portada del libro Todos Los Fines del Mundo.
portada del libro Todos Los Fines del Mundo.
Calificación recomendado de Rehilete
Calificación recomendado de Rehilete

Reseña por Memo Fromow

Todos Los Fines del Mundo (2025)
Andrea Chapela
Random House
Libro: Novela

¿Tiene nombre el fin del mundo?

La Qualia es una palabra en latín que hace referencia a la experiencia vivida, tan nuestra que es realmente intransferible y difícilmente comunicable; la manera en que hacemos esa vivencia una parte íntima de nosotros y que, a pesar de que pueda ser vivida por alguien más, será irremediablemente diferente de la nuestra. Cada cosa en el mundo, por muy semejante que parezca, toma un sabor distinto en cada uno de nosotros; a veces tan diferente, que casi ni siquiera parece que experimentamos la misma cosa ¿Es válido entonces usar la misma palabra (amor) para designar a las mil maneras en que es posible querer a alguien? Quizás sería mejor que cada uno inventara las palabras que más le acomoden para describir la manera única en que vive el mundo. Sí, eso estaría bien.

Excepto porque de hecho no lo estaría…

Necesitamos un vocabulario común para medio entendernos entre nosotros. Sí, perdemos precisión, pero ganamos en practicidad. Ni modo, aquí nos tocó vivir como decía Cristina Pacheco en canal 11 a las 10 de la noche; no somos leales a cómo nos sentimos en realidad, pero al menos si pido un jugo en el OXXO me van a dar un boing de mango, como la mayoría de las personas esperamos cuando pedimos un jugo. La alternativa es caer en lenguajes propios que serán muy divertidos y sinceros pero que nadie más entenderá ni recordará, como le pasó a los autores de la vanguardia de principios del siglo XX ¿o apoco ustedes sí se acuerdan (y entienden) a Ángel Cruchaga Santa María, Macedonio Fernández, Martín Adán, o ya de perdis a Vicente Huidobro? Grandes autores, pero aún más grandes desconocidos.

La autora Andrea Chapella aprende de los excesos de estos antecesores y nos hace reflexionar sobre la capacidad que tenemos como humanos para entendernos con una herramienta tan imperfecta como el lenguaje. Armada con una historia sobre el literal fin del mundo y el fin del amor (lo que rayos sea que eso signifique) entre un particular grupo de personas de esas a las que Dios crea pero el diablo las junta.

Angélica es una estudiante mexicana que vive en un Madrid donde el cambio climático ya no permite ni a los moradores del 1er mundo fingir que todo está bien: si hasta la gente bonita se cocina viva a temperatura ambiente en plena Europa ¿Qué cabe esperar que esté pasando en nuestros tristes trópicos? Pues por el momento a Angélica no le da mucha importancia: ya tendrá toda la vida para preocuparse. Por mientras el destino le ha puesto enfrente a Manu y a Susana, un par de muchachos que no saben ni qué son entre ellos, si amigos o amantes o sepa la bola… confusión que no les impide agregar a la ecuación a Angélica en calidad de quién sabe qué, pero que le permite experimentar la felicidad en estos últimos días antes de la catástrofe climática

¿Quién es el apocalipsis para obligarla a ponerle nombre a la alegría que le da andar junto con los únicos seres que parecen entenderla? No necesita de ardientes romances ni romanticadas para saber quién es la gente a la que quiere y con la que quiere pasar el fin del mundo.

¿O no?

Esta novela está narrada en 3 secciones que corresponden cada una a diferentes niveles narrativos: cada una una versión más clara de lo que está pasando realmente.

Más allá de problemas lingüísticos y del lugar común en que se ha convertido hablar del fin de la humanidad, Angélica tiene que aprender a lidiar con que no solo el lenguaje es insuficiente para designar a lo que queremos, sino que al igual que una palabra no puede cubrir la complejidad de un fenómeno, tampoco puede comportarse siempre de la misma manera cuando las relaciones personales cambian con el tiempo y las circunstancias. No siempre está la ventaja del fin del mundo para ponerle un punto final a nuestras relaciones idílicas: cuando la vida sigue, aún después del fin de la ficción, tenemos que afrontar que las personas cambian y lo que era nuestro lugar feliz en sus brazos se convierte en otra cosa. Acostumbrarse a los cambios toma tiempo y trabajo, un trabajo que muchos prefieren no hacer antes que tener la disciplina para entender y seguir a las personas que queremos más allá de sus propios problemas.

Para Angélica, y sospecho que también para la misma Andrea Chapela, la manera de hacer eso por los suyos es a través de la escritura.

¿Qué viene después del fin del mundo? Bueno, nadie tiene realmente respuesta a esa pregunta, pero a cambio puede imaginar mejor lo que viene después de lo que creía que era el amor. Hacer un simulacro del fin del mundo sirve como una especie de metáfora para reflejar el fin de una etapa de la vida y de sí misma.

Alguna vez oí decir que el amor no era amar para siempre a una persona, sino amar aquello en lo que esa persona va convirtiéndose con el tiempo. Aceptar que después de cerrar los ojos la noche del triunfo esperando que ahí quede nuestro feliz para siempre, vamos a despertar panzones y amargosos, pero al menos tendremos a esa o esas personas con quienes vale la pena recorrer el aburrido mundo… o lo que quede de él.

A pesar de sonar como una simple narración apocalíptica que explora algunos refinamientos sentimentales, Todos los fines del mundo es una novela con una estructura poco convencional; tan poco convencional que por momentos se siente más como un ejercicio de sanación después de una larga confusión emocional similar a la que ocasiona una pérdida. Afortunadamente, tiene el buen sentido para saber que una larga lamentación personal no es precisamente atractiva a una audiencia que viene atraída por las palabras fines del mundo: la autora supo vestir este proceso personal con el ropaje de una aventura escatológica, tan a tono con el gusto de hoy, para darnos algunas sorpresas en el camino, muy al estilo de la vieja vanguardia en cuyos aventurados recursos estilísticos, sospecho, se inspira. Es un paso atrevido, por cuanto se arriesga a perder al lector en el torbellino emocional cuando éste se creía envuelto en OTRO torbellino, que quizás esperábamos que tuviera más mutantes y gente vestida con látex y púas.

Pero si me preguntan, el viaje llega a buen puerto después de la zarandeada ¿El mundo realmente se acabó? Pues aún si de veras terminó, al final nos damos cuenta de que por fortuna eso pasa más a menudo de lo que pensamos y si realmente lo hace, tenemos el consuelo que hemos sobrevivido a ello muchas veces; aunque no salimos del apuro siendo los mismos de antes. Hay que volver a construir uno nuevo cada vez, pero por aquellos que nos hacen felices, creo que vale la pena.

En este mundo sólo nos tenemos los unos a los otros, incluso cuando ya no hay mundo.