Portada del libro La Noche de las Reinas.Portada del libro La Noche de las Reinas.
Calificación favorito de Rehilete
Calificación favorito de Rehilete

Reseña por Memo Fromow

La Noche de las Reinas (2025)
Vicente Alfonso
Alfaguara
Libro: Novela

Reinas perdidas en un reino sin ley.

A veces es fácil sentirnos tentados por un tiempo que sobre el papel de los libros parecía mucho más pleno y feliz, especialmente comparado con nuestra contemporaneidad de incertidumbre laboral y perpetua amenaza de guerra. La realidad es que en el pasado los mismos defectos de los que nos quejamos ya existían y, además, con el añadido de un régimen autoritario y de gatillo fácil.

El viejo México priísta es el escenario en el que Vicente Alfonso sitúa esta novela de suspenso, y más concretamente, durante un evento tan estrambótico como fue el concurso de Miss Universo de 1978, el primero celebrado en México, en medio de (para variar) malestar social y escándalo internacional que salpicaba (de nuevo, para variar) al gobierno de México y a los de varios países participantes: en Sudáfrica estaba el Apartheid a todo lo que daba y en Argentina la dictadura de Videla, por ejemplo. Y en medio de todo esto las mujeres consideradas más guapas del planeta se juntan en un puerto mexicano mientras se planea la venganza contra el gobernador Román Higareda, emblema de la corrupción en el viejo régimen.

Ahora bien, para hacer de los eventos de la novela un caso típico dentro del ecosistema político y social del México de entonces, Alfonso se toma algunas licencias: a pesar de lo específico de los detalles con que define sus personajes y escenografía, muchas de estas cosas nunca pasaron, al menos como el autor las describe. La vida y maldades del gobernador Higareda (que tampoco existió con ese nombre) son un conglomerado de las muchas leyendas locales en torno a los caciques que dizque-gobernaban sus estados como si fueran propiedad personal; la conspiración contra nuestro gober precioso de turno es también un trasunto literario de atentados habidos contra varios de sus colegas en los laaaaargos y tortuosos años de la Guerra Sucia; Jacinto Garay, el eterno periodista, bien podría ser cualquiera de esos chismosos profesionales favorecidos por el poder cuando se portaban bien y golpeados con el periódico y la cacha de la pistola cuando se portaban mal, mientras que el escenario del evento fue realmente Acapulco, no Mazatlán, como se lee en el libro.

Perdimos algo de especificidad, pero a cambio ganamos libertad para vislumbrar más ampliamente la fisonomía de un régimen en muchas de sus macabras y más típicas manifestaciones. Que tiempo para NO extrañar al PRI.

En medio de la locura que viene con preparar un evento de talla global (por mucho que fuera más bien un comercialote kitsch y de pésimo gusto para estándares actuales) muchas cosas pueden pasar. Román Higareda, el antiguo pescador de ostiones devenido gobernador, se complace en la contemplación de su reino, que gobierna como un padre caprichoso y golpeador, pero padre al fin. A pesar de la suficiencia con que contempla su obra (plantíos donde trabajan niños, camiones con conductores armados, explotación exclusiva de ciertos recursos), la rebelión nomás no deja de asomarse y un conflicto con los estudiantes del estado amenaza con salirse de madre durante los festejos, pero no puede solucionarlo a balazos como acostumbra dado que el ojo internacional está sobre ellos.

Mientras tanto, Irene, una chica en un remoto pueblo del estado se prepara para vengarse de Higareda, quien la violara durante los tormentosos años en que Flavio Corral, difunto líder del grupo rebelde “Los Enfermos” mantuviera en jaque al gobierno del estado; a esta historia de venganza se anexa Jacinto Garay, a escondidas de su “protector”, el gobernador Higareda, quien no se resiste a una buena historia con qué alimentar su ego de artista en un país donde pocos leen, y menos aún, a él. Y al margen de todo esto está Melinda Farmer, cara bonita y representante de Sudáfrica, quien sin entender ni siquiera el español, no digamos la compleja coyuntura política del país, tan similar al suyo en casi todo lo demás, se verá metida hasta el cuello en toda la intriga.

La narración lleva un ritmo frenético; es un seguimiento hora por hora de los sucesos transcurridos en un solo día de protestas, balazos, concursos y conspiraciones. Todo está pasando al mismo tiempo y se nota. A pesar de ello, Alfonso nunca pierde la claridad; nos encontramos siempre frente a un lenguaje claro y conciso que no pierde su tiempo en florituras que no van con la ambientación ni con el estilo. No es un libro pesado, sería un pecado en un relato como este ponerle ambages.

No puedo evitar notar en el estilo, tema y tono del libro, ecos muy claros del querido Carlos Montemayor y de libros tan intensos como Guerra en el Paraíso o Las Armas del Alba, clásicos sobre el fenómeno de la guerrilla en México, y aunque La Noche de las Reinas sacrifica un poco de la elegancia que un alma clásica y latinista como fue Montemayor supo imprimir hasta en sus relatos más descarnados, sabe brindarles el mismo vitalismo, con su consiguiente sentido de urgente realidad. Para gracia o desgracia, no todos podemos ser Carlos Montemayor.

Como alguien que disfruta mucho de las obras históricas y de aprender sobre el pasado en general, me dolió un poquito (pero sólo un poquito) enterarme de que todo esto no pasó como lo leí, pero no perdí mi tiempo por cuanto sí pasó, aunque con otros nombres y lugares. Nunca es mal momento, para sentirse plenos de no tener gobernadores desvergonzados sin que nadie les pida cuentas… bueno sí. Pero al menos el descontento popular ya no se manifiesta en explosiones violentas y a las que se responde aún más violentamente …bueno a veces. Pero al menos ya no hay confrontación del Estado con otras fuerzas que deja muchos daños colaterales ni intenta cubrirse con eventos internacionales para que parezca que todo va bien… No voy a repetir el mismo chiste tres veces, pero queda claro que obras como la presente siguen siendo pertinentes hoy día, no sólo para retratar los horrores del pasado, señalar con dedo flamígero a los malos malísimos y congratularnos sobre como ya nos los sacamos de encima y no volverán; sino para ver un poco en ellos el reflejo de un tiempo que nunca se fue realmente, que vive aún y que es el que nos ha tocado vivir.