La desilusión de la izquierda, presentada como una sátira de la derecha.
Mi sentido arácnido me dice que de no haber muerto tan tempranamente como lo hizo, Jorge Ibarguengoitia se habría convertido en un reaccionario de pura sangre y, si bien no voy a decir que no lo culparía, lo cierto es que difícil habría sido no hacerlo. Como muchos miembros de su generación y de muchas generaciones que vendrán, tuvo una juventud en que lo encandilaron las grandes luchas sociales del siglo XX sólo para ver como para fines de siglo, el mundo se iba convirtiendo en un cementerio de utopías, cuando no en un asilo deprimente donde las más prometedoras envejecieron en seniles dictaduras cada vez más malgeniudas y erráticas: desorientadas como un abuelo de pésimo carácter y al que encima le cayó alzheimer. Válgame la fregada.
Me parece que simplemente decir que Maten al León es una crítica a las dictaduras bananeras es un simplismo que no vale la pena ni mencionar: es obvio y la verdad es que como exponente de la novela del dictador, se queda corta frente a cosas como El Otoño del Patriarca de García Márquez o El Recurso del Método de Alejo Carpentier. Es una historia convencional de dictadores narrada en un estilo convencional y aunque a mí me encanta lo convencional y es algo que recomiendo por el placer de leer si te gustan los esperpentos y las caricaturas, eso sí, no en exceso ingeniosas, entonces te vas a pasar un buen rato con este libro, ni muy largo ni muy pesado.
Dictadores haciendo cosas de dictadores en una sociedad corrupta y agachona, que de tan agachada, ni la ves; un caribe de cartón y un setting no muy bien logrado por querer exagerar en el absurdo (el país donde sucede se llama Arepa, por Dios). Cosas que ya estaban muy vistas para el momento en que se escribió. No se entienda esto como que no es una buena lectura: la descripción de la abúlica e hipócrita élite con sus aspiraciones de nobleza de segunda y la de las turbas desarrapadas de pobretones asalvajados por la miseria son adaptaciones muy bien logradas del estereotipo que dan de América los relatos de viajes del siglo XIX y a las que aunque se les salga lo racista por los cuatro costados no dejan de ser un placer culposo. Ésta es una novela para pasarla bien, del tipo bien como lo harías viendo una película de Indiana Jones (aunque más cínica), pero el interés de la obra de Ibargüengoitia radica en otro orden.
Para 1969, cuando se editó la novela, la Revolución Cubana ya había tenido 10 años para dar tumbos y tropiezos y aunque aún faltaba lo peorcito, pese que aún suscitaba esperanzas, ya se veía venir que algo iba a salir horriblemente mal en cualquier momento. Aunque la historia del libro es la de una dictadura personalista al mando de un bárbaro que se enfrenta con una oligarquía convenenciera y típicamente conservadora, lo cierto es que el ambiente en general parece aludir a todo el Caribe a ambos lados de la política y del Golfo de México: ese ambiente político descompuesto puede surgir en cualquier lugar independientemente del ideario.
Hay quien dice que hay una sátira al régimen priísta en el texto, pero el asunto del libro está tan claramente caracterizado como una dictadura bananera que es difícil creer que más allá del ambiente represivo se pudiera estar haciendo alusión al régimen tan sui generis del viejo PRI. Hay, sin embargo, un eco muy mexicano en toda esta escenografía caribeña: tanto la figura del León, el Mariscal Belaunzarán, como el corrillo de aristócratas de segunda que a sus espaldas traman su caída con la torpeza de una novela de aventuras mal escrita, son una pantomima de la figura, el tiempo, la vida y milagros de Álvaro Obregón: sobre toda la escena política de la isla pesa el rastro de los rencores que décadas de chicanerías y descarados crímenes políticos inevitablemente levantan, al punto de haber ya tantos enemigos en todos los frentes que no sabes de donde va a venir el golpe. Como en una perversa partida de “Adivina quien”, el meollo de la novela es atinarle a quien será el verdugo y como en el caso de Obregón, acaba siendo quien menos te lo esperas.
Ibargüengoitia nunca había sido un optimista, y eso se ve muy claro en todos sus libros y si alguna vez tuvo algo parecido a la fe en las Revoluciones latinoamericanas, se nota que para entonces ya se le estaba acabando. Nadie sale bien parado, ni las masas ni los caudillos ni la derecha, la izquierda ni siquiera existe: nada nuevo bajo el sol.
Siendo justos, lo mismo puede decirse de la mayoría de las novelas de dictadores: casi todas son obras pesimistas donde no hay para donde hacerse: si el tirano es corrupto, la alternativa es la barbarie popular o la oligarquía y no parece haber muchas otras opciones a la vista. Al igual que sus antecesores (y sucesores) en la novela de la dictadura, Ibarguengoitia lo que delata es un creciente escepticismo respecto a la política y respecto a la Revolución con mayúscula, como medio de cambio político. Una vez más vemos a un antiguo entusiasta decaer y ponerse en vías de convertirse en un descreído, estación de paso rumbo a la reacción política. Y las que le faltaron…
El avión de Ibargüengoitia se estrelló en 1983: ya para entonces el hombre se había corrido a posiciones bastante más conservadoras y empezado a juntarse con instituciones y personas que iban más con esa óptica. Si no hubiera sido tan conflictivo, seguramente habría eventualmente alcanzado una posición similar a la de Octavio Paz.
Como novela del subgénero de dictador, la verdad es que hay mejores (muuuuucho mejores) y más literariamente valiosas como Tirano Banderas de Valle Inclán; más devastadoras como El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias; más Ingeniosas como La Novela de Perón, de Tomás Eloy Martínez; más profundas como Yo, El Supremo, de Augusto Roa Bastos, o de plano, que te ahorran más tiempo como el brevísimo El Gran Burundún-Burundá ha muerto de Jorge Zalamea, que con menos palabras y más intensidad dicen la misma cosa, algunas más optimistas que otras, pero el libro de Ibarguengoitia es una señal, aquella de una consciencia en vías de morirse, de volverse cínica y desencantada. Es el epitafio anticipado de un sueño que se olvidaron de meter al refri después de la fiesta y se quedó a pudrirse al sol del caribe, el sol más cruel: ese camarada Sol, antiguo y cruel.