Portada del libro Ulises Criollo.
Portada del libro Ulises Criollo.
Calificación Recomendado de Rehilete.
Calificación Recomendado de Rehilete.

Reseña por Memo Fromow

Ulises Criollo (1935)
José Vasconcelos
Ediciones Botas
Libro: Biografía

Bienvenidos a los recuerdos de uno de los ‘haters’ por excelencia en la historia de nuestro país.

Érase una vez un hombre tan enojado que se la tomó con una nación y con no uno ¡sino dos siglos al mismo tiempo! Y enojado vivió con ellos (y con cada vez más cosas y personas) los últimos 30 años de su vida.

José Vasconcelos es una cosa rara; a riesgo de sonar como reseñador obsequioso de novela barata, lo cierto es que es difícil catalogarlo política y literariamente.

Fue un destacado antiporfirista y compañero sincero de Madero contra la dictadura desde el principio… ¡Qué bien!

Pero siempre sintió un gran desprecio por las clases populares y rara vez habla de ellas sin desdén o, si bien les va, deferencia… Que mal.

Refundó la Universidad Nacional en plena Revolución Mexicana y hasta le dio un lema muy chévere, aunque hoy ya no tenga mucho sentido fuera de lo puramente lírico… ¡Qué bien!

Pero era un racista descarado que despreciaba buena parte del legado cultural de México y soñó con purgar al país de los “salvajes” y de toda influencia indígena, por la fuerza si fuera necesario… Que mal.

Pero fue uno de los pensadores fundacionales del nacionalismo mexicano moderno, concibiendo la cultura mexicana como algo valioso en sí mismo y destinado a superar sus influencias europeas… ¡Que bien!

Sólo para tragarse sus palabras y pasar el resto de su vida renegando de los mexicanos como pueblo y “condenándonos” al oprobio y al salvajismo desde una perspectiva puramente hispanista… Que mal.

Y así podría seguir toda la tarde y toda la reseña, pero para eso hay libros mejores y más informados. Hoy vamos a hablar de Vasconcelos, sí, pero visto por él mismo y a la distancia, cuando recién repuesto del desastre de su derrota en las elecciones de 1929 empezaba a cocinarse a sí mismo en los jugos de su rencor.

Nuestra historia comienza como todas las historias en el México viejo: con un joven y prometedor oaxaqueño fuera de casa buscándose la vida. Las primeras páginas del Ulises Criollo son un deleite en cuanto evocación de un México lejano y legendario visto desde la perspectiva de alguien que se está esforzando en rememorar la perspectiva de un niño perdido con su familia en el desierto de Sonora, de la mano de su madre, esa santa que domina con su piedad la inmensidad de la tragedia y la miseria; perfecto símil de la Patria que se sobrepone al desastre de un siglo XIX calamitoso y que sigue buscando su suerte en el desierto donde se esconde el porvenir: el siglo XX que viene ya pronto y ahora sí no nos va a tomar desprevenidos.

Estos primeros capítulos hechos de impresiones lejanas y borrosas, donde Vasconcelos relata su niñez y la vida de su familia en el lejano Norte son, creo, un punto alto que el libro no vuelve a alcanzar. El Vasconcelos político y soberbio que escribe en 1935 aplasta después, bajo toneladas de tinta, al Vasconcelos niño, y la palabrería mal digerida de la hoy olvidada filosofía de principios del siglo XX (que el autor consumió en cantidades industriales) se tragan lo que serían magníficas estampas del México viejo.

Los rezos ante lámparas de aceite que iluminan viejas estampas devotas durante las balaceras con los contrabandistas y los bandidos; la amenaza de los apaches que la mamá de José le advierte, pueden llevárselo en cualquier momento; la evocación de la Oaxaca de sus padres en medio del desierto y en una tierra tan distinta y el recuerdo aún vivo de la Intervención Francesa que regó la República de veteranos e historias de guerra son un marco magnífico para empezar la gran aventura del siglo XX que se aproxima. México ha vivido grandes aventuras y desgracias que lo han hecho más sabio, pero es momento de preparar el advenimiento de la nación. Y Vasconcelos está listo para ello.

Toda su infancia parece una prueba: los gringos de la frontera son insolentes y José está siempre presto a defender el honor de la nación; la pobreza de la familia es crónica pero más honrada que bañarse vestido, y la devoción católica de su madre le da el marco espiritual perfecto para sufrir la desgracia con honra y convertirla en grandeza.

Esos primeros capítulos son, verdaderamente, épicos, aun cuando tratan de cosas nimias como los paseos familiares o los días de escuela en Piedras Negras/Eagle Pass. Por desgracia, como dije, esto es tan bueno como se pone.

Conforme los recuerdos de Vasconcelos se vuelven más próximos y se acuerda que tiene que recordarnos porqué él es el “Maestro de América”, la prosa se empieza a archicomplicar tratando de dar a todo un aire de filosofante. Insisto, los mejores pasajes de este libro son cuando el autor deja correr los acontecimientos con sencillez de relatoría en vez de querer dotar de simbolismo al sol de cada mañana. Se disfruta mejor su evocación del puerto de Campeche a finales del siglo XIX cuando nos habla de las frutas, de los paseos y de los amigos que cuando fija la mirada en el melancólico horizonte, surcado de místicas brumas que portan consigo los efluvios de allende las superficies irisadas con el arrebol vespertino, bañando la atmósfera hierática de la playa, henchida ya de violáceos cromatismos que… Ya me entienden: uno verdaderamente aprende el valor de la concisión y la sencillez cuando estás leyendo un pasaje sobre su visita a la heladería y de pronto te das cuenta que en pleno párrafo te quedaste atrapado en una de esas interminables divagaciones en que las cosas más triviales A FUERZA deben tomar proporciones poéticas.

