Portada del libro Una Nota de Fuego y Nada Más.
Portada del libro Una Nota de Fuego y Nada Más.
Calificación recomendado de Rehilete
Calificación recomendado de Rehilete

Reseña por Memo Fromow

Una Nota de Fuego y Nada Más (2025)
Elena Piedra
Tusquets
Libro: Novela

Algunas personas sólo quieren ver al mundo arder.

Todos conocemos ese fuego que arde dentro de nosotros, que nos lleva más allá de donde creíamos posible llegar. Para algunos es el elemento que les permite alcanzar sus metas y triunfar, a otros los quema por dentro hasta consumirlos sin dejar ni las cenizas. Cuestión de saber a dónde apuntar nuestros esfuerzos, supongo… pero si te llamas María Ignacia, zaz, ahí sí ni cómo ayudar.

Hoy se habla con toda razón de la sororidad y la necesidad de las mujeres de apoyarse mutuamente, pero entre los varones desconocemos los viscerales odios que pululan en el aristocrático mundo femenino, que nos está vedado y del que solamente oímos sus macabros ecos. No está tan mal haber nacido hombre; así sé que soy menos susceptible de los horrores que las mujeres guardan sólo para sus enemigas.

María Ignacia es la protagonista de esta historia llena de odio, rencor y mezquindad femenina que se manifiesta desde la falta de amor, hasta ser tan codo como para no querer ni invitar el chesco para la reunión familiar, que sin embargo, se lleva a cabo con la dureza de un ritual de expiación. Empezamos duro, Ignacia ya lo tiene decidido desde las primerísimas páginas: va a acabar con todo y va a hacerlo con un gran boom. Su madre, sus tías, su abuela, sus primas, todas tienen que desaparecer si espera finalmente purgar esa horrenda maldición familiar que es el egoísmo feroz con el cual se han defendido del mundo, pero que al mismo tiempo las ha alejado de todo, incluso de su propia familia y de ellas mismas.

Junto con los siniestros planes de Nacha, se nos presenta un vívido y miserable retrato de familia conformado por mujeres de las de antes, de esas que se guardaban todo el rencor que genera una vida de sumisión a la antigüita y lo desquitaban con maridos e hijas en forma de silencios e indiferencia que acaban dejando marcas más profundas que los sinceros trancazos.

Desde niñas, las hijas de esta familia heredan el rencor al marido y al padre con la promesa de poder refugiarse en alguna figura femenina, no siempre la madre, demasiado maltrecha para recibir en su corazón a demasiadas inquilinas, de modo que a veces tiene que bastar la abuela y cuando no queda de otra, entre hermanas. Ese vínculo pronto se marchita para dar lugar a una paralizante incapacidad de dar o recibir afecto y culmina generalmente en divorcio, soledad y en los peores casos, más hijas que heredarán la maldición y engendradas en matrimonios infelices, consumados sólo por puro atavismo.

No puedo culpar a Nacha, ella ha sabido ver el veneno y sabe lo que hay que hacer: buscar ayuda para empezar a derribar muros emocionales y convertirse en una persona plena… o quemar la casa, sí, eso también.

Al final, sólo los hombres se salvan, si no de la amargura, sí de destino atroz que Nacha reserva sólo para las de su misma sangre.

Lo peor del asunto es que Ignacia genuinamente ama a su familia, y hay razones para suponer que su familia hace otro tanto, aunque de mala gana. Son gente que se ama tanto, pero que está tan dañada que no pueden evitar seguir haciéndose daño. A lo largo del libro se nos presenta también el diario con que la protagonista ha tratado de lidiar con sus sentimientos: son el testimonio de alguien que ha luchado y perdido, que lo ha hecho sola pero en quien no faltó la voluntad, sólo el apoyo.

La estructura de la novela, articulada en al menos 3 niveles de narración da la imagen integral de la infelicidad, desde sus manifestaciones externas hasta el íntimo retorcerse de un espíritu en las últimas: no hace falta ponerse demasiado experimental para penetrar en verdades bastante profundas. Y conste que no es hablar en símbolos, solo hablar llanamente de meras cosas del espíritu. No hace falta más.

Pero suficiente de hablar mal de la gente que no existe: hora de ensañarse con la de verdad.

No sé si la funesta imagen que nos traza la autora esté basada en experiencias propias, espero sinceramente que no, nadie se merece algo así; pero me queda claro que aunque nadie se lo merece, hay muchos que la tienen, sin deberla ni temerla y van por el mundo, con ese fuego que los consume de a poco, sin que nadie les dé las gracias por tener la delicadeza de no estallar en medio de la multitud llevándose a cuantos puedan. Que parco consuelo el de los tristes.

Recuerdo que hace muchos años llegué a la conclusión de que la cortesía es un valor que va mucho más allá de un simple concurso de refinamiento y elegancia para lucirse delante de los demás: es una manera de hacer la vida más dulce, más llevadera; de desarmar bombas andantes con un algunos gesto suaves y considerados. No sabemos de qué clase de infiernos domésticos lleva a cuestas la persona que nos atiende en la tienda o el pobre diablo que tenemos pegado a la espalda un Viernes en que el metro nada más no llega, la gente sigue amontonándose y no para de llover. Mucho ayuda el que no estorba, o al menos, el que no contribuye a la pila de miseria que tantos llevan a rastras.

Dicen que la literatura es una especie de experimentación en que imaginamos mundos posibles en los cuales poner a prueba nuestras ideas, donde si todo sale mal, habrán muerto las ideas en vez de nosotros. A veces parece que la libertad está a un bidón de gasolina y un cerillo de distancia, pero para eso existen libros como el de Elena Piedra, para poder descartar el peor escenario posible sin perjuicio real para nadie y darse cuenta que prenderle fuego a las cosas tampoco aporta mucho, ni siquiera en lo simbólico.

Una vez que hayamos concluido ese experimento, tal vez podremos ver el mundo (el real) con otros ojos y recordar que a fin de cuentas seguimos vivos y vale la pena intentar seguir con ese otro experimento que es vivir bien.