




Reseña por Augusto Montero
Un Cuento de Pescadores (2024)
Edgar Nito
Pirotecnia Films
Película: Terror
Las sirenas michoacanas no son como las pintan.
Cuando Homero “escribió” su Odisea y plasmó a sus famosas sirenas, en primer lugar, dudo que haya pensado que la cultura popular las representaría como seres mitad pez y mitad mujer (originalmente eran, sí seres andróginos, pero mitad ave y mitad mujer); y en segundo lugar, que hubiese pueblos que tuvieran a sus damas del mal cuyo alimento fuesen los hombres que viven por y para el agua. Él pensando en los valientes soldados que cruzaban el mar con Odiseo; y de este lado del charco la aterradora Miringua se ceba los pescadores del lago de Pátzcuaro, Michoacán.
Hoy vengo a hablarles de una película que tiene el gran honor de hacer uno de los tantos monstruos que existen en nuestra rica mitología mexicana, conformada por las tradiciones indígenas que pueblan nuestra nación y los hijos que luego tuvieron con el imaginario euroasiático. En este caso en particular nos ocupa la cultura purépecha. Para aterrizar a qué rayos me refiero con la Miringua, explico: la Miringua es una entidad que se presenta con apariencia femenina para seducir a los hombres, a quienes considera sus presas predilectas. Su aparición suele ocurrir durante la noche, buscando a individuos solitarios en las proximidades de la orilla de un lago, dado que se desplaza a través del agua, de manera similar a la Llorona. Se cuenta que su mirada y su voz poseen un poder hipnótico; aquellos que caen bajo su influjo pierden la noción del tiempo y la siguen hacia las profundidades lacustres, sin percatarse de que empiezan a inhalar agua. Al estar estrechamente relacionada con la muerte, avistar a la Miringua es considerado un presagio funesto. Y esta mítica criatura del agua sirvió de inspiración para el film: Un cuento de pescadores.
Dirigida por Edgar Nito, la historia entrelaza cuatro relatos situados en una isla pesquera del lago de Pátzcuaro, donde la vida cotidiana de las familias se ve acechada por un espíritu lacustre maligno. A través de una estructura antológica, las historias comparten atmósfera brumosa, creencias locales y la tensión entre tradición y modernidad. El guion aporta un realismo sobrio que ancla lo sobrenatural en conflictos humanos: pérdida y duelo, deuda moral y de sangre y resistencia cultural y sexual. Cada segmento refleja cómo la explotación del lago y la erosión de ritos ancestrales alimentan la manifestación espectral, haciendo del miedo una metáfora ecológica y social.
La fotografía enfatiza sobre la niebla tan característica del agua oscura durante la noche y espacios construyen el aislamiento y la circularidad de la culpa en el cual los personajes se hayan, mientras el montaje sugiere que si bien en un inicio parece que no tiene que ver con el monstruo; nos señala que éste no es más que una advertencia de la desgracia. Así, el conjunto funciona como advertencia mítica y espejo comunitario de identidad fragilizada; porque al igual que muchas historias de fantasmas, la moraleja es: hay que temer más a los vivos que a los muertos, o en este caso temer más a los vivos que a los monstruos.
Y es que al final el título no engaña; esta película es un cuento sobre como la idiosincrasia represiva termina por concebir la tragedia. La miringua es la representación de cómo la represión y la venganza pueden ahogar (metafórica y literalmente) a las personas. Los monstruos existen para tratar de advertirnos sobre los peligros de la naturaleza (no acercarse mucho al lago porque te puedes caer), pero hay ciertas veces que esa advertencia puede estar enfocada más hacia la naturaleza humana.