




Reseña por Memo Fromow
Soy Frankelda (2025)
Arturo y Roy Ambriz
Cinema Fantasma / Warner Bros discovery
Película: Animación
Quién hubiera pensado que las pesadillas pueden ser tan hermosas.
Recuerdo los días en que una producción animada mexicana era un acontecimiento cósmico que requería que las estrellas se alinearan y Mercurio se posicionara en la 5ª casa de Capricornio; la sola expectación de ver una caricatura (esas cosas que yo y tantos otros niños adorábamos), y que además tuviera el sello mexicano para halagar nuestro patrioterismo de primaria, era tal que no nos importaba que fueran producciones como las tortuosas Magos y Gigantes, Brijes, Nikté o la 1era y vacilante iteración de La leyenda de la Nahuala. Tonterías de sibaritas no nos atañían y aunque pudieran ser a veces un poco incómodas de mirar, lo hacíamos (al menos yo) con gusto y con la fe del que espera el cumplimiento de una profecía. Casi 20 años han pasado para que (parte) de esa promesa que quizás solo existía en mi cabeza se cumpliera de la mano del estudio Cinema Fantasma y hoy estoy feliz de haber vivido lo suficiente para tener que dejar atrás las alegrías de la primera juventud si a cambio tuve la dicha y la madurez para ver y apreciar el tiempo en que productos como Soy Frankelda son, ni por asomo comunes, pero sí cada vez más posibles.
Es muy bueno mantener siempre una saludable dosis de espíritu crítico en la vida, especialmente cuando se trata de mirarnos a nosotros mismos, pero en México eso se ha convertido en muchos casos, en una fijación que raya en el meme. Tantas buenas producciones han sufrido desprecios por parte de su público potencial por el simple hecho de ser hechas aquí. A veces sospecho que es la reacción defensiva de un público adoctrinado en un imaginario ramplón pero extendido sobre lo mexicano, lo que sea que eso signifique: las desilusiones en el campo histórico-político-económico se contagian a los demás órdenes de la vida y esperamos decepcionarnos de todo, aunque sea para no sufrir otro desengaño, creyendo así ser más listos que el mundo.
¡Pues al diablo con eso! Hay muchos problemas en el mundo y en México, pero al menos podemos saber que siempre hay y ha habido buena cosecha mexicana con la que desentenderse del odioso jueguito que es la vida real y aunque no soy fan del arte como escapismo, reconozco que el disfrute de lo bello es tan importante como el trabajo y el civismo.
Cinema Fantasma lleva ya casi 15 años (al momento de escribir esto) trabajando continuamente en uno de los medios económicamente más difíciles del entretenimiento: la animación, y peor tantito, el Stop-motion, célebre por lo demandante que es en cuanto a tiempo y recursos, y lo ingrato que tiende a ser económicamente.
Su catálogo incluye sobre todo cortos y proyectos de media duración… hasta hoy.
Soy Frankelda, es el primer largometraje stop motion de la compañía, y tal parece que de México también: esto no solamente es un hito en la historia del cine mexicano, sino que también estoy seguro que lo será igualmente en la memoria de toda la gente joven que vaya a verla. Así como Magos y Gigantes, con todos sus defectos, fue el re-despertar de la animación mexicana después de un larguísimo silencio, Frankelda es un evento que anuncia su madurez tanto estilística como narrativa.
Nuestra historia comienza donde comienzan todas las grandes historias: en México durante el siglo XIX (el MEJOR de los siglos), en un punto indeterminado de las décadas de 1860-1870. Francisca Imelda es una niña creativa, peligrosamente creativa en un entorno cerrado y asfixiantemente conservador a pesar del reciente triunfo liberal en la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa. En México, todo es siempre como ayer, aunque sea mañana, y el mundo para una mujer que quiere ser escritora no pinta muy bien.
Ajeno a la muerte del presidente Juárez, a la insípida presidencia de Lerdo de Tejada, al advenimiento de Porfirio Díaz y a toda la pacata vida de la provincia mexicana de la posguerra, existe el Topus Terrentus, el plano donde viven las pesadillas que los humanos han creado y que subsiste gracias al miedo de los mismos, miedo que está cada vez más mermado y que se está cobrando la vitalidad del reino, empezando por su rey Ficturo. Los horrores derivados de la destrucción del antiguo régimen, la industrialización incipiente y el cada vez más profundo pozo sin fondo de la psique humana le vienen grandes a un reino imaginario que todavía se alimenta de leyendas populares antropomorfizadas. Queda claro que ALGO, hay que hacer, y es el preocupón príncipe Herneval (Hernevalito, para los cuates) el que se toma la tarea a pecho y decide buscar a alguien que tenga claro a qué le temen los humanos ¿y quién mejor para eso que una humana proveniente de una tierra recién azotada por la guerra, barrida emocionalmente por la orfandad y el abuso doméstico?
Todo iría sobre ruedas de no ser por Procustes, el Pesadillero Real, que antes de la crisis se encargaba de escribir las pesadillas que asustaban a los humanos y eran el sustento del reino: hoy es una reliquia de otra época y vive obsesionado, no con el ocaso del Topus Terrentus, sino con la amenaza de perder su puesto ante nuevos escritores. Dicen que quienes hacen el cambio imposible, hacen el conflicto inevitable. El escenario está servido.
Sobre la producción ¿qué rayos te voy a decir yo si no lo que es evidente desde el mismo tráiler? Es un derroche de talento y amor al arte que se nota desde el minuto uno. Como dije arriba, y como sabe cualquier aficionado a la animación, el stop-motion está entre las más difíciles y costosas formas de animación, tanto en tiempo como en esfuerzo y que, sin embargo, no se escatimó para la realización de esta película: todo está hecho con un amor de relojero que conmueve por el claro, exquisito, enloquecedor cuidado al detalle que se revela en cada segundo (sí, cada segundo) de metraje y en cada prop: la cota de malla de las armaduras de los guardias reales, el chaleco de Procustes, el broche de la banda que cruza el pecho de Herneval; en fin, un pequeño catálogo del mundo… pero en chiquito.
