




Reseña por Memo Fromow
La Era Godínez (2023)
Alejandra Lara
Independiente
Libro: Novela Gráfica
Que nadie te diga que las aventuras no pasan en los lugares más inesperados.
Recuerdo mis días en la oficina con especial cariño: los adornos de temporada en techo y escritorios, mis tablas de Excel como una tacita de plata, los correos a los que ponía la cortesía de un lord inglés, las salidas a comer con los compañeros y esa tarde en la casa de Toño cuando me di cuenta de que ya tenía dinero para pedir el plato grande en vez del pequeño.
Sí, señor, la vida del Godín es la vida mejor, aunque admito que no es para todos. Decía Borges que no hay cosa en el mundo que no sea el germen de un infierno posible, y por cada quincenota deliciosa o Viernes de comida con los compañeros entre risas también hubo mañanas en que, como el Spiderman del meme, tenía por único consuelo que ya solo faltaban dos horas para que faltaran cuatro horas para salir. Hay que tomar lo amargo con lo dulce.
Alejandra Lara le pone dulce a este café mañanero con su primera publicación, La Era Godínez. La vida laboral y las cada vez más precarias condiciones laborales que imperan en el mercado de trabajo son (y han sido) tan, pero tan parodiadas y de maneras tan amargas que a veces cuesta creer que un trabajo no es necesariamente un tormento; como todo en la vida, tiene sus pros y contras que hay que saber balancear como sólo un adulto responsable con oficio y beneficio puede hacerlo. Esta obra no es la carcajada amarga del condenado, más bien la risita discreta de los que recibimos memes en el canal de whatsapp de los compañeros antes de regresar a lo nuestro.
El testimonio que veremos aquí no necesita de tragedias desgarradoras para probar su sinceridad: es la historia autobiográfica de la autora que, de su natal Zacatecas deja el hogar para hallar pastos más verdes aquí, en la original Ciudad de la Esperanza, cómo de que no. Siempre es difícil irse de casa, más si dejamos familia allí, pero como dice mi madre, trabajando te distraes de las cosas y eso es justo lo que pasó. Sin abundar en detalles lacrimógenos ni situaciones disparatadas La Era Godínez nos pone de frente a la situación de tantos de nosotros, enfrentados con la tan a menudo insoportable levedad de nuestra existencia en la oficina; donde no queda ni siquiera el sentido épico del sufrimiento real, pero ¿Qué nos hacemos? Es mil veces preferible que estos sean nuestros hilarantes problemas antes que estar viviendo las horrendas vidas de héroes literarios clásicos.
Quizás aleccionada por la eficiencia que un trabajo nos enseña, el estilo del dibujo es de una sencillez que recuerda los espacios asépticos y ultra funcionales de las oficinas: grandes espacios vacíos que no son realmente vacíos, es solo que nuestra dibujante sabe emplear el vacío como elemento para crear atmósfera. Nada de detalles ni florituras superfluas, estamos aquí para trabajar, y cuando se trabaja, uno se centra en lo que tiene a mano y nada más: esa, creo, es un poco la filosofía estética tras la composición de los paneles y las secuencias con que está construido el libro y, si fuera yo más pretencioso, me atrevería a enfatizar en ese vacío y asignarle algún significado profundo como que representa también el vacío con que los trabajos precarizados y poco satisfactorios que componen la mayor parte de la oferta laboral hoy día deja a aquellos que se ven expuestos a estos ambientes por demasiado tiempo. Pero no lo voy a hacer, sólo dejaré esa idea flotando.
Lo que sí voy a hacer, es señalar lo muy simbiótica que me parece la conjunción del espíritu ligero de la narración con la estética deliciosamente sencilla (pero nunca desparpajada) que recoge algunas de las ya clásicas lecciones de la animación contemporánea sin caer en los barroquismos que surgen como tentaciones al caricaturista descuidado. No es que la caricatura y el barroco no se lleven, de hecho se suelen complementar muy bien, pero en este libro hubiera roto con el espíritu.
Alejandra Lara lo logró, de los cubículos pasó a la glamourosa vida del artista, demostrándonos que hay vida más allá de lo que hacemos para vivir y, quizás más importante, que un trabajo que tanto se pregona como matador de almas y honras no solo no lo es, sino que puede inspirar una obra que no pide prestado a nadie cuando se trata de afrontar con amistosa ironía la realidad de millones de personas.
No hace falta la tragedia ni el éxtasis para vivir la vida al rojo vivo. No hay épica en este mundo, pero ¿a quién le importa? Hay otros placeres y otras glorias igualmente dignas en la vida, que es siempre tan verdadera que no importa donde nos hallemos, nos forzará a preguntarnos sus grandes interrogantes ya sea desde las alturas olímpicas de la leyenda o desde nuestro puesto frente a la compu sentados en una silla barata.
Así que esta es nuestra vida: peleándonos con la maquinaria de oficina y viviendo la vida un café a la vez. Podría ser mucho peor. Pero no podemos evitar mirar por la ventana y, mientras escuchamos el dulce arrullo de la copiadora, pensar que debe haber algo más.