Poratada del libro El Rey Criollo.Poratada del libro El Rey Criollo.
Calificación favorito de Rehilete
Calificación favorito de Rehilete

Reseña por Memo Fromow

El Rey Criollo (1970)
Parménides García
Editorial Diógenes
Libro: Cuento

También se llora al ritmo del rock.

Parménides García Saldaña es de esos escritores malditos modernos: su trayectoria es la de un joven que dejó atrás las convenciones sociales y se entregó al Rock and Roll y a la experimentación con las drogas, el sexo, la música y la literatura de la Onda: de hecho, fue el único que aceptó ser designado como miembro de esta corriente.

Su obra es la crónica de la generación del Rock y de la penetración cultural estadounidense ya bien asentada, algo así como la continuación de Las Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco (¡ya reseñada aquí en Rehilete!); de la irrupción auge y colapso de la contracultura y de sus ambiciones políticas y de muchas vidas que, como la suya propia, fueron vividas rápido y terminaron antes de aceptar volverse viejos: bien lo dijo el propio Parménides en su libro La Ruta de la Onda “Pasados los 30 eres hombre muerto”. Él todavía pasó de los 40, pero nomás tantito: murió de una pulmonía mal cuidada y ya medio loco por años de uso de drogas.

El Rey Criollo es una colección de cuentos rápidos, dinámicos y experimentales, digno heredero de las lecciones que Faulkner y Flaubert pero llevadas AL EXTREMO, como correspondía hacer a los chavos más chavelardos entre la chaviza. Los diálogos son frenéticos, cortos y se pierden de pronto con los pensamientos de los personajes antes de cambiar de personaje: un momento estás en la cabeza de uno y al siguiente estás leyendo sin previo aviso las palabras de otro y te toca adivinar a quién estás siguiendo ahora. El diálogo aquí es muy importante para lucir las habilidades en el uso del habla popular, pero más importante, como marcador del ritmo de las historias: cuentos que se cuentan rápido, no hay tiempo que perder mientras haya drogas que consumir, música por escuchar, fiestas a las que acudir y rocanroles que bailar.

Incluso cuando las cosas se ponen serias, cuando se trata de ponderar el dolor del amor perdido o la tragedia del inevitable fin de la fiesta al convertirse en adulto, la narración sigue siendo inevitablemente acelerada, el ritmo que uno ya lleva por los cuentos más rápidos que inauguran el libro te tiene ya encarrerado. La vida se vive para esta gente tan rápido que no hay tiempo ni para detenerse en el propio sufrimiento: quizás el rock y la contracultura no son tan buenos como educación emocional…

Lo siguiente y más interesante que quiero señalar de este libro es precisamente el resumen que hace de la educación sentimental de una generación. Todo mundo quería ser diferente a como fueron sus padres: al diablo los tabúes y las inhibiciones del México provinciano antes de la emigración del campo a la ciudad, los chicos de onda lo querían todo, lo querían ya y los que pudieron obtenerlo fueron afortunados si murieron pronto. Los que quedaron, pronto se dieron cuenta de las funestas consecuencias que tiene envejecer sin sabiduría en una sociedad que no cambió ni tan rápido, ni como ellos esperaban que lo hiciera.

El Rey Criollo ordena sus cuentos desde la primera juventud de sus personajes hasta dejarlos viejos, panzones y desencantados con la vida doméstica y domesticada que ahora llevan: se acabó la fiesta y a pesar de que ellos creían que iban a rockear forever, ahora están justo donde empezaron; sólo que con varios años y kilos más, tratando desesperadamente de recuperar las emociones de su juventud perdida en escapadas deshonrosas que acaban de convertirlos en las figuras de sus padres, de los que tanto renegaron, aunque siendo justos, realmente nunca se alejaron mucho de ellos en primer lugar.

Al principio El Rey Criollo puede parecer la vana crónica de personas vacías, aburridas a pesar de su disposición para el desmadre; una simplona sucesión de borracheras de niños bien, narradas con ingenio pero poco más. Sin embargo, Parménides es un ácido crítico y pasada esa primera impresión es muy fácil ver la tirria que le guardaba a las personas que fueron no solo los protagonistas de sus historias, sino sus amigos y conocidos. Son jóvenes y experimentan con cosas nuevas, pero la verdad es que no pretenden cambios reales: son más bien un montón de borrachos conservadores que replican los vicios y prejuicios de sus padres bajo un manto nuevo que les da algo de prestigio a sus acciones antes de que este se gaste con el colapso de la contracultura.

Carlos Monsiváis habló muchas veces sobre cómo la vida urbana en México era apenas una réplica de la vida rural, con todas sus inhibiciones, tabúes y moralina pero ahora en gran escala: mucho rocanroll y libertad sexual, pero sólo para los hombres, cuando las mujeres aparecen en este mundo son como objetos de deseo para divertirse y por lo general terminan mal, de abortos a cuasi violaciones tumultuarias en el cine por ir a ver a Elvis. Del machismo adolescente del que se las da de “todas mías” pero que se espanta a la hora de la verdad al desprecio por la esposa regañona de la que se desquitan en un deprimente Acapulcazo de alcohol y prostitutas del que se sale más triste que antes.

Revolución sexual sus polainas: esto es el México viejo pero con música y ropa nueva. Como las anteriores generaciones que desquitaron el desamor y el dolor en tantas canciones rancheras, estos post-adolescentes, que no adultos, están invadidos por la sensación de fracaso, sólo que ya no escuchan al gran José Alfredo Jiménez que fue consuelo de corazones rotos a la antigua. Los Rolling Stones están bien para el despiporre, pero no para entender que amargas son las cosas que nos pasan cuando hay un corazón que paga mal.

Parménides es testigo material de muchas de estas vidas y hace la crónica de estas, del colapso de las ambiciones de su generación y de cómo quizás nunca fueron realmente tan ambiciosas como creía. A fin de cuentas eran plantas foráneas en un medio inapto para permitir que se reprodujeran: justo como la vieja literatura virreinal definió a los criollos, flores de invernadero que rara vez dejan semilla.

Rey Criollo llamaban a Elvis Presley, pero no puedo dejar de pensar que hay cierto simbolismo detrás del título; intencional o no. El criollo es alguien que no se adapta a la realidad que le tocó vivir y busca su deseada grandeza en otro lado, solo para darse cuenta de que se quedó a mitad de la cerca: rara vez es lo suficientemente talentoso para aportar a la cultura que intenta adoptar y se queda como el “meteco” que definió Vasconcelos; como mero consumidor de una cultura ajena, pero tampoco quiere volver al mundo al que pertenece.

Es la maldición del criollo, por muy rey que crea ser.