Algunas de las películas más exitosas y conocidas realizadas con esta técnica se complacen en la fluidez de los movimientos, como por ejemplo Wallace y Gromit o Pollitos en Fuga de Aardman Animation; Soy Frankelda, se mueve un poquito más lento entre fotograma y fotograma, pero estoy convencido que no por falta de capacidad para igualar la calidad de sus antecesores, prueba de ello es el trabajo previo de Cinema Fantasma, sino como complemento del ambiente truculento que contribuye a lo enrarecido de la atmósfera que está creando, a fin de cuentas esto es el reino de las pesadillas (y el México profundo), es normal que las cosas luzcan y se muevan de modo extraño, en el famoso uncanny valley del que hablan los anglo parlantes.
La banda sonora fue hecha ex profeso para la película con música instrumental que recuerda mucho a las composiciones de Danny Elfman para las películas de Tim Burton. Una especie de Neo-gótico que, aunque nada tiene que ver con las tradiciones medievales de donde viene esa palabra, se las arregló para redefinir el término “gótico” en nuestras mentes. Ese tonito ominoso, pero dulzón-melancólico, que inquieta y arrulla a la vez. Frankelda lo consigue y agrega con ello una capa más de ambientación a su ya de por sí muy trabajado mundo.
La película también hace su lucha para ser, además de todo lo que es, una película musical. Cuenta con varios números en los que brilla la composición y complejidad de las secuencias, la música y la interpretación de los cantantes, pero no convence tanto en sus letras, que no alcanzan a ser tan melifluas en cuanto a la facilidad de la rima: poco sé de métrica, pero sé identificar cuando en una composición las palabras se pronuncian con una pesadez adecuada para una conversación, pero no para una canción o poesía.
Lo que nos lleva al que considero el único punto flaco de la película: su guion. No me malentiendan, no es malo. Tan no lo es que, en cuanto a películas mexicanas para todo público, puedo decir sin lugar a dudas que es el mejor que me ha tocado ver, e incluso en términos simbólicos se maneja muy bien: la película es una alegoría del proceso de destrucción y renovación creativa en forma de intriga palaciega. Muy bien ahí. Mi problema es más bien con los personajes, de quienes llegamos a conocer más bien poco. A pesar de que Frankelda dice que a lo que más le tienen miedo las personas de “hoy” es a su interior, todo cuanto vemos de los personajes es su arquetipo básico: el príncipe valiente, el artista incomprendido, el villano bufo y burdo. Fuera de Frankelda, Herneval y Procustes, el resto parecen más bien parte del decorado, elementos de exposición o resortes para los protagonistas. La trama romántica es especialmente inverosímil y no deja de sentirse como un agregado demasiado esquemático para cumplir con un modelo de historia que de todos modos se diluye en la trama general, donde reaparece cada tanto asomando la cabeza, solo para desaparecer de nuevo frente a la fuerza del resto de los acontecimientos sin que al final haya contado para mucho: Herneval y Frankelda podrían no haberse enamorado en los 5 minutos en que lo hicieron y perfectamente habríamos podido llegar al mismo punto de una manera más creíble.
Sin embargo, queda claro que la película fue pensada como una fábula fantástica clásica: un ejercicio de ambientación donde debe contar más el simbolismo de conjunto para dar fuerza a la moraleja antes que el estudio de personajes. Como en los cuentos fantásticos, y el de Frankelda es uno, aquí muchas cosas pasan porque sí; porque es mil veces más poético y disfrutable asumir una relación dual pensamiento-creación en que el pensamiento per se crea a los objetos pensados para dignificar el oficio del artista, equiparándolo al de una pequeña divinidad, que meterse en discusiones bizantinas sobre cómo funciona un mundo que no existe. Porque son caricaturas mijo, no esté fregando.
Hay que decir, para un esfuerzo como el que supone esta película, ayuda horrores tener productores de la talla de Cartoon Network (con quienes Cinema Fantasma lleva ya varios años trabajando) y de uno de los santos patrones del cine contemporáneo, Guillermo del Toro; pero queda claro que el estudio no habría conseguido tamaños patrocinadores de no haber sido por la calidad de la última década de trabajo. Concretamente, Soy Frankelda es una película que abreva de una franquicia que el estudio ya había construido desde hacía varios años con la miniserie de cortometrajes Los Sustos Ocultos de Frankelda, 5 piezas de stop motion transmitidas por Cartoon Network (hoy disponibles en HBO) que sirvieron de muestrario en cuanto las capacidades del estudio y para los que esta película sirve de precuela. A veces el esfuerzo sí da frutos.
Sólo me queda esperar que esta película rompa la maldición del stop motion y el prejuicio del público hacia la producción nacional, que prueba una vez más que no necesita exagerar el ya trillado imaginario mexicanista para demostrar su mexicanidad: con discreción y naturalidad se obtiene el mismo resultado sin caer en reclamos burdamente explícitos. México asoma aquí no solo porque aparece como parte del escenario, sino también en la forma de hablar de los personajes, en los diseños y en las sutiles pero numerosas referencias a su imaginario más profundo.
Nadie es profeta en su propia tierra, y tanto Frankelda como Cinema Fantasma tuvieron que asombrar primero fuera del país para poder regresar consagrados por el halo del éxito y la bendición del Gran Mundo. Sirva su lucha para que las generaciones de creadores que vienen no tengan que volverlo a emprender.
Enhorabuena por los que abren el camino.


