




Reseña por Memo Fromow
Pistoleros Famosos (1981)
Fernando de Fuentes
Producciones Monte, S.A.
Película: Acción
Pistoleros de los de antaño; el crimen como vía de escape al aburrido mundito de la hegemonía política post-revolucionaria.
Cuando era niño, yo sabía perfectamente bien el hombre que quería ser: cuando sea grande quiero ser como Mario Almada, un pinche sombrerudo bigotón que mata a todo el mundo. El mundo era simple y yo también y mientras veía esas películas viejas cuyos nombres nunca supe, porque fuera de los muertos y los tiros no me importaba nada, no podía evitar pensar que había una historia más profunda que se escapaba a mi comprensión infantil: asumí que lo entendería cuando fuera mayor y seguí disfrutando de la carnicería en baja, bajísima definición. Efectivamente lo entendí años después; lo que no esperaba era darme cuenta que ya lo había entendido todo desde que era niño: esas películas con tiros, bigotones y sombreros eran justo eso, películas de explotación y nada más.
Y eso estaba bien.
Pistoleros Famosos, tal como todas (o casi todas) las películas de su género, es una película honesta: lo que ves es lo que hay; lo que promete es lo que da: hay pistoleros y (eran) famosos.
Los Almada no van a perder tu tiempo presentándote a personajes que de todos modos van a morirse de la manera menos ceremoniosa en cualquier momento. La película empieza suave: Lucio (el personaje de Almada en ésta cinta) y su mamá hablan de la vida y el universo y de su hermano que anda en malos pasos ¿cuáles malos pasos? ¿Cómo se llama? Sepa la bola, a los 2 minutos le dicen desde la ventana que a su hermano lo mataron, así sin más y antes que pasen otros dos minutos, Almada ya está en la cantina con sillas de Tecate donde los malosos, ya que estaban, se siguen echando unas copas mientras juegan con el cadáver de su hermano que tiene la cara bien adentro del plato.
Lo raro es que no volvemos a tocar el tema del hermano: eso sirvió de excusa para que Lucio, se lance en aventuras de contrabandistas vagamente ligadas por el romance más bien frío que funciona de hilo conductor a una historia que, como el asunto del hermano muerto, parece ser más bien una excusa para juntar secuencias y estampas de Almada y sus pistoleros echando fierro con estilo.
¿Hay que matar a alguien? Lo matan ¿Hay que robar un tráiler? Lo roban ¿Hay que bailar con los Cadetes de Linares de fondo? Se baila, y siempre alguien va a terminar muerto. Éstos súper machos no pierden valiosos segundos de metraje hablando de sus sentimientos ni motivaciones o haciendo planes: las cosas pasan y ya, como en los romances viejos o las canciones norteñas que son a la vez el soundtrack y la inspiración narrativa de la película. Porque aunque no lo parezca, lo anterior no son vicios, sino virtudes que se deben valorar en su contexto: ésta película es una referencia y un tributo a tantas y tantas de esas canciones de los casettes viejos en el carro de tu papá, ‘El Corrido de los Dos Amigos’, ‘Las Tres Tumbas’, ‘El Asesino’ y las que me digas; narraciones rápidas y concisas que te dicen sólo lo necesario para que puedas pasar a la que sigue. Como en los romances medievales, los personajes son lo de menos, es la aventura, el honor y la sangre lo que hace al héroe. Por sus hechos los conoceréis.
Ocasionales intentos de lirismo saltan aquí y allá: la mujer emisaria de la muerte en las visiones de uno de los pistoleros; el amor sincero y herido del jefe de los contrabandistas y otras tantas, pero al final uno no está ahí por esos retazos mal unidos al cuerpo de la trama y que se cierran torpemente, estás ahí para ver a la novia de Lucio en ropa muy pero que sí muy pegada y a norteños cociéndose a tiros cada dos por tres, Dios los bendiga.
Para ser una historia de contrabandistas, apenas y se mencionan las drogas, apenas una sola vez se dice la palabra hierba y es poco más o menos la única referencia al tipo de negocios que hacen el contexto de la película. Pese a ser entretenimiento teóricamente para adultos, observa celosamente la mojigatería del cine mexicano del siglo pasado.
Éstos pistoleros son aquellos nobles bandidos que no matan sin razón ni enfundan sin honor, fantasmas de aquel México viejo donde el crimen era una vía de escape al aburrido y odioso mundito de la hegemonía priista y no la chamba ingrata, peligrosa y ruin que dos décadas de guerra nos han hecho ver más de cerca en toda su anti-glamourosa miseria.
Ya ni delinquir se puede sin caer en el tedio de tener que ir a trabajar, caramba.
Pero no Lucio. Él todavía es nuestro vengador de pistola, y sombrero. Caballero, cristiano y valiente; feo fuerte y formal: vino mujeres y canciones.
Los Almada nos hacen soñar, que no recordar, ese México donde la violencia era un asunto de honor que se zanjaba en despoblado para no matar inocentes y no de dinero que corre como la sangre; un México que, aunque nunca conocimos, era más feliz y sobre todo, más tranquilo.
Como lo extraño.