Insisto, no siempre es así y cuando prima la soltura en el texto, entonces tenemos algunas estampas dignas de nota sobre la vida en México a finales de siglo. No te equivoques, Vasconcelos no es un costumbrista, Dios me libre de decirle tan feo, pero conocer el México antiguo de su mano es una experiencia informativa, sobre todo si no has tenido ocasión de leer mucha historia regional: si algo debo de reconocer es que en el Ulises Criollo recorremos mucho México en muchas páginas y aunque no puedo decir que el autor aprecie realmente las diferencias profundas de las regiones, al menos sabe pintarlas con sabor y frescura… cuando quiere.

Luego el Vasconcelos estudiante secundariano evoluciona en preparatoriano y en la Ciudad de México se vuelve bohemio: relatos de novias, desaires, borracheras, compañeros y cosas típicas de la juventud que no brillan gran cosa; estampas de la ciudad y costumbres que se leen y gustan mejor en autores como Gutiérrez Nájera, Alberto Leduc o Guillermo Prieto.

Temo decir que así seguimos por muchas páginas, porque su vida citadina, más bien apagada y deslucida se prolonga desde su paso por la preparatoria hasta bien entrados sus años de abogado: bastante de la parte intermedia del libro son estos recorridos desencantados de la Ciudad de México y de ciertos rincones del interior de México que resultan por momentos chocantes al seguir a alguien que a fin de cuentas habla de cómo las cosas estaban mal y de cómo, si alguna vez creyó que se podían arreglar, Carranza, Calles y Villa acabaron con toda, TODA esperanza que este país pudiera tener de mejorar. El hombre, para entonces, cree haber visto cómo acaba la Historia del mundo y con la severidad de un oráculo, ha señalado ya el destino que nos aguarda a todos por haber nacido de azteca y español y sobre todo, por no haberle hecho caso a él, nuestro profeta de la nacionalidad. Tenga güey, eso le pasa por respondón.

Menos mal que ahí viene la Revolución y el Maderismo para volver a levantar este relato: eso siempre levanta cualquier novela mexicana del siglo XX.

Cuando crees estar atrapado por quien sabe cuánto tiempo más leyendo de la desabrida vida familiar y matrimonial del autor, de repente aparece Madero y este cuento vuelve a fluir. Ahora sí: persecución, diplomacia (aunque un poco chabacana, eso sí), viajes y aventuras vuelven a tomar el relato por asalto y aunque cada vez más regado con digresiones sobre filósofos y libros; la Historia de México empieza a dominar la triste vida de Vasconcelos y a transformarlo en algo más que un abogado corporativo que ha leído demasiados libros viejos.

¿Sobrevivirá la sufrida Nación Mexicana a la dictadura de Huerta? ¿Podrán los revolucionarios del norte vengar el sucio asesinato de Madero? ¿Qué fabulosas aventuras depara el destino a José Vasconcelos y a su guapa amante de turno, Adriana? Descúbranlo en las siguientes entregas de esta (a veces) emocionante historia. Porque sí: Ulises Criollo, con todo y sus más de 400 pags. es solamente el primero de los 5 gruesos tomos que componen las memorias de Vasconcelos, siendo los siguientes La Tormenta, El Desastre, El Proconsulado y La Flama ¡Sáquese a bañar! Que yo sí tengo trabajo.

Hay quien dice que este es un libro de historia: la verdad no lo creo. En este libro vas a encontrar a José Vasconcelos, no a México; como mucho, a una parte de México visto por Vasconcelos. Si quieres conocer la historia de este período, hay libros mil veces más útiles para ese propósito que este: aquí venimos a conocer a un hombre, un tipo raro pero interesante y que fue relevante en la historia del país y de su desarrollo cultural. Hoy muchas de sus tesis y creencias están olvidadas, pero en su momento hicieron historia y determinaron la toma decisiones importantes en cuanto a la manera en que México empezó a concebirse a sí mismo después de la Revolución. Esas decisiones, la cruzada cultural y su legendario paso por la Secretaría de Educación no los vemos en este libro, pero sí vemos como se hizo la mente y la filosofía personal del hombre que pesó tanto en esas decisiones.

Ulises Criollo es un libro que exige mucho de su lector, quizás más de lo que realmente le retribuye a menos que lo leas con propósitos muy específicos; lo cierto es que entiendo perfectamente bien porqué se le sigue considerando un libro de cabecera, clave para entender el fenómeno del nacionalismo y la mentalidad mexicana del siglo pasado, cuyas consecuencias seguimos enfrentando. La obra vital de Vasconcelos lo trascendió: vivió y vive más allá de su creador, que cual Víctor Frankenstein acabó renegando de ella y del mundo que contribuyó a crear: pero era muy tarde, el hechicero murió tratando de huir del laberinto que él mismo había creado y que lo aprisionó para el resto de sus días.

El hombre acabó renegando de todo: de las mujeres, de la SEP, de México y de sepa cuantas cosas más, pero lo cierto es que no cupo jamás en otro lugar. A fin de cuentas volvió: Francia, Estados Unidos y la misma España, con todo lo hispanista que era Vasconcelos, eran un ambiente demasiado diferente a lo que ésta planta de invernadero necesitaba para vivir. Y aunque sólo volviera a México para hacer un ridículo papel como propagandista del nazismo con su malaventurada revista Timón, a hacer atroces programas de televisión en los que decía que había que matar a los indígenas de México y otros papelones dignos del más obtuso youtuber, lo cierto es que nunca pudo negar del todo la cruz de su parroquia: creo que muy a su pesar suyo siguió considerándose mexicano y quizás por eso vivió lleno de amargura.

Me han contado que es la condena de los que aman demasiado.