


Reseña por Memo Fromow
Las Vueltas del Citrillo (2006)
Felipe Cazals
IMCINE
Película: Drama
Tómate algo con el Sargento Collazo y piérdete en esta fantasía porfiriana.
Yo no sé qué sea un citrillo, así como tampoco sé qué diablos están diciendo los personajes la mitad del tiempo que están en pantalla; pero de algún modo, la película se las arregla para dejarte bastante claro de qué trata y quiénes son sus personajes, y eso habla de alguien que sabe comunicarse muy bien más allá de las palabras: el sello de un buen cineasta.
Desde el lejano año 2005 nos visita una película de esas que no pasaban ni en canal 4 los Sábados en la tarde. Las Vueltas del Citrillo es una cosa muy extraña que, sin embargo, termina por ser bastante disfrutable. ¿Quién iba a pensar que la historia de un montón de borrachos (y su mamá) podía convertir el deprimente México de los últimos años del porfirismo en un escenario de fantasía Hoffmaniana?
El Sargento Salvador Collazo Narváez, su novia, el hijo de la novia, su mamá del sargento, la amiga de la novia y dos achichincles, José Isabel y Aboites, recorren las calles de la muy vieja Ciudad de México espantando al respetable público, robándoles y matándolos cuando andan de malas o van cortos de dinero. Lo que sacan se lo van a gastar a Las Vueltas del Citrillo o a cualquier otro lugar donde vendan pulque, que se toman en tarros grandes como sus culpas mientras cuentan cuentos de aparecidos como el difunto Melgarejo, alter ego de la muerte que todavía ronda por ahí a pesar de llevar tantos años muerto. Pero el muerto al pozo y el vivo al gozo: aquí todos se la pasan a todo mecate entre tragos y aventuras de borrachos que hablan como borrachos hasta cuando están sobrios. Cada oveja con su pareja y todo está bien en el mundo, hasta que a la mujer del sargento Collazo se le hace fácil darle una probada a José Isabel y entonces sí, la cosa deja de ir tan bien: el difunto Melgarejo anda rondando como siempre lo ha hecho, pues a fin de cuentas nunca se fue ni se irá.
El punto más destacado de la película es sin duda su guión y no por profundo ni trascendental sino por la inmensa soltura con que fluye entre los eventos de la película como mero acompañamiento: el diálogo, contrario a lo usual, no sirve tanto de hilo conductor como de acompañamiento cuasi musical. Uno de los grandes méritos de esta película es su labor de recuperación de los arcaísmos, giros idiomáticos, barbarismos y demás altisonantes recursos retóricos que una vez fueron la moneda común del habla popular mexicana como la oyeron Artemio del Valle Arizpe, González Obregón y tus abuelos, quienes, sin embargo, no te lo dirían porque tantas y tantas frases, palabras y modismos que a los personajes de la película les salen como agua en la regadera, se dejaron de utilizar hace generaciones y en ese tiempo fueron expurgadas, desterradas, absolutamente proscritas del lenguaje bajo el anatema de nacas. Cazals va más allá del juguetón ejercicio lexicográfico y llena con toda esta palabrería una hora y media de diálogos coherentes y estructurados que construyen una trama de largo aliento. No se dice fácil y más difícil aún es escribir un guión largo y consistente con este material.
No importa si naciste ya en el siglo de las hiper simplificaciones del lenguaje internetero, basta un poquito de atención para poder entender lo que está pasando en la pantalla: no solamente el guión es aún lo suficientemente legible para que puedas usarlo como apoyo para no perder el hilo de la trama, sino que el apartado gráfico hace el resto del trabajo de manera más que satisfactoria. Yo no sé qué tienen los cineastas con el México porfirista que todos los lugares fuera del Centro Histórico son para ellos poblachos semiderruidos que parecen abandonados de siglos o páramos semidesérticos, no hay punto medio: entre esas ruinas que parecen estar más cerca de Moctezuma que de la bomba atómica se mueven personajes que dan vida a esta atmósfera de fantasmagoría y cuyo discurso alrevesado contribuye a reforzar la sensación de estar inmerso en una visión de otro mundo: inalcanzable y legendario como el tiempo pasado.
Cualquier queja que yo pudiera oponer contra el estereotipo del México de sombrero y pistola se disipa contra la fantasía de que la película está imbuida. El estereotipo se convierte en la ambientación que todo cuento de hadas necesita: una realidad perfectamente fija e identificable en todos los aspectos a fin de que su rompimiento sea más desconcertante. En el México de Díaz, donde todo parece inamovible bajo su larga sombra, ya hecho y definido para la eternidad ¡bam! el orden de pronto se ve roto por los sucesos extraños que salpican la trama a cada vuelta de la esquina (preferentemente la del Citrillo) y lo más importante, después de cada ruptura maravillosa, las cosas parecen tornar a su estado usual de parranda y decadencia como si nada hubiera pasado: el destino, las hadas y la muerte ponen al revés el mundo sólo para ver que ni con toda su fuerza pueden sacudir la modorra de vivir bajo el doble yugo de la pobreza y la tiranía. Valiendo máiz… pero al menos hay pulque, siempre pulque, bebida y mujeres para consolar la perra vida que ni la mano del destino puede cambiar.
Años después llegaría la Revolución a hacer lo que ni la fantasía pudo: darle la vuelta al mundo con un golpe de timón. Pero mientras eso pasa, el Sargento Collazo y sus amigos siguen viviendo la vida que han llevado desde hace siglos y generaciones, atrapados en un México en el que, con Días o sin él, cada día es inquietantemente parecido al anterior; atrapado en la niebla de la borrachera y la historia, dando vueltas y vueltas como un citrillo…sea lo que sea, total a nadie le importa. ¿Por qué no le echamos una vuelta nosotros también?