Portada del libro Posada. La Vida No Vale Nada
Portada del libro Posada. La Vida No Vale Nada
Calificación recomendado de Rehilete
Calificación recomendado de Rehilete

Reseña por Memo Fromow

Posada. La Vida No Vale Nada (2025)
Gonzalo Rocha
Editorial Resistencia
Libro: Novela Gráfica

Tan real como las caricaturas: el México de Lupe Posada.

México es un país de imágenes, lo mismo maravillosas que atroces. Desde antes de la imprenta, ya en lo que hoy constituye México se producían imágenes que dieron la vuelta al mundo, tanto en sentido físico como metafórico: el águila y la serpiente circulaban estampados en la plata que alimentaba la economía de China y los cánones representativos asombraban y revolucionaban las concepciones estéticas de los artistas europeos. México siempre tuvo vocación para el milagro, tanto así, que con el tiempo no disminuyó su capacidad de asombro, sino que pudo hacerse más patente gracias a la difusión de la imagen a gran escala, desde la prensa masiva a la televisión. No en vano nuestro país goza, a pesar de su modesto lugar en los asuntos internacionales, de una imagen inconfundible en el extranjero…aunque no siempre sea por las mejores causas.

Ya hemos hablado en Rehilete un poco de la historia de la imprenta en México, sus limitaciones, alcances y su legado (ver especial de Vicente Gahona) y hoy, la novela gráfica de Gonzalo Rocha nos ofrece la perfecta oportunidad para ahondar en uno de sus logros más gloriosos, la obra de José Guadalupe Posada, el genial, único e irrepetible creador de la original Calavera Garbancera, mejor conocida por el respetable público por su apodo de La Catrina. ¡Aplausos!

Es marca de honor para todo autor cuando su creación no solo lo sobrevive, sino que se vuelve tan famosa que eclipsa a su propio creador, así es la obra de José Guadalupe Posada, uno de los más grandes, si no es que el más grande ilustrador mexicano en cuanto a la trascendencia de su obra.

Sin embargo ¿Quién era Lupe Posada? Bueno, sabemos que era de Aguascalientes, que era un gran bebedor y que trabajó para uno de los más importantes editores de México: Antonio Vanegas Arroyo (Dios los cría y el diablo los junta) antes de morir en la pobreza en 1913 y ser tirado a una fosa común. Pero todo héroe merece su leyenda y Gonzalo Rocha, monero veterano, digno heredero del maestro de la gráfica mexicana moderna, tributa a su maestro y al de muchas generaciones más, el homenaje que se merece agregando a su historia un aura mística digna de un artista de renombre.

De su juventud en el México de la Reforma, a las lecciones positivistas infaltables en una familia de abolengo liberal como era la de Posada, Rocha agrega un rasgo de fantasía que dota de un muy merecido aire poético a lo que de otro modo sería una biografía interesante, pero quizás demasiado modesta. El genio no viene sin una pizca de diabólica inspiración y el lector tendrá el placer de quedarse con la duda, de tener que desbrozar él mismo al personaje de la leyenda que el autor de este libro crea para nosotros ¡Que vivan las mentiras!

Pero la cosa no se queda ahí. Las creaciones de un hombre así son necesariamente una extensión de si mismo y a la biografía semi-fantástica se agrega también la historia detrás de algunas de las obras que marcaron la carrera creativa de posada más allá de la Catrina.

¿Qué tendrá el porfirismo que a pesar de su merecida mala fama seguimos volteando a verlo con cierta añoranza? Quizás no de los campos de muerte en Valle Nacional, ni por el exterminio Yaqui, pero sí por un tiempo donde los logros de la ciencia se eran lo suficientemente grandes para despertar optimismo, aunque no aún para opacar las glorias de la tradición. Posada vivió una época de plena transición, donde aún cabía lo fantástico y lo terrible en la vida, fresco para someterlo a la mirada curiosa de la nueva ciencia que esperaba poder pronto desentrañar los grandes misterios del alma mexicana (lo que sea que eso signifique).

Bajo esa luz cobran nuevo interés los sucesos de la nota roja que fueron el objeto del talento del artista: las andanzas del chalequero, uno de los primeros asesinos en serie registrados en México, fueron no solo uno de los casos más escandalosos de la época, sino también un exitazo de ventas para la editora de Vanegas Arroyo y una consagración de la pluma de Posada en la conciencia nacional. No en vano Gonzalo Rocha dedica un capítulo entero de su novela gráfica a hacer su propia cobertura del caso.

Tan relevante como el anterior fue para el país, para la prensa y para el desarrollo del artista, el caso de El Baile de los 41 Maricones: una escapada de travestis en una época de profundísimo prejuicio y que los medios de la época exprimieron hasta los tuétanos al mejor estilo del sensacionalismo de nuestro tiempo.

Los grandes hitos de la prensa y de una época son los ejes que Gonzalo Rocha eligió acertadamente para darnos a conocer la potencia creadora y el motivo de la relevancia de uno de los grandes del arte en México. El artista es, a fin de cuentas, un vocero de su tiempo de las inquietudes del pueblo que habita y sin ser político ni activista ni nada más que un ilustrador de nota roja, nuestro siempre querido Posada es un suceso histórico por sí mismo.

Nadie mejor que un monero para hablar del monero universal. Poco importa que la litografía sea un arte perdido en el presente, ello no impide a la pluma maestra del ya tan mencionado Rocha (que me disculpe de gastar tanto su nombre) ponerse a la tarea de redescubrirlo y reutilizarlo con el solo propósito de homenajear al maestro. La litografía es una técnica basada en buena medida en la maestría que pueda alcanzar el usuario con la línea, no solo para delinear los contornos sino para sombrear y darle dimensión a las ilustraciones: sin el auxilio del color o del manejo sutil que otras herramientas como al acuarela o el lápiz ofrecen, lograr esto implica casi aprender un oficio. Sin embargo, Rocha ya lo tiene aprendido de años como caricaturista: su elección y dominio del cross-hatching, tan similar a los resultados de la litografía con que trabajó Posada en su momento, le permiten hacer su tributo al estilo de la época sin atentar contra su propio talento y técnica. De la mano de Rocha, el porifiriato vuelve a ser caricatura, como nunca dejó de serlo.

Grande fue José Alfredo, pero se equivocaba al decir que la vida no vale nada: toda ella, completita, con todos sus altos y bajos, ires y venires, entrares y salires, estuvo al módico precio de un centavo para que a todos los mexicanos les alcanzara; todita cupo en una hoja de papel que la mano de un hombre lleno con todo el mundo.