El debut coral de García Saiz explora una intersección de humanidad y emoción bajo la caótica tormenta de la CDMX.
Durante una proyección de esta película en la Cineteca Nacional a inicios del mes de febrero, hubo la oportunidad de hacerle preguntas a su director Rodrigo García. Más allá de mostrarse como un tipo sencillo y agradable, me pareció relevante la respuesta de García a la pregunta de cuál ha sido su experiencia como debutante ante la oportunidad de estrenar esta película en festivales y ahora al público masivo. Y es que dentro de reconocer que todo ha sido un sueño fantástico, se dijo algo descontento de que el proceso de estreno sea usualmente ante pequeños públicos especializados, y solo hasta transcurridos dos años (al menos en el caso de Lluvia) pueda mostrarse al público general.
A mi este tema al que apunta el director mexicano igual me provoca algunos conflictos. El primero, quizás menos superficial, es que genera un retraso de las audiencias respecto a varias de las obras más interesantes que se generan en su país. Es lugar común decir que las obras deben resistir el paso del tiempo; pero también hay películas que son necesarias y hasta urgentes en su precisa coyuntura sociohistórica, y dos años pueden ser devastadores en ese aspecto.
El segundo punto (más frívolo, pero yo creo también importante), es que dificulta mucho seleccionar las mejores obras cinematográficas de un determinado año. Los discos y libros por lo general tienen una fecha concreta de lanzamiento; no siempre tan fácil de determinar, pero suele haber un año acordado de publicación. En cambio, no es difícil saber de casos de películas que se estrenan ante audiencias minúsculas, pero que se comienza a saber y hablar de ellas dos o tres años después (o hasta más), cuando las grandes cadenas finalmente se deciden a programarlas. Obvio que eso tiene sus razones para ser así, pero no deja de ser frustrante.
Bien, pasando a lo que nos ocupa, Lluvia se basa en un guion de la argentina Paula Markovitch. La obra estaba pensada para adaptarse probablemente en el país natal de la escritora, pero por temas del destino llega a García Saiz, quien se adueña del proyecto de adaptación. De ese apropiamiento podemos remarcar principalmente dos aportaciones del mexicano que terminan por convertirse en definitivas para el filme: el rol central de la Ciudad de México como escenario y participante vivo de la historia, así como el trasfondo intermitente pero profundamente simbólico y atmosférico que genera la presencia de la lluvia. Tan central este último punto, que termina por dar título a la obra.
La historia se inserta con gracia en la tradición del cine llamado ‘coral’, género en el que se le presentan al espectador una serie de historias dispersas que terminan conectándose en una u otra medida para generar desenlaces imprevistos. Ejemplos internacionales hay bastantes; me vino mucho a la mente Magnolia (1999), pero también se puede mencionar Slacker (1990), Pulp Fiction (1994) o Thirteen Conversations About One Thing (2001). En el cine mexicano no es precisamente un género común, pero debe mencionarse a González Iñárritu como exponente muy destacado y recurrente, ya que al menos en Amores Perros (2000), 21 Gramos (2004) y Babel (2006) hace uso evidente de esta dimensión coral.
Como se comentó, la lluviosa Ciudad de México juega rol central en la película. En esta urbe caótica se da la interacción diaria entre maestros, taxistas, delincuentes, enfermeras, prostitutas, extranjeros, oficinistas, DJs y demás personajes sui generis. Al menos cada uno de los recién mencionados tiene su representación como principal de turno en la historia de Markovitch y García Saiz.
Hay sin duda una exploración de lo humano en el filme, y es que cada historia evoca a distintos arcos narrativos. Resentimiento, arrepentimiento, redención, traición, desprecio, encuentro, atracción, compasión, servicio. Sin duda una sopa compleja de emociones que se manifiestan durante una sola noche, en una ciudad igualmente compleja. Queda la impresión de que, así sea por simple matemática, los escenarios de la película les tocan cada velada a unos cuantos, entre los 10 millones de habitantes de la CDMX (20 millones del área metropolitana). Por suerte o por desgracia, no hay nadie ahí para filmarlos.
Un aspecto a remarcar es la calidad y naturalidad de las actuaciones, que generalmente van de la mano con las capacidades del director; en especial en una película con un reparto tan amplio y en este caso tan uniforme en su desempeño. Aunque la película cae en cierta ‘densidad mexicana’ que creo algo desgastada (prostitución, crimen, infidelidad, drogas, etc.), las actuaciones y los diálogos en su mayoría nos abstraen de esa densidad y nos llevan incluso a encontrar recurrentemente el humor y la ligereza dentro de la oscuridad. En este último punto, la adaptación no puede negar la idiosincrasia de su país de adopción.
Quiero remarcar también la música que corrió a cargo de Ramiro del Real, ya que habita una delgada línea entre lo aventurado y lo familiar. Se comentó en las respuestas del director que la banda sonora originalmente tenía un carácter marcadamente vanguardista, pero se decidió rehacerla para expresar más directamente los sentimientos que el filme buscaba transmitir. Creo que al final se logró un balance muy adecuado.
No me queda más que desear que las creaciones de este debutante director mexicano sigan por el estándar tan destacado de calidad y visión de Lluvia. Realmente creo que así será, pues si algo muestra este filme es que cuando el conocimiento y el talento se tienen solo faltan los recursos para plasmarlos en la gran pantalla.