar una obra de manera compleja implica que habrá muchas cosas que te gusten como reseñista y muchas que no. Esto hace muy difícil abordar un trabajo que te tuvo al límite de ese balance entre lo que admiras y lo que (desde una humilde posición) cuestionas. En este texto les hablaré de uno de esos casos difíciles.
La Cocina es el cuarto largometraje del director chilango Alonso Ruizpalacios. Sus tres obras pasadas hasta este momento [Güeros (2014), Museo (2018) y Una Película de Policías (2021)] pueden merecer palabras a favor o en contra, pero creo que quien niegue que lo convierten en uno de los directores más importantes del medio nacional en el presente está simplemente en negación. A mi su pasado filme de 2021 la verdad me capturó con pocas reservas, y lo considero bastante infravalorado. Además, Ruizpalacios es un director que no se ha prestado a bodrios taquilleros y quiere aportar algo nuevo y propositivo en cada una de esas nuevas entregas; eso siempre lo tenemos que agradecer.
Ahora, empecemos por las razones que sin duda le merecen a La Cocina un lugar acá como filme recomendado. La primera mención obligada es para toda la cinematografía en sí. No es técnicamente una película en escala de grises, pero sí con una saturación bajísima de color. Solo en un par de puntos clave de la película vemos irrupciones fuertes de color: la escena morada en el congelador de carnes, y la secuencia final. El manejo de sombras y contrastes es destacado durante las más de dos horas de metraje.
Pasando a la fotografía, a cargo de Juan Pablo Ramírez, me gustó que no buscara reinventar la rueda inundándonos con encuadres pretenciosos y abstractos (como es cliché en cine que quiere entrar dentro del nicho ‘de arte’). Más bien, su aportación se da principalmente a través del dinamismo y el sentido de flujo que le da a las secuencias.
Yo estoy muy impresionado por unas escenas que me recuerdan un poco a Birdman (2014) en su grado y estilo de complejidad cinematográfica: una en la que se muestra la incansable rutina de una cocina en hora pico, que alcanza un grado alto de caos y entropía tanto visual como auditiva; así también la escena en la que Pedro pierde el control, acercándonos al final del filme. Son secuencias prácticamente coreografiadas, con una ejecución de alta dificultad y que suelen ir de la mano de directores dotados y con mucha confianza de sus capacidades.
La música de Thomas Barreiro es en general elegante y ad hoc, sin necesariamente destacar demasiado, lo cual en este caso considero una virtud. La única excepción es justo la escena del caos en la cocina, en el que la labor acústica de la música contribuye mucho a la atmósfera, aparte de presentarnos un enfoque ciertamente original.
En los aspectos técnicos, lo último que me queda reconocer es el nivel de la producción, que incluyó un casting internacional, multicultural y políglota. Es un gusto ver que se invierta en este tipo de proyectos, con todas las complicaciones logísticas que conllevan. También descubrí para mi sorpresa que gran parte de la filmación se llevó a cabo en México, seguramente facilitado por el hecho de que las locaciones son mayormente callejones o espacios cerrados.
Dejando los temas de forma para centrarnos en el fondo comenzamos a toparnos con los ‘peros’, aunque no todo es cuestionable. Me parece que la premisa es interesante: cuando nos es introducida Estela, vemos a una Nueva York en movimiento; tanto que casi es etérea, nos marea y aturde. Y aún así, aquí tenemos a dos mexicanos de Huauchinango, Puebla, otros de quien sabe qué partes de nuestro territorio, dominicanos, gente de otros países lejanos, como Marruecos y Albania. Todos reunidos, diría que por un sueño, pero es claro que han olvidado cómo es eso de soñar. El cómo entretenerse, pasarla bien y buscar esa sonrisa que borre la brutalidad de la realidad -parece querer decirnos el guion- no es algo que se olvide.
Pensamos primero que Estela será nuestra personaje principal, pero termina por ser uno que francamente genera muy poco interés; la conocemos más que nada por su falta de escrúpulos y por la naturalidad con la que encaja con sus cabuleros y desmadrosos congéneres mexicanos. Durante un punto la película realmente hace honor a su nombre, mostrándonos la cocina como un ente emergente de todas estas realidades individuales, un ser nuevo que prospera dentro de la cacofonía; esos seguramente sean los pasajes más destacados de este largometraje. Pero la parte final parece confirmarnos que el verdadero protagonista de esta historia es Pedro, con su incapacidad para adaptarse a aquel mundo, disciplinado pero anárquico; es decir, contradictorio.
No pretendo caer en el lugar común de inferir que Pedro y los demás mexicanos de la cocina representan algo trascendente sobre nuestro carácter nacional. Quizás si, quizás no. Lo cierto es que me parece que caen en lo caricaturesco, sin que le vea a ello alguna justificación para la construcción de la historia. Llevados, groseros, cábulas, arguenderos y, al menos en el caso de Pedro, con problemas para funcionar bajo el mando de una autoridad legítima. El padre emocionalmente ausente, la adoración por “la güera”, el pocho como traidor que se cree mejor que nosotros, son todos clichés que hacen su triunfal aparición.
En última instancia parece que el filme es intencional en su ambigüedad respecto a si aquellos (anti)valores y costumbres de los cocineros mexicanos son dignos de reconocimiento o de desprecio. Creo -ya en una visión personal- que resultan más antipáticos que simpáticos y que se les dedica tiempo suficiente para pensar que son parte crucial de la dimensión que quería explorar el director. De ser así, el final de Pedro y de la película reflejan el carácter autodestructivo de esa cosmovisión.
Supongo que lo más crítico que diré es que siempre he considerado embustera la tendencia a abordar temáticas políticas y polémicas (como en este caso la migración ilegal, la integración, el choque cultural, etc.) tomando partido superficialmente y sin ir a un fondo que nos dé realmente una nueva perspectiva que sea producto de una verdadera reflexión, profunda y original. Nos quedamos en cambio con un riff provocador, navegando sin mucha dirección entre complejidades sociales que quedamos forzados a reconocer, pero que intuimos mucho más hondas de lo que se nos presentan.
Al final, no hay razón para negar que La Cocina es un logro dentro del contexto del cine nacional. Y aunque el espectador crítico verá por momentos algún potencial desperdiciado, lo cierto es que ese mismo potencial fue creado por el mismo director, así como los demás técnicos, actores e involucrados directos en su realización.