




Reseña por Memo Fromow
Yo Soy el Otoño (2025)
Jorge Alberto Gudiño
Alfaguara
Libro: Novela
En la oscuridad todo es más claro.
Así como en otro tiempo era temática trillada el hablar de caciques, charros y revolucionarios, ahora se ha vuelto casi lugar común escribir sobre los estragos del crimen organizado y desorganizado en las comunidades. Es justo; la literatura debe estar en contacto con el mundo que le da razón de ser ¿Cómo ignorar algo así en un país que desde su fundación lucha con la desigualdad? Pero aun así, la ficción, a diferencia de la realidad, exige renovarse constantemente para mantenerse fresca a ojos de sus consumidores. Jorge Alberto Gudiño nos ofrece una historia discordante sobre la vida y la humanidad en los bajos, muy pero muy bajos fondos de algún valle de lágrimas, uno de tantos donde malviven los buenos y los malos por igual.
Hasta aquí nada nuevo: historias de pobreza y crimen existen casi desde el inicio de la ficción en México, desde El Periquillo Sarniento hasta Los Olvidados pasando por tantos y tantos libros que van del sensacionalismo hasta la crítica social profunda. Lo que distingue al autor en este caso, creo yo, es la combinación tan fresca de dos tradiciones narrativas bien conocidas pero que requieren de mucho conocimiento para cruzarlas exitosamente: el noire y el western; el policía y el vaquero; el cínico que trabaja en la sombra y el héroe que cabalga al horizonte.
Esta es una historia que tiene lugar en un mundo donde ya no hay oeste hacia donde avanzar en la conquista de tierras salvajes: lo salvaje está ahora está en el corazón de la “civilización”, en el desierto urbano donde pululan, sin sombrero, cuatreros y malhechores sin un sheriff a la vista; la justicia -o algo que se le parece- se imparte de hombre a hombre sin la mediación de un estado, ausente. Poco importa: los hombres y mujeres ya tenían honor antes del estado.
Juriel y Santos son dos malosos de barrio que trabajan para el enigmático “Señor”, víctimas de una emboscada de la que salieron vivos milagrosamente y a la que no debían haber sobrevivido. Nadie que se haya rozado de cerca con la pelona la libra siendo el mismo de antes: Santos vive ahora sólo para la venganza, pues su hermano dejó los sesos en el pavimento durante el incidente y el honor herido, la palabra rota, se pagan solo con sangre. Para Juriel, sin embargo, esto es una llamada de atención del destino para probar a cambiar de vida, salir del agujero y probar el mundo más allá de esta vida: salud, dinero y quizás amor, pero este último juega en ambos bandos. Macarena es la chica con que ha soñado por mucho tiempo, como ellos dos, salió viva de la trampa por los pelos; pero a ella no le asustaron un par de cadáveres, es ambiciosa, cruel y quiere llegar a la cima. Como quiera, Juriel hará la prueba de cambiarla sin saber que como en toda historia de honor y amor, solo se puede tener uno. No hay dos glorias en esta vida.
Todo aquel que haya visto películas del oeste y de detectives sabe más o menos para donde va la cosa, sin embargo, la belleza y distintivo de Yo Soy el Otoño consiste precisamente en saber utilizar los moldes que conocemos y no solo adaptarlos a un mundo a la vez nuevo y antiguo, sino en combinarlos de modo que el desarrollo de esta historia no sea en absoluto predecible. Y, sin embargo, el final no deja de tener el sabor de los clásicos. Los elementos que conocemos bien juegan ahora papeles distintos sin cambiar de ropaje y no sabemos con claridad a dónde irán esta vez; sólo queda seguir leyendo La Femme fatale, doble de la muerte y el deseo e infaltable en el cine negro, se encuentra con el justiciero que no puede dejar entuerto sin arreglar. El nuevo y el viejo mundo vienen a encontrarse en el tiempo revuelto que es el presente.
La calidad de la narración delata una técnica muy trabajada a la hora de mostrar al lector solamente aquello que el autor quiere, de modo que el misterio se devela poco a poco; cada cosa sucede cuando tiene que suceder a fin de asegurar el máximo impacto a la hora de las revelaciones. La prosa es sucinta, económica, bien afilada de modo que no dice nada más de lo esencial para conocer a nuestros personajes: son sencillos, pero no simplones y bastan algunos trazos, apenas los necesarios, para saber qué buscan y a dónde irán por ello. La miseria no deja mucho espacio para pasados heroicos o demasiado complejos. No hacen falta: en la oscuridad las cosas se dibujan mejor con un mínimo de luz.
Yo soy el Otoño es una contienda entre el bien y el mal donde en ningún momento queda claro cuál de las dos fuerzas va a ganar: la ficción es de los pocos entornos donde se enfrentan en condiciones de igualdad, esto la separa de la tradición tremendista que en América degeneró en un cinismo estéril que no tiene ni siquiera la elegancia de la literatura.
Los personajes viven en la más miserable de las miserias, pero eso no anula sus voluntades, eligen entre opciones que el discurso ramplón les niega a los de su condición social: la condición primitiva del hombre es más que violencia y hambre, es también el honor y la esperanza. Esos impulsos podrán llevarlos lo mismo a la redención que a la muerte; no lo sabemos, pero a donde quieran que lleguen, llegarán allí luchando.