Portada del libro Malacría.Portada del libro Malacría.
Calificación favorito de Rehilete
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Reseña por Memo Fromow

Malacría (2025)
Elisa Díaz Castelo
Sexto Piso
Libro: Novela

Hay cicatrices tan profundas que se heredan por generaciones.

Yo tengo una cicatriz que me hice con el horno eléctrico una mañana que me preparé unos molletes: por descuido el dorso de mi mano tocó el metal caliente y bueno, ahora es parte de mí; cubre apenas una parte chiquitita de mi piel, pero a veces extraño mi mano como se veía antes. Igual no puedo hacer nada, el día que me entierren ahí va a seguir. Así se llevan todas las cicatrices: son marcas que recuerdan un día en que algo de nosotros, pequeño o grande, se rompió y no volvió a ser como antes.

A mí me fue bien, la mía casi no se ve, además de que cuando se me agotan los temas de conversación, ella sale en mi ayuda, pero otras pesan y duelen tanto que nuestros hijos las sentirán también. Sólo que ellos no sabrán de dónde vienen y tarde o temprano van a hacer preguntas, y si nosotros no se las damos las irán a buscar ellos mismos.

Esta es la historia de una dinastía de mujeres que han heredado una cicatriz tan terrible que parece una auténtica maldición bíblica, de esas que pasan de generación en generación. Tan vergonzosa que la han tratado de negar y ocultar sólo para que su dolor se vuelva más terrible, ya que ni siquiera saben de donde viene; como un fantasma que es más aterrador por cuanto ni siquiera sabemos su nombre.

Elena (Ele) es la hija de Perla, madre e hija con una relación difícil que acabó por separarlas (una cosa más que arruina el trauma). Perla, ya una mujer madura decide cursar un doctorado que más que de humanidades, parece de física cuántica y que, basada en la teoría del “Existencialismo Semántico”, la convence de que hay otro mundo, Daemonia, completamente igual al nuestro salvo por una cosa, el curso de la vida de su madre, la abuela Cecilia, otra mujer de carácter complicado con la que nunca terminó realmente de entenderse. Perla no está bien y un buen día Ele recibe la noticia de que salió a caminar y no regresó: Ele no lo sabe a ciencia cierta, pero sospecha que la búsqueda de Daemonia tiene algo que ver con todo este asunto, de modo que se junta con Jeni, la pareja de su madre, Valeriana, su perra salchicha lisiada y salen a resolver un misterio digno de un Sherlock Holmes que las llevará por los lugares y las cicatrices que marcaron la vida de su madre, de su abuela y de Ele misma. A lo mejor y ese lugar resulta ser real…

La novela de Elisa Díaz Castelo está construida como un rompecabezas simbólico donde no siempre resulta obvio donde insertar los muchos elementos recurrentes que la narración nos proporciona: los espejos, las heridas, las lenguas extranjeras, la constante presencia de imágenes que evocan el desmembramiento y la incompletitud. Al principio resulta sumamente desafiante hallar la relación de todas las piezas entre sí; hay que ensayar diferentes soluciones a la par que le seguimos el paso a Ele y Jeni en su búsqueda de Perla. Pero conforme se revelan algunos turbios secretos de familia y adquirimos un poquito de sensibilidad respecto a la difícil condición de ser mujer, las claves se nos revelan al alcance de la mano y de un poquito de empatía.

A pesar de la ingeniosa maestría con que la autora construyó un misterio para resolver, esto no es realmente una elucubración filosófica rompe-sesos como la mención al matemático Hilary Putnam o el pomposo nombre del “Existencialismo Filosófico” podrían inducirnos a pensar; ese es el bagaje científico de la autora añadiendo elementos interesantes a la narrativa. Lo que realmente tenemos entre manos es el testimonio sobre los destructivos efectos que el trauma ejerce sobre las personas más allá de sus propias vidas; la genealogía y criminología de un delito cometido hace muchos años sobre una mujer (y seguramente sobre muchas más) en un tiempo que no parecía dejar muchas más opciones más allá de aguantarse. Lo pone a uno a pensar cómo nuestro presente y nuestra sociedad consisten en buena parte en lidiar con la herencia maldita de una época bastante menos feliz de lo que muchos quieren pensar que era.

Hay cosas tan terribles o humillantes que muchos eligen no afrontarlas seriamente, sino eludir o ignorar a través de algún subterfugio psicológico que no soluciona nada: a veces bloqueas recuerdos, a veces te escapas de tu casa para buscar un mundo donde el pecado original nunca pasó. Por supuesto, esto solo es escapismo y a los fantasmas no se les huye, se les exorciza. Durante su aventura, Elena se topará con personajes del pasado de su madre que no solamente la pondrán sobre la pista correcta, sino que también son de alguna manera un muestrario sobre cómo otras personas afrontan sus propias cicatrices: todas son diferentes, pero han encontrado la vida más allá del dolor.

Además de disfrazar las pistas para los lectores como poéticas metáforas, la autora también nos proporciona un segundo hilo conductor a partir de un desgarrador pero bello relato que avanza en paralelo al viaje de Ele y Jeni y que no es otra cosa que el testimonio de la propia Perla sobre cómo descubrió la cicatriz y la génesis de su propia búsqueda.

El libro abre con varias citas que aluden a la presencia de una herida que todos llevamos y para la cual vivimos, queramos o no; un origen aparte de nuestra genealogía o nuestra genética, pero que la definen tan férreamente como esta última. En efecto, creo que todos cargamos con nosotros una mancha que no querríamos ver ahí, culpa nuestra o de alguien más y como mi cicatriz de los molletes, no podemos hacer nada por quitarla, pero podemos entenderla.

Nombrar una cosa es dejar de temerla, como en los capítulos de Scooby Doo, al arrancarle la máscara al fantasma, sabemos que no es sino un fantoche y pierde su poder sobre nosotros: los fantasmas son seres nocturnos que se disipan con el sol. Quizás por eso es que buena parte de la novela transcurre a deshoras y se hace tan continua referencia a una especie de filtro en blanco y negro que parece impregnar las vidas de estas mujeres, nublando su existencia a la Vida con V mayúscula: el sol brilla a través de esa gran herida, propia y cósmica a través de la que Perla vislumbra el mundo en el que siempre quiso vivir, pero vivir de verdad, no ese aplatanamiento perpetuo que le arrebató a su hija y a su madre, justito como pasó con Cecilia antes de ella; que la arrancó del mundo real para sumirla en un pasado inacabable que suspendió el tiempo por años y años.

Yo sé que es difícil hallar entre las tumbas un lugar para reír, pero recordemos también que pese a todo lo dicho, esto sigue siendo una aventura donde intervienen gatos fantasmas, perros salchichas lisiados con mal aliento y una señora gringa neurótica con peinado de honguito fumando mariguana. La vida sigue transcurriendo más allá del dolor y a través de ese odioso filtro a blanco y negro alcanza a filtrarse el colorido de un mundo que no será perfecto como Daeomonia, pero es real y es nuestro.

Vale la pena vivirlo, con todo y cicatrices.