


Reseña por Federico Cendejas
Quemar Las Naves (2007)
Francisco Franco Alba
IMCINE
Película: Drama
Las incontenibles ganas de quemar las naves e irse al mar.
La película mexicana Quemar las naves (2007), dirigida por Francisco Franco Alba, con guion del mismo director y de María Renée Prudencio y protagonizada por Irene Azuela, Ángel Onésimo Narváez y Bernardo Benítez, presenta el profundo conflicto existencial que viven un par de hermanos habitantes de la ciudad de Zacatecas, Helena y Sebastián, quienes buscarán a lo largo de la trama, algo que quizá es de lo que está detrás desesperadamente toda la humanidad: ser libres.
La enfermedad y la muerte de la madre, la ausencia del padre, así como un contexto conservador y frío enmarcado por los bellos edificios coloniales y por los paisajes desérticos característicos de la región, hacen que los hermanos desarrollen una extraña relación entre sí, llena de conductas poco ordinarias y una tensión incestuosa que se manifiesta a lo largo de la historia; además de que cada uno vivirá individualmente su propio camino hacia la redención.
Helena no sale de la casa nunca, a pesar de su belleza y juventud. Además, tiene la terrible obsesión de exterminar la plaga de hormigas de aqueja su hogar. Me gusta pensar que esas hormigas se parecen a los recuerdos que la atormentan y que no puede exterminar, por más insecticidas que utilice. Cabe mencionar que Irene Azuela obtuvo el Ariel (2008) por su destacada actuación en el papel de Helena. Más que merecidamente, pues la actriz logró transmitir el dolor, la frustración y la tristeza de la protagonista con un trabajo sumamente conmovedor.
Sebastián, por otro lado, a pesar de ser bastante reservado, presenta una conducta rebelde y, en ocasiones, patética: sus emociones contenidas y sus ansias por encontrar su lugar en el mundo se ven potencializadas cuando entabla amistad con Juan, un chico que lo lleva a conocer los caminos de la vida y el amor de las maneras menos ortodoxas posibles.
Quizás una de las escenas más emotivas se da cuando los dos jóvenes amigos observan la inmensidad del paisaje y Juan le dice a Sebastián que imagine que lo que tiene enfrente es el mar que tanto añora conocer; le pide que cierre los ojos y él mismo simula el sonido del océano mientras lo toma de los hombros y lo mece como si sus manos fueran el agua salada envolviéndolo. Tal vez no importe tanto ver el mar con los propios ojos, basta con desear e imaginar para sentir intensamente. La invitación a abrir las puertas del corazón y el cuerpo, hecha por el amigo que viene de la costa al que está tierra adentro es, simplemente, el recordatorio de lo poco que dura la nuestra vida y de que hay que hacer algo con ella mientras la tengamos.
Por supuesto que la película presenta una serie de conflictos estremecedores, además del principal relacionado a la libertad: la falta de comunicación, el miedo y la aceptación de la homosexualidad, la búsqueda del sentido de la vida y, por supuesto, la construcción de la identidad.
El título no podría ser más poético, pues Quemar las naves además de ser aquella frase icónica que Hernán Cortés utilizaría para impedirse a sí mismo volver a España derrotado, representa el deshacernos del pasado para poder mirar hacia el futuro. Es la breve, pero poderosa advertencia de que para lograr abrir la puerta y salir de nuestro encierro, hay que arrasar con todo aquello que nos estorba para, ahora sí, dejar que el aire golpee fuerte nuestro rostro, se nos brinde la posibilidad de mirar el cielo y, con buena suerte, tal vez también el mar.