




Reseña por Memo Fromow
Raíz que no desaparece (2025)
Alma Delia Murillo
Alfaguara
Libor: Novela
La vida que se come a la vida.
En su libro, La Leyenda de los Soles, Homero Aridjis nos da cuenta de un México futurista pero terrible, en que el exceso de vida deriva en una sociedad cruel y canibalística en la que de tantos pelados que hay, se acaban el agua del Valle de México y dan lugar a una distopía tan corrupta en lo social, espiritual, como en lo físico. La vida, al pulular en exceso, termina por devorarse a si misma, dando lugar a escenarios que hacen las proyecciones apocalípticas de Malthus una fiestecita de té para señoritas victorianas con calzones color de rosa y mil y un encajes.
En Raíz que no desaparece de Alma Delia Murillo, no puedo evitar ver una variación del mismo tema, aunque declinada en clave opuesta: de tanta muerte, un exceso de vida amenaza con traer el próximo gran holocausto, más terrible y asolador incluso que el que ya vive México con sus cientos de miles de muertos y desaparecidos.
Más aún, a diferencia de la novela de Aridjis, que es pura fabulación, en esta novela hay mucho de reportaje en torno a algunos de los peores vicios del México moderno: asesinatos, censura, corrupción política, burocracia, etc. Nuestra protagonista (un alter ego de la propia autora que se parece demasiado a su doble de la vida real como para asumirla como un personaje del todo ficticio) es una espectadora del drama de las madres buscadoras y de su desoladora odisea a través del gran cementerio que es México, atravesando la indiferencia (cuando no hostilidad gubernamental) y la perpetua amenaza del crimen organizado.
La reportera protagonista asume su papel como un ente impotente y más bien ridículo en presencia de tanta desgracia frente a la cual no puede ayudar más que estando ahí y escribiendo, por poco que ello signifique; para peor, tampoco se trata de una persona muy estable y muy valiente: más bien demasiado humana como para poder asumirse, no digamos como heroína, sino siquiera como algo distinto de un estorbo para las personas a las que ve consumirse persiguiendo un objetivo cada vez más difuso; los fantasmas de sus seres queridos. Los acompaña en los interminables via crucis burocráticos ante autoridades que son, en el mejor de los casos, apáticas e ineficaces, y en el peor, corruptas y hostiles. Las acompaña en sus pesadas vidas personales con trabajos y familias, que parecen ya más bien un anexo a su labor de buscadoras que existe solo como medio para permitirles seguir viviendo y seguir buscando, pues esas vidas ya no tienen otro objeto que ser medios para un fin.
Sin embargo, algo parece estar pasando entre las madres buscadoras: algunas de ellas han tenido sueños en los que han recibido pistas sobre el paradero de los restos que buscan, por supuesto, las autoridades las ven con escepticismo, pero ¿Cuándo han sido de ayuda de todos modos? A estas mujeres les servirán más su instinto y estas señales que cualquier recurso oficial.
Al mismo tiempo, nos enteramos de que el exceso de cadáveres en el suelo mexicano ha contribuido a incrementar inmensamente los niveles de nitrógeno de la tierra. Esto dota de un vigor mucho mayor a las plantas, que crecen más verdes y frondosas, pero también está causando la propagación de un hongo parásito que afecta a esas mismas plantas y animales, y que a su vez está afectando la salud de los humanos y de la propia sociedad. El exceso de muerte da lugar a un exceso de vida que amenaza con tragarse a esta fracción de humanidad llamada México. Así pues, además de ver a las personas marchitarse, debe tratar de llegar a la raíz de esta plaga a través de una búsqueda archivística en los códices prehispánicos, en los que al parecer ya se había advertido este fenómeno como premonitor de una gran catástrofe: la broma es para ellos ¡Ya vivimos en la catástrofe!
La ficción es tan cercana a la realidad que no nos permite, no nos da el lujo de distanciarnos de la historia, ni aún después de terminado el libro y pensar “bueno, al menos es solamente una libro, una ficción”, porque salvo los nombres y algunos elementos fantásticos, no lo es: es la puritita y cochinérrima verdad. Antes habrá que dar las gracias por los discretos elementos literarios que agrega para darle a este descarnado retrato de la miseria humana un poquito de poesía que invita a la esperanza. Al menos, como libro, puede darse el lujo de agregar ese muy necesario toque de humanidad en medio de tanto horror sin más sentido que la vulgar ganancia económica.
El libro está escrito a tres voces: la narración de la protagonista y sus penurias; la narración a través de cartas de una de las madres buscadoras y algunos pasajes hablándonos sobre investigaciones en torno a la vida de las plantas que sirve, además de como sostén del elemento fantástico de la historia, como demostración de la interconexión que existe entre todos los órdenes de la vida, del vegetal al social.
Se trata de un mecanismo muy recurrente hoy: distintos narradores y distintos elementos narrantes, típicos de una literatura experimental que está cada vez más tratando de asumirse como una voz relevante en los problemas reales del país en vez de un juguete intelectual.
Este libro mezcla de una manera tan orgánica la ficción y la realidad que es muy difícil darse cuenta dónde es que empieza una y termina la otra, y creo que es plan con maña: si nos señalaran con claridad esa frontera, nos sentiríamos con libertad de jerarquizar los problemas planteados en la historia, cuando todos son muy reales y muy acuciantes: si bien no estoy muy seguro de la existencia de un hongo como el mencionado en el libro (aunque tampoco estoy en posición de negarlo), lo cierto es que la crisis de seguridad ha acarreado consigo una crisis ambiental producto de actividades como la minería o la tala ilegal; aunque dudo de los sueños como elementos confiables en una investigación criminal, las personas que lo necesitan siguen aferradas a estos como último reducto frente a un mundo que parece haberlas abandonado.
A fin de cuentas para eso sirve el arte, para decirnos la verdad contándonos mentiras, e invitarnos a hacer algo… o al menos a no estorbar.