




Reseña por Augusto Montero
Macario (1960)
Roberto Gavaldón
Clasa Films
Película: Drama / Fantasía
A la muerte no se le puede engañar.
No hay ser humano en este mundo que no haya soñado con vivir eternamente; o al menos, a manera de consuelo, poder curar los males del cuerpo y extender lo más posible la efímera vida que se nos concedió desde el momento de nacer. Si a la muerte la pudiéramos concebir como a una persona, de verdad haríamos hasta lo imposible por poder “jugársela”; que nos llevase ese día, otro, pero ese no. Todavía tenemos muchas cosas que hacer, demasiado por disfrutar, por comer, por sentir… por vivir. Pero no podemos razonar con ésta. Pero, ¿Qué tal que sí pudiésemos?
Cada de 2 de noviembre pasan en la televisión mexicana la entrañable película de Macario, y cada vez que yo tengo la posibilidad de verla, la aprovecho. No me importa ver una y otra vez la historia del pobre peón explotado que, de la noche a la mañana, gracias a un artilugio sobrenatural, escala rápidamente en el estrato social del sistema de castas de la Nueva España; porque en el fondo me encanta el tema de la muerte y cómo eludirla.
Macario, dirigida por Roberto Gavaldón, basada en la novela homónima de B. Traven y basada a su vez en una vieja leyenda rusa, es una joya del cine mexicano que explora la pobreza, la fe y el destino humano a través de una atmósfera sombría y poética. Ambientada en la época colonial, la historia sigue a Macario, un humilde leñador obsesionado con el hambre, quien sueña con un día poder comerse un guajolote entero sin compartirlo. Su deseo se cumple de forma insólita cuando su esposa, en un acto de amor, le regala el ansiado pavo, preparado y todo, así con su pipián, para que se lo coma sólo en el monte sin tener que darle 'a naides'. Sin embargo, antes de comerlo, Macario es visitado por tres figuras sobrenaturales: el Diablo, Dios y la Muerte. Solo con esta última accede a compartir su comida, recibiendo a cambio un don milagroso: la capacidad de curar a los enfermos. Por supuesto, y como no podemos tener nada bonito, siguiendo el esquema de la tragedia, Macario se las arregla para echarlo a perder, con algo de ayuda de los poderes fácticos que en el México colonial no pueden ver con buenos ojos que un indígena se abra camino por encima de ellos.
La película destaca por su fotografía expresionista y su simbolismo, que retratan la lucha entre el bien y el mal, la resignación y la esperanza. Ignacio López Tarso ofrece una actuación memorable, encarnando la dignidad y la humildad del pueblo mexicano. Me atrevo a agregar que muchos de aquellos que no conocemos sino de oídas el cine de oro mexicano conocemos a López Tarso por este papel consagrador. Este filme tiene el honor de ser el primero del cine mexicano en ser nominado a la categoría de “Mejor Película Extranjera” en los Premios Oscar de la Academia. Macario es una pieza que conjuga elementos foráneos por todos lados, convirtiéndola en un verdadero ejemplo de mestizaje cultural: una leyenda eslava adaptada por un escritor alemán en un entorno puramente mexicano y grabada por un director nacional con influencias del surrealismo y el expresionismo europeos.
Macario es una fábula universal sobre los límites del deseo y la inevitabilidad de la muerte, que invita a la reflexión sobre la condición humana y el valor de la generosidad, pero sobre todo el sueño de poder “jugar a ser Dios”. La historia nos sirve como denuncia social de la condición miserable de los indígenas y las clases populares durante la colonia, pero también es un espejo, hasta cierto punto, de los problemas de desigualdad que acontecen hoy en día y que hacen de la vida misma una moneda de cambio; no es sólo es escalar por medio de salvar vidas milagrosamente, sino cómo metáfora que ilustra cómo el valerse de los demás te permite llegar a posiciones elevadas dentro de la sociedad, sin importar tu origen; pero eso sí, capitalizando lo más sagrado que como humanidad podemos concebir: la vida misma.
El impacto de Macario va más allá de sus logros técnicos y narrativos; se ha convertido en un símbolo cultural que trasciende generaciones: la película no solo popularizó elementos icónicos como el pan de muerto y la interacción con la figura de la Muerte, sino que también sirvió como espejo de las desigualdades sociales de su tiempo, un tema que sigue siendo relevante en la actualidad. Su influencia ha inspirado a cineastas y artistas a explorar la identidad mexicana desde perspectivas profundas y universales, consolidándola como una obra imprescindible. Además de que nos deja una lección invaluable: más vale compartir, que morirse de indigestión.